Es incomprensible que aquellos gobiernos que toman medidas para proteger la salud de sus ciudadanos frente a los estragos del covid 19 sean irremediablemente calificados de autoritarios, insensibles usurpadores de la libertades individuales y ahora terroristas sanitarios.
No sólo no resulta para nada admisible sino que tampoco es aceptable y sí, en todo caso, abiertamente afrentoso ¿Qué puede tener que ver la vigencia de la Constitución y el funcionamiento de la democracia con las medidas que se tomen para proteger nuestras vidas de una pandemia que no escatima muertes?
¿Es sensatamente lícito sospechar en la implantación del establecimiento de cuarentenas y en la sugerencia del distanciamiento social o en la utilización de mascarillas una aviesa estrategia de dominio autoritario?
¿Se desea mediante la difusión del miedo doblegar la voluntad de los ciudadanos? ¿Qué tipo de vértigo o confusión ideológica provocan estos aglomeramientos vociferantes en plena calle, activando así muy probablemente el contagio a niveles incalculables?
La idea de que los gobiernos que instalaron las cuarentenas descuidaron la economía y oprimieron “la salud psíquica” de quienes cumplieron con las consignas de aislamiento es una burda farsa cuya argumentación no conduce a nada.
La idea, sin embargo, adquiere forma de carta de protesta y lleva la firma de algunos artistas e intelectuales argentinos que denuncian el avasallamiento de la Constitución por parte del gobierno nacional y provincial. En otros términos; vigilar la salud recurriendo a cuidados personales desde ya incómodos pero inevitables, se asimila a un gesto político golpista.
La actitud es directamente absurda e intratable desde donde se la mire. En términos comparativos casi toscos sería como tratar de opresor al bañero que desde la playa nos obliga con el silbato a que salgamos del mar porque estamos próximos a una corriente peligrosa e inesperada. Pero entonces un bañista se encabrita y exclama que el guardavidas está abusando de su poder al limitar su libertad personal violando así la Constitución Nacional.
Y alrededor están las palabras, el discurso adversativo, las proclamas insensatas, las descripciones científicamente falsas, el intento de una manipulación completa.
Entre nosotros, por ejemplo, la palabra cuarentena fue demonizada porque su práctica no sólo “atenta” contra la libre movilidad de las personas sino que destruye la economía, ya en franco deterioro desde la aplastante (y torpe) gestión macrista. Desde luego, de la vida no se habla.
Salvo quizás escasas excepciones, el denominador común de quienes manejan estos argumentos muestran una marcada inclinación a las ideas de derecha, exhibiendo no pocas manifestaciones directamente fachistas. Lo llamativo es que el fenómeno se repite similarmente aquí y en el mundo entero, pasó en Berlín los otros días cuando un grupo de manifestantes anticuarentena neonazis amenazó con tomar el Reichstag. Desde ya, debió intervenir la policía.
No sabemos cuándo y cómo pasará esta pandemia, pero sí sabemos que una buena parte de la humanidad prefiere entregar la lucidez al ejercicio de las emociones más elementales.