Portada de la edición de Galería Editorial

Hace más de veinte años que Podeti, con paciencia y metodología científica, investiga la existencia del Coso y cuál es su función entre todas las cosas. Y hace más de veinte años que insiste en que es incorrecto preguntarse qué es un Coso porque lo conocen todos, a tal punto que cualquiera lo puede identificar fácilmente entre todas las cosas del mundo. Porque un Coso es un coso, y otra cosa es otra cosa. Sin embargo, así como a la mayoría de las cosas hay que explicarlas para que se entiendan, Podeti se propuso definir de una vez y para siempre a los Cosos. Para eso no sólo buscó, halló, clasificó y catalogó la friolera de más de doscientos Cosos, sino que los dibujó y les dio una definición para que nadie más pudiera confundirse. A tal punto llegó la obsesión de Podeti por su tarea que decidió arrogarse el título de “Detectador y Reseñador de Cosos” por sobre sus oficios originales, a saber: dibujante y guionista de historietas, humorista gráfico y autor de algunos de los libros más inteligentes de la literatura humorística local: El cartoonero y Yo contra el mundo. Esta transmutación de oficios tiene una razón: la aparición de la primera Enciclopedia Mundial del Coso que reúne una selección arbitraria de Cosos y que el sello Galería Editorial editó en forma de Coso más o menos cuadrado, con de más de cien páginas, convirtiéndolo en un libro-objeto para olvidar en el bolsillo del saco o en la cartera del amante. Si bien el origen de estos casi objetos (“conocidos también como ‘pendorcho’ o ‘pituto’ en nuestro país, ‘huevada’ en Chile, ‘marinola’ en México, ‘vaina’ en el Caribe, y ‘trasto’ en España”, aclara el autor) son imprecisos, Podeti recuerda el momento en que empezó a estudiar este fenómeno. Fue en 1998, cuando participaba en la revista Internet Surf: ahí nació la idea, y luego siguió en su ya famoso y desaparecido blog Yo contra el mundo (a comienzos de este siglo y de la internet masiva), dentro del cual se organizó una subsección colaborativa con los cientos de lectores, donde se debatía acerca de la legitimidad de ciertos Cosos. “Ahí comprendí por ejemplo que los Cosos son objetos residuales de los objetos, cosos que quedan dando vuelta y nadie sabe por qué, como el cosito de la pizza, el alambre en la botella de champagne, el triangulito del sachet de leche que siempre queda en la mesada. ¿Cuál es el criterio? Bastante arbitrario, el Coso que me despierta una reflexión, por ejemplo: si tomamos ese juguete con forma de perrito que se desarmaba al presionar su base, observamos que el mecanismo que lo rige tiene una única función, hacer que deje de funcionar el juguete, por lo tanto más que juguete es un Coso”. Fue a través de la discusión web que Podeti se vio forzado a dejar por escrito una definición para delimitar el campo de trabajo: “Un Coso es un objeto de uso o presencia ocasional que nos llama la atención por su utilidad particular, por sus características únicas o su aspecto llamativo, y con la capacidad de despertarnos una iluminación o una reflexión. Así, un trozo de lechuga utilizado de decoración puede ser un Coso, pero un clavo no lo es. Un clavo es un clavo. Nada puede decirse de un clavo que ya no se haya dicho. No insista, por favor”.

La Enciclopedia –que no clausura la investigación ya que Podeti sigue publicando sus resultados en revistas como la española Mongolia– además de incorporar Cosos que podrían calificarse de hallazgos de la observación (como la inutilidad de las bolitas magnéticas chinas o del separador de compras del supermercado), ofrece a sus lectores un catálogo ordenado alfabético que sin embargo respeta la numeración original de los Cosos tal como fueron apareciendo en sus años de estudio. Así, se arranca con “Aborto de pochoclo” que es el Coso 121 y se termina con “Viruta de Goma de Borrar” que es el Coso 71. Esta rigurosidad académica convierte a su trabajo no sólo en un tratado sobre los Cosos nuevos, también en un registro de los Cosos que la sociedad olvida a lo largo de su historia como el “Miki Moko”, gelatinoso casi objeto de los años 80s.

A continuación Radar propone la lectura de algunas entradas de la nueva Enciclopedia no sólo para dar cuenta de la inteligente observación del autor, sino para ratificar una vez que Podeti es uno de los mejores cronistas de nuestro tiempo.

