Hedy Lamarr fue una de las rutilantes estrellas de Hollywood de las décadas 1940 y 1950, pero también inventora. Con algunos cambios, uno de sus desarrollos está presente en el Wi-Fi y el Bluetooth de hoy. Hedy concibió su invención en la urgencia de la lucha contra el fascismo. Transcurría el año 1942, en plena guerra y cuando ella reinaba en el cine, considerada una estrella importante dentro del llamado star system de Hollywood.
Hedy, nacida Hedwig Kiesler en 1914 en Viena, llegó a Estados Unidos por caminos azarosos, como muchos emigrados expulsados de Europa en el convulsionado período entre las dos Guerras Mundiales. Igual que los refugiados de hoy, en las década de 1920 y 1930, gente común se veía forzada a hazañas poco comunes por el simple hecho de intentar sobrevivir a las persecuciones políticas y raciales de esos años.
Hedy tenía más recursos que la mayoría. Su familia tenía una muy buena posición económica, su padre era banquero y la madre pianista. Creció en el fértil medio cultural de Viena. Aprendió a tocar el piano pero, además, el padre compartió con ella su interés por cuestiones tecnológicas y científicas.
Su arribo al cine
La actuación la fascinó desde joven y en 1933, con 18 años, viajó a Berlín, y se desempeñó como ayudante de libretista. El fermento cultural del Berlín de esta época era excepcional y el cine pasaba por un período de éxitos y creatividad. Pero la movida cultural estaba condenada. En 1933 Hitler llegó al poder y comenzó, primero lentamente y luego en forma acelerada, un período de rígida censura.
Hedy se hizo repentinamente famosa en 1933 cuando protagonizó su primera película, “Extasis”, filmada en Checoslovaquia bajo la dirección de Gustav Machaty. Fue el primer film en mostrar el rostro de una actriz, completamente desnuda, durante un orgasmo. Dos primicias para la época, ya que no se trataba de cine erótico, clandestino, sino de una película para público general. Hubo escándalo y la película fue prohibida en Estados Unidos, Italia y en la Alemania nazi. Después, Hedy afirmó haber sido engañada por su inexperiencia.
Segunda huida
En Berlín se casó con Fritz Mandl, un magnate y traficante de armas vienés. Él era judío, pero partidario del fascismo de Mussolini. Vendía armas a Austria e Italia que, aunque tenían gobiernos fascistas, eran todavía rivales de Hitler. Mandl resultó un marido posesivo y celoso que encerró a Hedy en sus diversas mansiones. Ella no era la mujer sumisa que Mandl hubiera pretendido y se fugó en 1937. En su autobiografía, Hedy cuenta que cambió ropas con una de las mucamas de la mansión para salir sin ser detenida. Llegó a París, financiándose con joyas que el marido le había regalado.
Viajó a Londres y luego a Nueva York buscando coincidir en el mismo barco con Louis B. Mayer, socio principal del estudio Metro-Goldwyn-Mayer. En el viaje, pudo conocerlo y negoció un contrato con MGM. De este modo, comenzó una carrera exitosa en Hollywood bajo el nombre de Hedy Lamarr, para disociar su imagen del escándalo de “Éxtasis”.
La presentaron como “la mujer más hermosa del mundo”, pero nadie se preguntó por lo que había detrás de esa cara bonita. A pesar de su éxito actoral, Hedy no encajó bien en Hollywood. Es de imaginar que extrañara los estímulos culturales de Viena y Berlín y que, a pesar de que había sido afortunada en su huida, sufriera el desarraigo. No le gustaba su rol de estrella fuera del set, firmar autógrafos le parecía una imposición absurda y por eso mismo evitaba los lugares públicos.
Primeras incursiones en la invención
Tuvo muchos amoríos, uno de ellos con Howard Hughes, productor de Hollywood, millonario y constructor de aviones veloces. La película “El aviador” con Leonardo DiCaprio muestra las excentricidades de Hughes y su interés por la aviación. Hedy propuso redondear las alas de los aviones para aumentar su velocidad, basándose en el perfil de alas y aletas que poseían las aves y peces más veloces. Hughes adoptó la idea y puso a disposición de Hedy a los ingenieros de su empresa para los desarrollos que quisiera.
Cuando estalló la guerra, Hedy quiso hacer algo para derrotar al nazismo. Su primer rol fue como inventora. Trabajó en conjunto con un músico, George Antheil, y en 1942 patentaron un sistema para mejorar torpedos radio controlados. La señal de radio tenía una frecuencia fija, característica, que podía ser detectada e interferida por el enemigo. La idea nueva era ir saltando de una frecuencia a otra, para dificultar la interferencia, programando un abanico de frecuencias entre emisor y receptor. Patrióticamente, los inventores cedieron la patente a la Marina, pero el invento durmió en un cajón. La implementación les pareció muy voluminosa y poco confiable a los expertos del arma.
Hedy Lamarr dedicó entonces su energía en recaudar fondos para la guerra, dando espectáculos en vivo. Nuevamente su belleza física hacía olvidar su intelecto, un fuerte prejuicio de la sociedad de su época que lamentablemente no ha desaparecido en la nuestra.
El origen del WiFi y el Bluetooth
La idea del abanico de frecuencias fue reflotada con algunas variantes. Primero como medio de comunicación codificada en el ejército en la década de 1960 y, luego, con los sistemas de Bluetooth y WiFi. Hoy usamos un descendiente directo de la invención de Lamarr y Antheil para conectarnos.
A finales de la década de 1990 por fin se reconoció a Hedy como inventora. Para ese momento, su carrera de actriz había terminado y vivía en Florida. Sus últimos años fueron de reclusión casi total y nunca volvió a la Europa que había dejado en la pre-guerra. En el año 2000, murió en soledad.
Hedy Lamarr no retomó nunca su veta de inventora y la Marina dejó expirar su única patente. Pero cada vez que nos conectemos al WiFi o Bluetooth, recordemos a la pionera que concibió la teoría que usan estos sistemas.
*Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.