Un culo es un culo. ¿O acaso un culo puede aspirar a algo más que su mera existencia? A rosa azul de Novalis, dirigida por los paulistas Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro, comienza con un plano detalle del ano de su protagonista, Marcelo Diorio, mientras recita un texto de la poeta y dramaturga brasileña Hilda Hilst. Setenta minutos más tarde, un calmoso zoom se adentrará abismalmente en el interior de su cuerpo. De interiores, de pasiones, de reflexiones y recuerdos, de ansias y de sexo está hecho este documental con partes indistinguibles de ficción. O viceversa.
Marcelo, gay, VIH positivo, amante de los cuerpos y las letras, cree haber sido en otra vida Novalis, nombre de pluma de Georg Philipp Friedrich Freiherr von Hardenberg, el poeta y filósofo que sentó las bases -junto a otros de sus contemporáneos- del romanticismo. “La poesía cura las heridas infligidas por la razón”, escribió Novalis hace más de doscientos años, frase que podría aplicarse perfectamente al film de Vinagre y Carneiro. En tanto, el título señala un elemento central de uno de los poemas líricos del alemán, la centaurea cyanus, esa flor azul que metaforiza aquello que es deseado pero permanece inalcanzable, los más sagrados deseos a los que puede aspirar un poeta, símbolo de belleza y perfección.
El extenso recorrido de A rosa azul de Novalis (ver crítica) por festivales de cine incluyó su estreno internacional en la Berlinale y su exhibición como película de clausura del DocBuenosAires 2019, y ahora puede apreciarse en la plataforma Mubi como parte de su especial dedicado al cine brasileño reciente. En conversación exclusiva desde San Pablo con Página/12, Gustavo Vinagre afirma que la preparación del proyecto incluyó “varias entrevistas con Marcelo Diorio, encuentros semanales durante los cuales conversábamos sobre el guion. A partir de esas entrevistas armamos juntos las escenas del film, basadas en sus historias”. En pantalla, el registro cotidiano de Marcelo, que incluye comentarios y reflexiones sobre cuestiones profundas y triviales, universales e íntimas, es atravesada por segmentos donde los realizadores y él mismo reconstruyen recuerdos e instancias de vida con un dejo misterioso, onírico. La representación es central, tanto para el sujeto como para la película, como así también el concepto de performance, que vuelve una y otra vez al centro de la escena.
Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro vienen trabajando juntos desde hace años, el primero como realizador y el segundo en el rol de montajista y eventual productor. Es el caso de la anterior Lembro mais dos Corvos (2018), documental centrado en la actriz trans Julia Katharine, y el mediometraje de ficción Nova Dubai, exhibido en el Bafici 2014 como parte de la competencia Vanguardia y Género. Sin embargo, esta es la primera vez que ambos comparten el título de directores. “Conocí a Rodrigo en Cuba, cuando estudiábamos cine en la EICTV, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños”, recuerda Vinagre, “y él fue el montajista de mis primeros cortometrajes. Uno de los conceptos de nuestra pequeña empresa productora es que siempre tenemos que estar filmando y pensando en maneras de producir que no dependan de los fondos de fomento. Hacer películas muy pequeñas y, de esa manera, entrenarnos como directores. En ese sentido, nuestras películas siempre son pensadas en base a su método de producción. La necesidad de codirigir junto a Rodrigo, en el caso de A rosa azul…, es bien simple y está ligada a cómo surgió el proyecto: un día estaba sentado en un bar con Marcelo y justo pasó caminando Rodrigo. Los presenté y ambos se entusiasmaron con hacer una película. La cosas comenzaron a encajar y, ya desde un primer momento, la idea fue hacerlo en conjunto”.
-Hablando de dúos, ¿puede entenderse a Lembro mais dos Corvos y A rosa azul de Novalis como un díptico documental?
-Tienen similitudes y diferencias. Lembro… estaba más centrada en la palabra de Julia y en A rosa… pensamos que debíamos dar un paso más y ver esas cosas que son nombradas. Nos gusta pensar que la casa de Marcelo es como un laberinto, tal vez su cerebro, en el cual va abriendo puertas para acceder a sus recuerdos. Lo cierto es que tal vez no sea un díptico, sino una trilogía. En el Festival de Berlín se presentó este año Vil, Má, sobre una señora sadomasoquista de ochenta años y autora de cuentos eróticos, que podría interpretarse como una tercera entrega. Creo que todo forma parte de una investigación que vengo haciendo desde Filme para Poeta Cego (2012), mi primer cortometraje. En todos los casos hay personajes con cierta ambigüedad, en general son artistas que trabajan, de alguna forma, con la ficción. O con los fetiches. Los personajes que me atraen son aquellos que me permiten jugar con el documental y la ficción, además de esa seducción que surge del hecho de que pueden contar sus propias historias.
-¿Hubo alguna clase de improvisación durante el rodaje o todo estuvo organizado en base a ensayos previos?
