Corsario 6 puntos
Argentina, 2018
Dirección y guion: Raúl Perrone.
Duración: 68 minutos.
Intérpretes: Martín Bermello, Alejandro Ricagno, Nicolas Ruiz.
Estreno: en CineAr.
Vuelve Pasolini a la obra de Raúl Perrone, realizador insigne de la patria independiente de Ituzaingó. La transfiguración fílmica del gran cineasta italiano, bajo la forma de la inspiración, ya estaba presente en Ragazzi (2014) y otros títulos, pero ahora es representada físicamente por el actor Martín Bermello. Es él, trajeado a tono y con anteojos oscuros, por momentos döppelganger y en otros simulación, quien participa de un casting al comienzo de Corsario. Sin embargo, es su asistente (el poeta y crítico de cine Alejandro Ricagno) quien da las órdenes de lectura de un poema de Dylan Thomas, señalando los movimientos y gestos que deben realizar los postulantes. La imagen de base es prístina, pero gracias a un filtro digital adquiere un look similar al de las cámaras de tubo de la televisión en los años 60. Apenas un preámbulo del juego visual que sobrevendrá: Perrone filmó gran parte de la película con un adminículo estenopeico que no permite focos precisos y el resultado es un nuevo paso en su investigación sobre las texturas –ligadas en parte a una idealización del cine silente– que había comenzado con P3nd3jo5.
“El director hace un casting / Junto a su asistente / Buscando chicxs / Para su próxima película / Hasta que sale a la calle / A encontrarlos / Es un cazador en busca de sus presas”. La sinopsis oficial, escrita en típico estilo perronesco, anticipa el delgado esquema narrativo. En off, una voz en italiano recita por primera (pero no última) vez, los versos de una poesía de Paul Verlaine –“Mis amantes no pertenecen a las clases ricas, son obreros de barrio o peones”–, mientras el Pasolini de Ituzaingó se pasea por calles y plazas, fumando y hablando con los ragazzi, observándolos a través de sus anteojos de sol o permeados por el lente de una cámara analógica. El director corsario anda de levante –personal y profesional– y Perrone hace de esas acciones el centro de su poema audiovisual, como él mismo lo describe.
Luego de las películas “de estudio” Favula y Samuray-S, el prolífico Perro vuelve a las calles suburbanas del barrio, centro del universo de su obra. Último escalón de esta etapa (su filmografía puede dividirse de manera relativamente sencilla en épocas o períodos, dependiendo de las influencias e inspiraciones), Corsario coquetea con el cine experimental de cuño no narrativo, aunque nunca deja de girar alrededor de un concepto central: los observadores y observados son sujetos y objetos de devoción visual, de uno y otro lado de la creación. Corsario se impone así como un film de sensaciones, por momentos casi táctiles, y su planteo debe tomarse o dejarse, nunca demandarle que sea algo diferente. La búsqueda creativa de Raúl Perrone tiene altos, bajos y mesetas, pero si algo no puede negársele es su constante necesidad de experimentación, muchas veces cercana a la práctica del salto sin red. Los tiempos por venir dirán si Corsario es una obra de transición o una adición más al esquema que viene dominando su cine desde hace más de un lustro.