Hernán Lacunza, último ministro de Economía del gobierno de Mauricio Macri, escribió el artículo “La deuda, hija del déficit fiscal” en La Nación el 30 de junio pasado. Por un lado, niega la naturaleza del proceso del endeudamiento externo de los gobiernos neoliberales, su vinculación orgánica con la fuga de capitales y las consecuencias de la valorización financiera en cuanto a desindustrialización, desempleo, menores salarios y mayor pobreza.
Por otro, deja entender que la deuda en divisas puede ser para sostener “expropiaciones de cerealeras”, “empresas públicas de bandera”, “tarifas subsidiadas”, “provincias”, “municipios”, “obras sociales sindicales”, “hospitales”, “universidades”, “maestros”, “asignaciones por hijo”, “ñoquis”, “el cambalache del gasto público”. Propone que cada quien ordene la lista como quiera y “lo que quede al final de la lista -el gasto más superfluo- es lo que financia la deuda”.
En el mismo medio el 11 de junio, con el caso Vicentin como emergente, Juan Carlos de Pablo sostuvo: “Prefiero una empresa privada en manos nacionales que extranjeras; pero prefiero una empresa privada en manos extranjeras a una empresa pública”.
Siempre lo privado por sobre lo público, aunque suena menos verosímil su elección de lo nacional a lo no nacional. En su determinación económica, lo nacional debe vincularse, en primer lugar, al mercado interno.
Existen empresas que contribuyen a ensanchar el mercado interno generando empleo y elevando los salarios reales, ampliando la producción y las capacidades productivas. Lo no nacional hoy no es necesariamente lo extranjero en general sino, en principio, lo transnacional: capitales cuyo proceso de acumulación se encuentra limitado por regulaciones nacionales y, en gran medida, por las dificultades para valorizarse en la economía real, tendiendo a financiarizarse cada vez más. Pueden ser “unicornios” de origen local.
Álvaro Alsogaray insistía: "Achicar el Estado es agrandar la Nación". Uno de los roles que John Maynard Keynes le asignó al Estado es establecer regulaciones para que las acciones de los capitales puedan coordinarse y no deriven en crisis o, al menos, se pospongan. Una de sus propuestas fue el enfoque de medidas contracíclicas.
Algunas políticas consistieron en el fortalecimiento de la demanda, en particular con el aumento del empleo y el salario. Michal Kalecki señaló que los “capitanes de la industria” quieren la intervención del Estado desde la fase descendente del ciclo hasta determinado punto, antes de alcanzar el pleno empleo para que la amenaza del despido mantenga su efecto disciplinador.
La experiencia local y de naciones desarrolladas muestra que el rol del Estado no debe limitarse a intervenciones parciales de política monetaria y fiscal. Argentina contó con empresas públicas en diversos sectores fundamentales de la economía, que luego fueron privatizadas, pero no por ineficientes sino para ceder espacio al sector privado.
Eran empresas con incidencia en la economía como YPF, Aerolíneas Argentinas, ferrocarriles y las empresas de agua, luz y gas. Tras comunicar el proceso de privatización de empresas públicas “de sectores estratégicos para la nación” en 1989, el entonces ministro de Obras y Servicios Públicos Roberto José Dromi, en el gobierno de Carlos Menem, aclaró: "Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado”.
En su primer discurso como ministro de Economía la dictadura que comenzó en 1976, José Alfredo Martínez de Hoz aseguró: “Hemos dado vuelta una hoja del intervencionismo estatizante y agobiante de la actividad económica para dar paso a la liberación de las fuerzas productivas. Hay una Argentina que muere, la del Estado elefantiásico que subsidia empresas ineficientes”.
El 8 de febrero pasado, Cristina Fernández de Kirchner analizó: "hay una insuficiencia para regular las relaciones económicas y sociales. La gran disputa que se está dando hoy es quién conduce el proceso capitalista de producción. El capitalismo en el modelo americano lo conduce el mercado. El capitalismo en el modelo chino lo conduce el Estado asociado con empresas. La discusión va por dos andariveles complementarios: quién conduce el proceso económico y de qué representaciones nuevas dotamos a las constituciones. Que el mercado conduzca todo nos conduce al desastre, hasta al desastre climático; es la gran discusión que se viene”. Y vino la crisis detonada por la covid-19.
Así como una parte de la heterodoxia no teme polemizar con el monetarismo y rechaza una relación de causalidad unívoca entre emisión e inflación, la heterodoxia nacional y popular no debe temer defender el rol productivo del Estado, siempre teniendo en cuenta el nivel de conciencia social, ni ejercer defensas vergonzantes ante el mejor instrumento -nada anticuado- para un proyecto sustentable.
Mucho más en esta crisis mundial que, a diferencia de las que le precedieron, no tiene como fundamento una simultaneidad de distintos ciclos nacionales, sino un solo ciclo transnacional.
* Economista UBA-UNDAV e integrante de Economía Política para la Argentina (EPPA).