-El guion de la película es muy similar al de una ficción. Nosotros anotábamos los temas que iban a tratarse en cada escena, pero dejábamos a Marcelo completamente libre para que hablara de la manera que quisiera. Por ejemplo, nunca imaginé que la secuencia del velorio sería tan larga. O que terminaría siendo exactamente de esa manera. Es un tema tan delicado… Creo que cuando Marcelo se vio allí, con todo montado, ganó peso, incluida su actuación. Algunas frases están guionadas, como cuando va a subir la escalera y ve la imagen de Novalis, pero en general los grandes temas estuvieron abiertos a su criterio.
-Hay en la película un juego constante con la idea de la performance, la representación. Incluso el sexo es parte de ese concepto.
-Me gusta provocar en el espectador la duda respecto de si lo que está viendo es real o no. Es un papel fundamental para los artistas: crear dudas sobre la realidad, enfrentar la idea de que la realidad es la única posibilidad. Lo que me interesa es jugar con la imaginación, los deseos y los fetiches. Y que el material psíquico de los personajes llegue a la pantalla como si se tratara de un material de archivo. Me interesa llevar la verdad interior de los personajes a las películas. En cuanto al sexo, en esta película es bastante particular, ya que es la primera vez que el sexo es casi todo simulado. Es cierto que hay una felación real, pero la eyaculación es totalmente falsa. Lo mismo la escena en el sofá. Quisimos hacer algo artificioso. En Nova Dubai todo el sexo es de verdad, pero aquí quisimos probar algo nuevo, ligado a ese contraste con la realidad. Es interesante. Nova Dubai es una ficción pero el sexo es real; A rosa azul… es un documental, pero el sexo, de alguna manera, es falso.
-¿En qué etapa del proceso creativo apareció la figura de Novalis?
-No sé qué pensara ahora, pero cuando preparábamos el guion Marcelo realmente creía que había sido Novalis en una vida pasada. Abrazamos esa idea e investigamos un poco más sobre Novalis, su historia y su obra, y a partir de eso vino la cuestión de la búsqueda de las sensaciones del personaje. Una especie de vacío que lo empuja a buscar cosas en el arte y en el sexo. Algo idealizado, romántico, que tiene Marcelo y que nunca puede alcanzar. Nos parecía que estaba ligado a esa flor azul. Él habla mucho de catarsis, de una forma de trascender, de conectarse con cosas que lo hagan sentir. Es por eso que habla de esas orquídeas azules que se pueden comprar en los supermercados –plantas artificiales que no existen en la naturaleza– como una contraposición. Creo que la película pendula entre el kitsch y el romanticismo. Marcelo es un romántico que vive en un mundo súper kitsch, algo que no lo satisface. El mundo en el que él cree ya no existe.
-Hay temas complejos en su historia personal. Más allá de ser VIH positivo, está toda la cuestión de la relación incestuosa con su hermano. ¿Fue difícil explorar esos temas?
-Lo que hizo posible la película, en cierta medida, fue la manera en la cual Marcelo habla sin complejos ni vergüenza. Temas que suelen ser tabú en la sociedad. Lo importante para nosotros era que la cuestión del VIH estuviera planteada al comienzo del film, así como en Lembro mais… el abuso infantil que sufrió Julia también está al principio. No queríamos que esos temas aparecieran por la mitad o hacia el final, porque eso hubiera tomado la forma de una revelación, haciendo que las películas fueran “sobre eso”, permitiendo que muchos espectadores lo entendieran como una justificación de cómo son los personajes. Son temáticas importantes sobre los cuales hay que hablar, pero que nunca deben definir a los personajes. Esas cuestiones “pesadas” están al comienzo y, a partir de allí, podemos seguir descubriendo a las personas, sus gustos e intereses. En cuanto al incesto, para Marcelo nunca fue un tabú y tratamos de que él se sintiera seguro a la hora de hablar de ello. En ese sentido, fue importante que el equipo de rodaje fuera muy reducido. Ahora estoy terminando una película sobre artistas VIH positivos que tocan el tema en su obra y fue muy importante tener en cuenta eso mismo: que el VIH no fuera el tema central.
-¿Siente que sus películas en general corren el riesgo de ser etiquetadas como LGBTQ y, por consiguiente, encerradas en un nicho? Hasta el momento ese no parece ser el caso.
-Sorprendentemente, no he sentido que se me hayan cerrado puertas. Por ejemplo, Nova Dubai, que no es ni un largo ni un corto y, por lo tanto, resulta a priori difícil de hacer circular en festivales, tuvo un recorrido muy bueno. Encajó de una manera que nunca pensé que podía ocurrir, no sólo por el sexo explícito sino por la duración. En realidad, siento que se nos han abierto muchas puertas. Estoy haciendo las películas que quiero hacer y trato de mirar lo positivo: han sido vistas y existe gente que quiere hablar sobre ellas. Debo decir también que soy un amante del cine de género, en particular el terror. Y en algún momento me gustaría poder hacer alguna película de terror con un presupuesto más grande. Tengo dos guiones escritos y espero poder producirlas en el futuro. Ambas están planteadas como proyectos un poco más mainstream, aunque no dejan de lado el tema de la sexualidad. De todas formas, nunca dejaría de lado la producción de estos films pequeños e independientes, donde la libertad es total. De hecho, durante la cuarentena hice un largometraje, filmado con el teléfono celular, con sexo explícito de principio a fin. Lo importante es seguir haciendo películas sin parar.