Los estudiantes están sentados en pupitres, sobre la calle. Las clases públicas reúnen a docentes y alumnos en el mismo reclamo, y llevan a la educación pública a su máxima expresión: conocimientos y debates de todo tipo para quien quiera escuchar. Hubo más de mil clases públicas en todo el país, según informaron los gremios docentes, en el marco del plan de lucha de los profesores, que empezó el martes y se extendió hasta ayer, con paros y otras medidas de fuerza en reclamo de un aumento salarial del 35 por ciento (mientras el Gobierno ofrece sólo el 20 por ciento en cuotas).
“La oferta del Gobierno en las paritarias ha sido muy mala, no reconoce lo que perdimos el año pasado y quiere imponernos un techo. Todos preferiríamos estar cursando en condiciones normales y cobrando un salario digno, pero eso no pasa y tampoco nos escuchan”, fue una de las tantas explicaciones que dieron los profesores frente a sus alumnos, sobre el pavimento.
En la Facultad de Ciencias Sociales –escenario, como otras facultades de la UBA, de numerosas clases públicas– el patio tiene nombre y apellido: Conversódromo Nicolás Casullo, un homenaje al recordado profesor y escritor. Alrededor hay murales sobre la Noche de los Lápices, sobre Julio López, sobre Mariano Ferreyra. Leila Khaled, la militante palestina, también tiene su sitio. “Ni una menos, vivas nos queremos”; “Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo”, dicen las paredes. Son las 9 pasadas y ahí está por comenzar el teórico de la materia Teoría estética y teoría política; la cátedra está a cargo de Horacio González, pero hoy va a dar clase Eduardo Rinesi. De camisa gris, jean oscuro, pulóver marrón atado a la cintura, anteojos y barba espesa, se sienta sobre una mesa roja del conversódromo y avisa: “Este es un cuatrimestre que se anuncia más o menos atípico”. Su clase es una introducción a la materia. Presenta a los demás docentes y qué tema dará cada quien. “El conflicto tiene una connotación negativa, pero está lejos de serlo. Es el principio constitutivo de la política. No hay política si no hay conflicto”, explica, y da ejemplos: “Para el marxismo, el conflicto es de clases; para las mujeres, de género; Samuel Huntington acuñó el término choque de civilizaciones por el conflicto entre culturas”.
La clase suma unos veinte estudiantes; a unos metros, otra clase cuenta otros tantos. Más allá, varios cursos empiezan a salir a la calle. Santiago Gándara, Maxi Duquelsky y Javier Palma, docentes de la AGD (gremio de base de la Conadu Histórica), ayudan a bajar los bancos, y cortan la calle Santiago del Estero, en Constitución.
Desde la dirección de la facultad enviaron un mail a los estudiantes y docentes manifestando su apoyo a las medidas de lucha. De paso, pidieron que las sillas y los bancos que se sacan a la calle sean devueltos a su lugar, para evitar que se deterioren, y para que no sean los no docentes quienes tengan que cargarlos.
El martes a la noche hubo una asamblea estudiantil, donde se votó, entre otras cosas, adherir al reclamo de los docentes, participar de las distintas medidas de fuerza, como la marcha de antorchas que se realizó el miércoles y de la marcha de las dos CTA de ayer. También se votó realizar una asamblea el próximo miércoles, para definir cómo participar el jueves 6, día del paro general convocado por la CGT.
“La política en nuestro país se hace en las calles, más allá de los dirigentes”, dice Pablo, docente de Filosofía de la cátedra de Marcelo Raffin. “Lo que pasó no fue magia –ironiza–, porque uno veía los actores que había en escena y esto era previsible.” Todas las clases públicas se organizan, casi naturalmente, en forma de círculo. “Por la experiencias de años anteriores, la clase pública es la mejor forma de visibilizar el conflicto, de apoyar a nuestros docentes”, dice un militante, mientras otro reparte volantes. “Hay plata para comprar armas y no para la educación”, se queja un docente de Feduba (gremio de base de la Conadu en la UBA), que pasa por los cursos comentando la situación, y agradeciendo a los profesores que salen a la calle.
Casi todas las personas que pasan caminando por la calle se detienen a mirar las clases; algunas se acercan, escuchan algo y se van; otras sacan fotos o filman, la escena no se repite habitualmente. Una pareja de turistas saluda a todo el mundo, se ríen. Muchos estudiantes van curso por curso preguntando qué clase es esa, si alguien sabe dónde está la suya.
“Todo el apoyo a los docentes, plata para la educación y no para la deuda”, dice un cartel pegado a la pared. El apoyo en la calle se nota, aunque siempre hay excepciones: desde la esquina, un motoquero grita con fuerza: “Vayan a laburar y dejen de cortar la calle”. Todos giran la cabeza. Una profesora de Semiótica explica: “El signo tiene diferentes interpretantes. Algunos ven esto y pueden pensar ‘es una clase pública’, ‘es un piquete’, o ‘una nueva forma de enseñanza’”. Un señor mayor, pantalón blanco y camisa rosada, se alía con el motoquero: “Dejen de joder con la huelga, trabajen. Argentina es una mina de oro”. “Que les paguen a los docentes entonces”, le contesta una estudiante. Más tranquilo, un chico que justo pasa por la vereda le dice: “Si le molesta, quédese en su casa viendo la novela, si no le va a dar un bobazo”. Se gana un par de aplausos y varios pulgares levantados.
Un profesor habla sobre la acumulación del capital, las diferencias entre valor de uso y valor de cambio, sobre cómo se extrae plusvalía de los trabajadores, y luego deja que dos militantes hablen. “Macri habla de caer en la educación pública, algo falso porque en Argentina la educación pública es mejor que la privada, lo que esconde es su intento de privatizar la educación. Esta lucha no es sólo por paritarias, sino en defensa de la educación pública”.
Informe: Gastón Godoy.