Petite ciudad escondida
“Buenos días, amantes de la música. Continuamos nuestra estancia en Lund, Suecia, abriendo una tienda de discos. Pasen y escuchen un poco de jazz, llévense lo último de Lady Gouda o compren un mini minidisc. Larga vida a los propietarios de las pequeñísimas empresas”. Pocas semanas atrás, así daba por inaugurado su más reciente negocio el colectivo artístico AnonyMouse. Hacedor, dicho sea de paso, de decenas de comercios: desde agencias de viaje hasta casas de ropa, desde restaurantes hasta librerías, desplegados en distintos puntos del citado país nórdico, también de Francia y de la Isla de Man. Todos y cada uno diseñados con mimo; elegantes sus escaparates, sus toldos, sus fachadas, sus sillas, sus mesas, sus productos. Todos y cada uno, además, no aptos para humanos, dado su tamaño miniatura. Lógico, en miras del público al que están dirigidos: son pitucas tiendas creadas exclusivamente para el goce y aprovisionamiento… de ratoncitos. “Inspirados en las historias de Astrid Lindgren y Beatrix Potter, en las películas de Walt Disney y Don Bluth, buscamos llevar un poco de magia al cotidiano de los peatones que pasan. Y, con suerte, entusiasmar a los vecinos para que cuiden especialmente las calles”, aseguran los anónimos miembros del grupo, que nunca desvelan las locaciones: desde 2016, cuando empezaron sus andanzas en Malmö, dejan que la gente las descubra por sí misma. “A la mayoría de los niños les gusta imaginar que hay un mundo paralelo al nuestro, en el que los animales pequeños viven como nosotros, dando renovado uso a los objetos que las personas han perdido. Por eso tratamos de incorporar tantas cositas humanos como sea posible: un corcho se convierte en una silla, una caja de fósforos en un escritorio…”, señalan los flamantes dueños de la reciente disquería, donde roedores melómanos ya puede avituallarse de diminutos vinilos como Back to Brie, de Amy Winemouse, String Cheese Quartet N°19 de Mouzart, At last!, de Feta James, entre tantísimos títulos.
Crowe por Bourdain: salvataje gastronómico
Desde que abriese sus puertas en 1967, ha sobrevivido lo indecible: desde cruentos conflictos bélicos hasta profundas crisis económicas; pero fue la terrible megaexplosión de comienzos de agosto, del depósito que almacenaba 2750 toneladas de nitrato de amonio, la que lo dejó de rodillas, al borde de la ruina. Así las cosas, la donación menos pensada podría salvar a Le Chef, modesto restaurante familiar del barrio de Gemmayze, en Beirut, que hoy necesita con desesperación dinero para reemplazar cableado eléctrico, ventanas, frigorífico, hornos, entre otros elementos esenciales destruidos por el estallido. Porque quien ha aportado unos cuantos miles de dólares para los arreglos ha sido nada más y nada menos que el actor Russell Crowe, y lo ha hecho en nombre del gran Anthony Bourdain, fallecido dos años atrás. “Si estuviese vivo, él hubiese hecho lo mismo”, se quitó incienso el ex-Gladiador tras consultarle un periodista de Medio Oriente si efectivamente había sido “el” Russell Crowe detrás del gesto. Lo hizo sin aspavientos, vía Twitter, deseándole un buen porvenir al negocio libanés. Al parecer, atenta estaba esta estrella de Hollywood a los consejos que antaño diera el rutilante cocinero y escritor, que no perdía ocasión de visitar Le Chef nomás poner un pie en Beirut y en más de una ocasión lo presentó en sus programas de tevé. En 2006, en No Reservations, por caso, donde dedicó palabras de elogio a este “punto legendario de la cocina libanesa”, dejándose deleitar “por sus clásicos caseros, simples, estupendamente preparados”. Un lugar que, gracias a los billetes arrimados por Crowe y otros civiles, ya ha alcanzado los 15 mil dólares que solícitamente solicitaba de almitas generosas para volver a pararse y retomar los fogones. Una buena en pleno caos: de momento, el favorito libanés de Bourdain estaría a salvo.