Coso N° 22

Alambre Protector de Champagne

La juerga ha terminado. Las luces están encendidas, las risas se apagan, la bebida brilla por su agotamiento, excepto en el fondo de algunos vasos con restos de delicatessens que flotan en su superficie. Las parejas que se han conformado en lo mejor de la fiesta han huido en busca de intimidad. Y allí yace el invitado remanente, como un residuo o una prenda de vestir olvidada, repantigado sobre una silla, decidiendo si se queda, si pide un coche, si espera a ese amigo que le ha prometido llevarlo a casa pero parece haberse volatilizado. Sin demasiada energía, la mirada vidriosa y los sentidos anonadados, recorre con sus dedos la mesa y se topa con esta mini-estructura creada originalmente para impedir que el corcho del champagne salte antes de tiempo, lo toma entre sus dedos y juguetea con él melancólicamente, pensando en esa mujer que escapó a sus encantos mientras sonaba el medley de los 80. A los pocos minutos, mira el objeto, moldeado sin pensar y transformado en otra cosa: una escultura abstracta, un modelo en miniatura del sistema solar o un animalito, y sonríe estúpidamente.

Coso N° 40

Banda de Papel de Best Seller

Se trata de un cinturón o faja de papel que rodea a los libros nuevos de las grandes editoriales, que además de garantizar su virginidad sirve para sobrevender el volumen en cuestión con algún elogio genérico en forma de cita (“Un libro bárbaro”, “Una obra infaltable”, etc.). Pero la banda sirve sobre todo como rasgo de clase: las editoriales pequeñas no la utilizan, y menos que menos los libros de segunda mano, por lo que en el mundo de los libros es el equivalente de usar ropa de marca.

Coso N° 159

Almohadón de Emoji de Caca

Cuando Alan Turing creó el decodificador de mensajes cuya evolución sería la computadora, jamás imaginó que a principios del siglo XXI todos tendríamos una computadora en nuestra casa, ni que a los pocos años llevaíamos una mini-computadora en el bolsillo a través de la cual nos comunicaríamos telefónicamente, con mensajes escritos y, por fin, con símbolos gráficos que sintetizarían nuestros estados de ánimo. Menos aún pudo imaginar que uno de estos símbolos, el de “Caca” o “Popó” alcanzaría tal popularidad que sería expulsado de la pantalla a la realidad, reproduciéndose en toda clase de objetos y eventos (como por ejemplo los “cumpleaños temáticos de caca” para niños, que tanto orgullo proporcionan a sus padres) y finalmente en confortables almohadones. Y hoy podemos proclamar, con los ojos de lágrimas: ¡Gracias, Alan Turing, por haber logrado que descansemos la cabeza sobre caca!

Coso 14

El “Insectocutor”

Ningún bar o pizzería porteños estarían completos sin este siniestro artefacto de la muerte. Creado por la tradicional antipatía argentina hacia el insecto (tal vez debido a la ascendencia europea de su población), el aparato funciona con un mecanismo realmente perverso: La luz violeta atrae al animal, que se acerca confiado para establecer contacto con ella. ¡Qué fatal sorpresa se llevará cuando la misma fuente de luz torne en Ángel de la Muerte gracias a la magia de nuestra vieja amiga la Electricidad, habitualmente utilizada con fines más constructivos! Los estertores y gritos del miserable sirven de sorda música funcional a decenas de apáticos comensales, hasta que su pequeño cuerpo pierde conductividad eléctrica y por fin, cae inerte sobre una desprevenida pizza grande de jamón y morrones.

Coso N° 63

Contenedor de Llaves para Tirar por el Balcón

Se trata de un artefacto diseñado con el objeto de no tener que bajar a abrirle la puerta de calle a las visitas. Se recomienda que tenga un exterior blando, para amortiguar la caída (evitando potenciales roturas de cráneo y daños a la llave misma). Los primeros contenedores eran sencillamente un rollo de medias, en cuyo interior se introducía la llave; pero los diferentes hogares han evolucionado en paralelo en el diseño y evolución de su propio contenedor, como el aquí ilustrado (caso real): una esponja de baño cortada por la mitad y con un profundo tajo en el centro, en donde se introducirían las llaves. Su parecido con algún artículo de pornoshop era sólo casual.

