- Epicentros: El punto de encuentro en la Ciudad de Buenos Aires fue el cruce de las avenidas 9 de Julio y la Avenida de Mayo, donde los manifestantes llegaron antes de la hora señalada por la convocatoria, las 15. Las columnas que comenzaron a llegar desde diferentes lugares, principalmente del conurbano bonaerense, fueron ubicándose a ambos lados de la 9 de Julio y por la Avenida de Mayo hacia el Congreso. Sostenida por los dirigentes de las dos CTA y los principales gremios que las integran, la bandera con los reclamos de “trabajo”, “educación” y “paritarias” escritos en enormes letras negras comenzó a avanzar pasadas las 16. Entonces el punto de encuentro se trasladó a la Plaza de Mayo.
- Estructura: A diferencia de la movilización por el Día de la Memoria, que hace menos de una semana convirtió en un hormiguero la zona, la ocupación de la calle durante la jornada de ayer fue orgánica. Cada grupo respetó su columna. La mayoría de los grupos se diferenciaba del resto con banderas, con pecheras, gorras o carteles. Algunos, inclusive, utilizaron sogas para construir los usuales corralitos que, por seguridad, suelen conformar las multitudinarias movilizaciones sindicales o de agrupaciones políticas. Todos respetaron sus grupos hasta que el avance de la caminata se frenó por imposibilidad de ingresar a la plaza, que al promediar el discurso de Pablo Micheli ya estaba desbordada. Entonces, algunos decidieron avanzar por las veredas, que permitían circular con comodidad.
- Bombos: Los bombos y petardos se escuchaban desde el subte. Es que cada agrupación sindical llevó su propio equipo de percusión para acompañar la caminata. Algunas, sobre todo los gremios docentes, agitaron mucho con canciones alusivas a la intransigencia del gobierno nacional y bonaerense en la negociación paritaria.
- Asistencia perfecta: La Avenida de Mayo fue de Suteba, Ctera y otros gremios docentes en casi un 90 por ciento. Delegaciones de La Matanza, de Lomas de Zamora, de Esteban Echeverría, Florencio Varela y Lanús del gremio que conduce Roberto Baradel colmaron la movilización. Incluso se hicieron presentes listas adversas a la conducción sindical. Ludmila comenzó a trabajar como docente de nivel inicial el año pasado. Se desempeña en Lomas de Zamora y participó de la marcha bajo la bandera del sector oficialista de Suteba. “Hay mucho para criticarle a los sindicatos, pero ahora es tiempo de estar todos en la calle”, consideró. Se adhirió a todos los paros, aunque reconoció que “el golpe al bolsillo es terrible” y “un sacrificio muy grande no solo por la plata sino por el daño que se sigue provocando a la escuela”. “Nos echan la culpa a los docentes, pero son los políticos los que están haciendo añicos la educación pública”, culminó.
- Autoconvocados a la distancia: El acto arrancó con el Himno Nacional, que empezó a sonar a la hora en que la mayoría de los porteños que trabajan en las oficinas del centro de la ciudad salían de sus trabajos. Algunos pocos aprovecharon para quedarse un rato y participar “a la distancia” de la protesta. No se acercaron a ninguna bandera, pero asintieron alguna que otra consigna proclamada desde el escenario. Nadia dijo que sí con la cabeza cuando escuchó el fragmento de la carta de Milagro Sala que aseguraba que al Gobierno lo echarían “reventando las urnas de votos”. No pudo aplaudir porque tenía de la mano de sus hijos, a los que había alcanzado a buscar de la escuela y llevado a la manifestación. Había salido, como siempre, a las 16.30 del trabajo y aprovechó el microcentro “sin autos” para correr un poco y llegar. Desde Diagonal Norte y casi San Martín escuchaba bien los discursos, ahí frenó. “Siempre que me da el tiempo vengo. Antes disfrutábamos de las plazas con mi familia. Ahora vengo a poner el cuerpo y a enseñarles a mis hijos que participando se logran resultados”, puntualizó.
- El chori y la Coca: Los puestos de comidas ya son un clásico de las manifestaciones de corte popular. Ayer, como sucedió el viernes 24 y durante la Marcha Federal Educativa, humearon de a dos o tres por cuadra. La oferta culinaria se completó con empanadas, sandwiches de milanesa, de longaniza y queso y panes rellenos. Quienes buscaban acompañar el mate, también tuvieron tortas fritas, churrinches y bolas de fraile. Pero ninguna comida, tampoco las bebidas, fueron distribuidas entre los manifestantes de manera gratuita. Quienes querían comer o beber, debían pagar por ello –40 pesos por comida; 40 por bebida, en promedio–. Quizá por el alto precio de los choris y los patys hizo que se acumularan en las planchas al calor.
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