Una de las postales de la marcha opositora del pasado 17 de agosto, fue la presencia de un gran número de autos importados, al punto que una de las postales de la manifestación fue la de la manifestante María Gloria Estévez Craig, quien sostenía una bandera nacional desde lo alto de una camioneta Audi Q5. Fuera de ese detalle menor, valdría analizar la frase que lanzó a los medios "Ojalá todos tuviesen un Audi en el país, lo deseo con el corazón".
Sucede que lejos de ser una manifestación individual, la concepción de apostar a la industria extranjera está ampliamente extendida en parte de la sociedad, no solo en las clases acomodadas.
Recientemente, el empresario y militante gremial Pyme del ENAC Roberto Villarruel, señaló en este suplemento que “hasta la dictadura militar de 1976 y la imposición del neoliberalismo, la mayoría de la sociedad argentina sentía orgullo de sus industriales. Hombres, mujeres, niños y niñas vestían prendas de textiles argentinos, se alimentaban con productos elaborados en el país, jugaban con juguetes argentinos, equipaban sus casas con muebles, enseres y electrodomésticos nacionales y se movían en bicicletas, motos o autos de producción mayormente argentina”.
Fue importante la incidencia del neoliberalismo local y de la globalización en esta tendencia, pero lo cierto es que el consumo de productos, insumos y bienes de capital fabricados en el exterior ha significado el talón de Aquiles de la economía local. Es decir, la denominada restricción externa, que no es otra cosa que la carencia de divisas, lo que ha llevado a recurrentes crisis por el estrangulamiento del sector externo, agravada por la tendencia hacia los dólares como ahorro.
Los dos caminos por los que se han optado frente a esta restricción fueron los de regular la adquisición de dólares o bien endeudar al país, para cumplir con el deseo del dueño de autos de alta gama.
En el caso puntual de la industria automotriz, a solo quince días de su asunción, el macrismo redujo del 30 al 10 por ciento la tasa de impuestos para autos de alta gama, mayormente importados, y de 50 a 20 por ciento la de los premium, en su totalidad importados. Fue en un contexto de liberalización cambiaria y apertura importadora. Esto contribuyó a que durante ese gobierno se experimente el mayor déficit de la balanza comercial desde 1994: 8471 millones de dólares, y el semestre más deficitario de la historia, el primero de 2018, con 5101 millones de dólares.
En tanto, el actual gobierno modificó el esquema impositivo para los autos de alta gama: no solo aumentaron las alícuotas, sino que los impuestos se actualizarán en relación a la inflación trimestral. Esto significa, en los hechos, que esos vehículos tributarán la segunda escala del impuesto, fijada ahora en 35 por ciento. Se estima que esa medida reducirá su demanda, que muchos incluso utilizaban como vía indirecta de conversión de sus pesos a bienes dolarizados, como sucedió en otras etapas con restricciones a la compra de divisas.
Aún así, la restricción a la erogación de divisas que suponen los autos importados de alta gama lejos está de solucionar el problema. La producción nacional de autos, que se compone en un 70 por ciento de autopartes importados, explicó gran parte de la restricción externa a entre 2010 y 2017, pues en aquellos años, según la Asociación de Fábricas Argentinas de Componentes, produjeron un déficit de 6000 a 8000 millones de dólares anuales.
La producción automotriz, con casas matrices en el extranjero, fue un emblema del desarrollismo, aquella política económica impulsada por el presidente Arturo Frondizi con el fin de alentar las inversiones extranjeras.
Respecto a ese modelo, en 1973 la CGE, entidad que agrupaba a los empresarios nacionales, sostenía que implicaba una “distorsión de la estructura productiva, generando desempleo, agravando los problemas de vulnerabilidad del sector externo, y aumentando la dependencia económica y tecnológica”. Señalaba que, con una nueva exigencia de importaciones, “se agravó la situación de pagos internacionales, donde se perdía una parte sustancial del control autónomo de las decisiones económicas”. Ponía de ejemplo a la industria automotriz, al indicar que “a pesar de que no teníamos caminos, las fábricas automotrices seguían saturando de unidades el mercado interno”. Es, con todo, producción nacional al fin, a diferencia de aquellos productos netamente importados, que además son habitualmente suntuarios, es decir con un lujo que no aporta nada al desarrollo del país.
La idea de Audi para todos, junto las otras expresadas en la marcha, tal vez merecerían una reflexión mayor.
@JBlejmar