Coso N° 89

Dispositivo de Baño Público para Lavarse las Manos de Tipo Asqueroso

La presente Enciclopedia se esfuerza por mantener la objetividad en el análisis de sus ítems, procurando sólo en contadas ocasiones festejar o lamentarse por la existencia de determinado “coso”. Esta es, sin embargo, una de esas pocas ocasiones en las que nos sentimos aliviados, hasta alegres tal vez, por constatar la desaparición del Dispositivo de baño público para enjabonarse las manos de tipo asqueroso, reemplazado actualmente por máquinas que expiden jabón líquido o simples pastillas de jabón. No puede decirse que el coso en cuestión, consistente en una manija giratoria en cuya punta permanece, empalada y al alcance del usuario un pan de jabón de forma ovoide sea poco práctica, ya que el jabón queda en un lugar cómodo y accesible para el eventual lavante. Es sólo la maniobra necesaria para hacer uso del jabón lo que lo hace indeseable: tal como observara alguna vez el Sr. Pablo E. Fayó, dibujante y cantor de tangos, “hay que masturbarlo”. Intuimos que lo chocante del procedimiento, tal vez sugerido al diseñador en forma subconsciente por las actividades indecentes (admisibles sólo en situaciones de auténtica intimidad, acompañada por ternura y amor y en lo posible dentro del matrimonio) que el imaginario popular atribuye a baños públicos de toda laya, lo que ha decretado la desaparición del artefacto.

Coso N° 50

Trípode Plástico de la Pizza en Forma de Mesita

Se trata de una pequeña y sintética estructura plástica que impide a la muzzarella de la pizza pegotearse contra la tapa de cartón de la caja. El noble objeto, carente de ningún otro tipo de utilidad secundaria (excepto la de utilizarla como mesita para Playmobils u otros juguetes), autóctono como el dulce de leche y totalmente reconocible como parte de nuestra idiosincrasia, se ha ganado un lugar en el corazón de todo un pueblo como utilería infaltable y simbólica en las reuniones con amigos. No creemos exagerar al decir que estamos ante el amo, señor, conductor y líder carismático de los Cosos.

Coso N° 99

Lanzador de Agua con Forma de Jeringa Gigante y Colorida

Cada tanto una oleada psicopedagogiprogresista se lleva por delante los llamados “juguetes bélicos”, y revólveres, ametralladoras y lanzagranadas de plástico deben retirarse del mercado, obstaculizando el crecimiento de la economía y el libre comercio. Los fabricantes de juguetes se ven entonces obligados a practicar el arte del camouflage, ocultando ingeniosamente la simbología homicida de estos objetos tras lanzarrayos de Star Wars o espadas de pirata. Hay un rubro muy específico, sin embargo, que ha quedado siempre fuera de los ataques de las Ligas de Madres de Familia: el de los juguetes de agresión acuática, tal vez porque la ausencia de simulación (el daño que producen es real y no representado) hace que no sean exactamente “juguetes”, sino lisa y llanamente “armas”. El caso es que pistolas de agua de todos los tamaños (e incluso lanzadores equipados con bombonas ovaladas que cubren un nicho no muy diferente al de una ametralladora) han logrado franquear la vigilancia de los grupos antiarmamentistas sin problemas. El paso siguiente era inevitable: que viendo la zona liberada y sin moros en la costa, un Alistair Crowley de la juguetería, diabólico y anarquista, dispuesto a sembrar el Vicio y el Caos y a terminar con la Moral Burguesa, decidiera insertar en el mercado una jeringa gigante, iniciando a los niños en la familiaridad con el mundo de la drogadependencia.

Coso N° 154

El “Didgeridoo”

¿Cómo incluimos un objeto categorizado como instrumento musical en esta Enciclopedia? Concluyendo que no es, realmente, un instrumento musical. Originario de un país cuya existencia no ha sido demostrada, llamado de diferentes maneras según el estrato social del hablante (“Australia” si es un ciudadano promedio, “Nueva Zelanda” si se trata de un aficionado al cine alternativo), se puso de moda en los ’90 de la mano del grupo Jamiroquai. Para ser un instrumento de viento serio (ej: El saxofón, el oficleido, la tuba wagneriana) le faltaban llaves, agujeros, cañas y embocaduras. En realidad no se diferenciaba topológicamente hablando de un tubo de papel sanitario y el sonido que expelía iba en concordancia con ello. Debido a su exótico aspecto y tamaño excesivo, hoy sigue vivo en manos de buhoneros y músicos de feria callejera, universo en el que su existencia cobra algo de sentido.

Coso N° 132

Separador de Mingitorio

En épocas primigenias el Hombre cagaba, meaba y vomitaba en público y hasta utilizando sus miasmas como orgullosa marca territorial. No fue sino con el refinamiento de la civilización que debió agregarse a la vivienda humana todo un habitáculo –el baño- dedicado a estos menesteres. Por necesidades comerciales y sociales, en determinado momento el concepto empezó a hacer un rizo de regreso, creándose el “baño público”. El Separador de Mingitorio, por lo general manufacturado en granito u otras piedras nobles, constituye el límite mínimo, en el paso último (demasiado “último”: convengamos en que como salvaguarda de la privacidad es más una formalidad o una farsa que otra cosa) para que los conceptos de “baño” y “privacidad escatológica” terminen de desvanecerse hasta volver a esa época salvaje y desvergonzada.