Si se incorporaran las horas de trabajo doméstico no remunerado (TDNR) a la medición del Producto Bruto Interno, pasaría a ser la actividad más importante, por encima de la industria y el comercio. El dato surge de una estimación que hizo la Dirección de Economía, Igualdad y género del Ministerio de Economía, a cargo de la economista Mercedes D’Alessandro. Si bien existían mediciones privadas, es la primera vez que lo publica a nivel nacional, un organismo oficial.
Tal como se define en el informe, “el Trabajo Doméstico y de Cuidados No Remunerado (TDCNR) es el trabajo que permite que las personas se alimenten, vean sus necesidades de cuidados satisfechas, cuenten con un espacio en condiciones de habitabilidad, reproduzcan en general sus actividades cotidianas y puedan participar en el mercado laboral, estudiar o disfrutar del ocio, entre otras”. Su distribución es estructuralmente desigual.
El ejercicio consiste en estimar, en base a la Encuesta de Uso del Tiempo que realizó el INDEC en el año 2013, el valor monetario anual del TDNR. De aquella encuesta proviene que 9 de cada 10 mujeres realizan estas tareas y que significan en promedio 6,4 horas diarias. De la clasificación acotada que ofrece la Encuesta del año 2013 surge que los quehaceres domésticos son los que mayor peso tienen (60%), seguido del Cuidado de Personas (32,8%) y Apoyo Escolar (7,3%).
Para asignarle valor a esas horas, se eligió el salario horario promedio por hora que recibe un/a trabajador/a que se dedica a las distintas tareas domésticas (dato provisto por la Encuesta Permanente de Hogares): $86,1 pesos por hora en el 4to trimestre de 2019.
Entre distintas metodologías posibles, se optó por el cálculo más conservador para mostrar que, aún cuando se mide de este modo, se demuestra que es el sector más importante de la economía. Otra forma sería, por ejemplo, asignar el salario según el tipo de actividad específica: horas de apoyo escolar, cuidado de personas, etc.
“El resultado que se obtuvo, al multiplicar la cantidad de horas destinadas al TDNR por ese valor de mercado, fue que las mujeres aportarían $3.027.433 millones (75,7%) y los varones $973.613 millones (24,3%). Es decir, las mujeres aportan 3 veces más al PIB en el sector con mayor relevancia y más invisibilizado de toda la economía nacional” agregan.
Si se incorporara como una rama más dentro de las actividades que conforman el PBI, representaría un 15,9%, por encima de la industria (13,2%), el comercio (13%), las actividades inmobiliarias y empresariales (9,9%) y la administración pública (7,1%).
El informe, además, muestra que este trabajo y por ende, su aporte a la economía, se incrementó durante la pandemia mientras que el resto de los sectores tuvo fuertes caídas. Mediante una simulación, suponen el aumento de TDNR en los hogares, principalmente en aquellos con menores de 18 años a cargo, y obtuvieron que así, el aporte del TDNR podría ser de un 21,8%, por encima de actividades primarias (15%). Otra vez el cálculo es conservador porque todo indica que las horas dedicadas al TDNR crecieron aún más.
Se trata de un dato que calculan distintos organismos y que para la región da resultados más o menos similares:
“A nivel internacional, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que el aporte del TDCNR es de 9,0% del PIB, con gran heterogeneidad entre los países. En España, por ejemplo, asciende a un 10,3% del PIB, Francia 14,8%, Alemania 15,0%, Nueva Zelanda 20,0% y 26,8% en Australia, por mencionar algunos. Estas diferencias pueden representar diversidad de escenarios (leyes laborales, cómo resuelven cuidados, infraestructura, entre otras), como también de fuentes de datos, metodologías y decisiones sobre la forma de realizar el cálculo y de presentar los resultados”, apunta el informe.
¿Qué es el PBI?
El Producto Bruto Interno es un concepto que refiere a la noción de producción en un período de tiempo determinado: cuánto produce una economía, por ejemplo, en un año. Desde que comenzó a medirse hasta la actualidad, hubo sucesivos cambios en los componentes que lo integran, según el predominio de distintas visiones sociales y políticas acerca de lo que se considera valioso.
Por nombrar dos casos relevantes, hasta la primera mitad del siglo XX ni la actividad del estado ni las finanzas formaban parte de la medición. En la actualidad, el PBI mantiene arbitrariedades tales como contar como “producción” a los alquileres de las viviendas e imputar “autoalquileres”, considerando que quienes son dueños de su vivienda se pagan a sí mismos una renta.
Qué entra dentro del concepto de producción es una definición que excede lo técnico. No todos los componentes del PBI son “observables en el mercado”. La historia de su definición es una historia de disputas entre los países y grupos de poder por definir los estándares mundialmente aceptados para su construcción. De más está decir que son discusiones que se han dado a espaldas del feminismo. Y por eso es claro su sesgo androcéntrico y patriarcal.
¿Y ahora que lo medimos?
La medición tiene que ver con la necesidad de visibilizar el aporte económico de estas tareas. Un debate vinculado, de largo aliento en el feminismo, es si estas tareas deberían ser o no remuneradas. En general, existe cierto consenso sobre la necesidad de redistribuirlas socialmente, no sólo entre varones y mujeres sino también entre las distintas clases sociales, por la notable diferencia entre quienes pagan por estos servicios y quienes los brindan, con los peores salarios y las peores condiciones laborales. También se exige la participación del Estado en la provisión de infraestructura y servicios públicos de calidad que disminuyan las horas que implican más trabajo puertas adentro de las casas, donde se hacen cargo principalmente las mujeres. Lo muestran las encuestas pero también los relatos de la vida cotidiana.
Para Corina Rodriguez, economista con amplia trayectoria en la discusión sobre cómo medir el uso del tiempo y las tareas de cuidado, es importante destacar la necesidad de mejorar las Encuestas. En 2021 habrá una nueva Encuesta de Uso del Tiempo y se espera que arroje como resultado un peso aún mayor que el surgió al utilizar la de 2013, que sobreestimó la participación de varones en estas tareas y no brindó suficiente información sobre el tipo de actividades implicadas.
Sobre las perspectivas que se abren, Corina comenta que en contextos de mercados laborales que ofrecen pocas y malas oportunidades, “remunerar monetariamente el TDNR puede significar consolidar el rol cuidador de las mujeres, desincentivar su participación en el mercado laboral y obstruir una redistribución de estas tareas entre varones y mujeres, y más ampliamente entre los distintos actores de la organización social del cuidado”.
Son debates complejos que plantean un desafío al recorrido de los feminismos en Argentina. Como señala Corina “una potencial remuneración al trabajo no remunerado, que en la práctica podría mejorar las condiciones de vida de muchas mujeres, de implementarse debería ir acompañada de un sistema articulado de políticas de cuidado, que incluya la provisión de acceso universal a servicios de cuidado, para garantizar que la dedicación al trabajo doméstico y de cuidado sea una elección entre otras igualmente posibles, y no la única alternativa que tienen muchas mujeres”.
El dato del valor monetario permite fortalecer lo que desde distintos sectores se dice con fuerza y desde hace tiempo: se trata de un trabajo esencial para el funcionamiento del sistema, porque produce fuerza de trabajo y garantiza el bienestar efectivo de las personas. Valorarlo no es aplaudirlo ni festejarlo ¿De qué modo, bajo qué formas y para quiénes podríamos exigir salario?