Función privada
Los nudistas galos han pedido revancha, y la Cinémathèque francesa, templo del séptimo arte, se las ha dado: el 13 de septiembre podrán asistir a una función de El gendarme de Saint-Tropez (Jean Girault, 1964) usando los reglamentarios tapabocas… y nada más. Una mojada de oreja a la altura de las ridículas aventuras del refunfuñón policía Ludovic Cruchot, interpretado por el cómico Louis de Funès, que en esta comedia le declaraba una guerra sin cuartel a los cul-nus de las playas de Pampelonne. Algo de lo que, al parecer, no se han olvidado sus enemigos jurados, dispuestos a apersonarse como Dios los trajo al mundo para verlo echar humo en pantalla grande intentando que su misión llegara a buen puerto amén de alcanzar un anhelado ascenso… La actividad, por cierto, forma parte de la retrospectiva que se celebra en estos días y hasta comienzos del próximo año en homenaje al actor, de Funès, un “auténtico tesoro nacional”, según destaca la Cinémathèque, que puso su gesticulante comicidad al servicio del popularísimo policía en reiteradas oportunidades. El gendarme de Saint-Tropez, al fin y al cabo, es la primera parte de una serie que se dilató hasta la muerte del protagonista, en 1983. “¡El enemigo es superior en número, es astuto y está bien organizado!”, aclamaba su Cruchot al lanzar a su brigada a una faena, que la Association des Naturistes de Paris claramente aún tiene presente. A su costa echará unas cuantas risas el venidero septiembre, sueltitos de pilcha pero con la distancia social y los barbijos recomendados, dicho está.
Llorar como una Magdalena por María… Magdalena
Que hubiese sido esculpida como una Lady Godiva sin caballo, apenas cubierta por su larguísima y frondosa melena, no cayó en gracia entre feligreses galos, tan atragantados con una imagen de María Magdalena que recientemente tomaron extremas cartas en el asunto. Apañándose con martillo, se colaron a la Capilla de San Pilón en Var, en Sainte- Baume, al sureste de Francia, y destruyeron en varias partes una representación que les chirriaba hasta el paroxismo; no sin antes santiguarse, cabe presumir, ¡flor de estampita! Poco les importó a estos fundamentalistas cristianos que la mujer que destrozaron hubiese lavado con lágrimas y ungüentos los pies del compasivo Jesucristo; o que hubiese sido protagonista de la Pasión: estuvo al pie de la Cruz y fue la primera en ver al Resucitado. O acaso, les importó demasiado, porque justificaron su destrucción con timorato argumento: ¡estaba desnuda! Cristo, nótese, no intervino con milagro para evitar el estropicio. “¿Qué van a hacer después estas personas? ¿Hacer trizas todas las imágenes de Eva porque solo una hoja cubre su sexo?”, se preguntan, incrédulos, los vecinos, tras anoticiarse de la notita de los vándalos que explicaba la rotura. “No recuerdo exactamente qué palabras usaron, pero hablaban de que era indecente y ofensiva. Semejante acto violento no puede aceptarse, independientemente de que alguien apruebe o no la forma en la que una pieza ha sido esculpida”, confirmó el vicario dominicano Patrick-Marie Bozo sobre el RIP de la susodicha pieza de yeso, de artista desconocido, que había sido instalada hace cinco años cuando se restauró la capilla, y que pronto sería sustituida por una versión permanente, de mármol. “El alcalde del pueblo luchó durante añares para lograr las refacciones, y el sitio luego fue bendecido por el obispo ¡Un poco de respeto, por favor! Si se está en desacuerdo, se escribe al ayuntamiento, pero no se irrumpe ilegalmente y se destruye una obra”, redobló el indignadísimo fraile. Una investigación policial está en marcha; Dios, de momento, no ha intercedido.