La isla de Key West, en el estado de Florida, tiene, entre otras atracciones, una casa museo. Se trata de la casa que habitara el escritor Ernest Hemingway, que también se vio afectada por la pandemia de coronavirus. No hay turistas y 30 de sus 45 empleados fueron despedidos. Sin embargo, en la casa del autor de Adiós a las armas hay una atracción que aun atrae visitas: gatos de seis dedos.
La casa y sus residentes se acostumbraron a convivir con fuertes huracanes, pero la pandemia superó toda previsión. Las fronteras del Estado están cerradas y no hay cruceros desde marzo, con lo que solamente hay turismo local, escaso por miedo a los contagios, en una región muy afectada por la Covid-19.
"Tenía diez guías. Ahora tengo cuatro", afirmó el director de la casa-museo, Andrew Morawski. "Pensamos seguir abiertos", añadió, sin embargo. "Y nuestros gatos seguirán siendo tratados como realeza".
Se trata de alrededor de cincuenta gatos de seis dedos. Descienden de una mascota que el escritor recibió como regalo, que tenía seis dedos en cada pata, al igual que todos sus descendientes.
Inclusive, parece ser que los turistas locales están más interesados en la colonia de gatos que en conocer cómo vivía el escritor, ganador del Premio Nobel. Como Hemingway no está muy difundido en las escuelas norteamericanas, el atractivo de la casa es más extraliterario que cultural. "Aquí, en Estados Unidos, los gatos parecen ser más la atracción", resaltó Morawski.
El autor, que vivió entre 1899 y 1961, y fue fanático de las corridas de toros y corresponsal de guerra, llegó a la casa en los años 30 junto a su segunda esposa, Pauline Pfeiffer, en los años 30. Key West es el último de los Cayos de Florida, un archipiélago de islas coralinas conectadas entre sí por 42 puentes, una red de 180 kilómetros de puentes sobre el mar.
El cantante de country Jimmy Buffet le dedicó en los años 70 el tema "Margaritaville", una oda al clima distendido de Key West, donde los buzones de correo frente a las casas de madera tienen forma de flamenco, de caimán o de manatí sonriente.
"Esto solía estar tan lleno de gente que apenas podías caminar entre la multitud y ahora no hay nadie", contó Jack Reichenbach, un residente de 67 años. "Todo está muy mal", aseguró el hombre, desocupado, que vende acuarelas marinas en la calle.
Es la primera vez en muchos años en que los turistas no tienen que abrirse paso a empujones ni hacer fila para tomarse fotos frente a la boya que marca el punto más meridional de los Estados Unidos.