Karakol      5 puntos

Argentina/2019
Dirección y guion: Saula Benavente
Duración: 93 minutos
Elenco: Agustina Muñoz, Dominique Sanda, Soledad Silveyra, Juan Barberini y Mía Iglesias
Estreno en Cine.ar TV este jueves a las 22, y desde el viernes en Cine.ar Play

Hay dos películas dentro de los 90 minutos de metraje de Karakol. La primera se desarrolla durante la media hora inicial y está vinculada al instante en que Clara (Agustina Muñoz) inicia un duelo por la sorpresiva muerte de su padre. Visiblemente acongojada y con su pareja (Juan Barberini) como principal pilar de contención, se reúne en el muy paquete departamento donde él convivió hasta sus últimos días con su madre (Dominique Sanda). Un departamento digno de una comedia de teléfonos blancos de los años 40, aunque desde ya el tono elegíaco del encuentro anula cualquier atisbo posible de humor. A medida que van llegando el resto de los familiares, incluyendo una tía recién aterrizada de Europa (Soledad Silveyra), se despliega una dinámica relacional por la que conviven los recuerdos del pasado y un sobrevuelo por el presente de cada uno. A ninguno parece irle del todo mal, dada la tendencia a mencionar lugares no precisamente populares visitados en último tiempo.

En medio de ese revuelo, mientras todos charlan sobre bueyes perdidos en el comedor, Clara hurga en la oficina de su padre y encuentra una serie de elementos que remiten a otra vida: un paquete de cigarrillos (papá no fumaba), dinero de procedencia desconocida, algunas postales escritas en ruso y varias fotos de un espejo de agua paradisíaco, ubicado entre montañas: corresponden al lago Karakul, ubicado a casi cuatro mil metros de altura en la República de Tayikistán. Hasta allí viajan habitualmente turistas de Europa del Este y Asia. Pero, ¿por qué un argentino iría a un lugar tan remoto? “Para esconderse”, le dicen a Clara cuando consulta un mapa en una biblioteca. ¿Esconderse de qué? Eso es lo que intentará averiguar yendo hasta ese lugar, usando como excusa ante la familia un viaje a Turquía.

Allí arranca, entonces, la segunda película dentro del nuevo trabajo de Saula Benavente, habitual productora de Inés de Oliveira Cézar y flamante socia de Albertina Carri y Diego Schipani en la productora El Borde. Una en la que Clara hurga en el pasado para encontrar las piezas faltantes de ese rompecabezas que es su padre, en un viaje (físico pero también espiritual) no exento de dudas y cuestionamientos a los que un viejo amigo suyo –que vive en Europa y viaja especialmente para cruzarse con ella– le pone primero la oreja y después el cuerpo entero. Como suele ocurrir en las películas centradas en la pérdida de un ser querido, Karakol trabaja la idea del duelo no tanto como final sino como nuevo inicio. Lo particular es que si en nueve de cada diez casos se trata de procesos internos, el de Clara es pura exteriorización y oralidad. No hay lugar para la espontaneidad en sus largos monólogos sobre la vida y la muerte, sobre la infinidad de sentimientos posibles que empujaron al padre a actuar de la manera que actuó, como si Benavante intentara jugar con un artificio no del todo logrado en el que se conjugan la identidad y el aprendizaje.