En un artículo titulado “Holofrases y colonización subjetiva”, publicado el 19 de julio de 2020 en Salta/12, en relación con la época hablé de la proliferación de las holofrases (frases congeladas, que se repiten insistentemente y que no se dialectizan ni se articulan en una cadena significante) y del mecanismo de la forclusión (el repudio liso y llano de un hecho que fue percibido pero que no alcanzó a pasar por la conciencia ni siguió la vía del lenguaje, es decir, de lo simbólico) que Jacques Lacan refiere a la psicosis.
En ese artículo, cuya temática ahora retomo, hablé de la “instrumentación del delirio, puesto al servicio de la fase actual capitalista”, aunque podríamos decir con ironía que el lugar desde donde retornan hoy las “voces” no son ya, como sucede en las alucinaciones auditivas de antaño, “las paredes”, sino los muros mediáticos de un amo impersonal que aturde y dicta las frases.
El tema de la “locura” en relación con la época no es nuevo. En psicoanálisis, desde hace algunas décadas, se viene hablando de “las psicosis ordinarias” (término introducido por Jacques-Alain Miller en 1998), estados actuales en los que es posible encontrar los mecanismos de las psicosis, aun cuando no estén las construcciones propias de las psicosis clásicas.
Jacques Lacan se refirió, en su momento, a la forclusión del significante “Nombre del padre”, de ese punto de abrochamiento de la significación que nos reúne por encima de las diferencias, ese significante capaz de organizar los otros significantes. Lacan también dijo: “todo el mundo es loco, es decir, delira”. Ya Pascal señalaba que la locura es algo inherente a la condición humana. Y lo saben muy bien los poetas, en relación con el lenguaje. La relación de la psicosis con el capitalismo tampoco es nueva, recordemos la articulación que hace Gilles Deleuze entre el capitalismo y la esquizofrenia. Pero hoy todo eso ha dado un paso adelante y se hace por demás manifiesto.
Quizá sea ilustrativo traer a colación algunas obras literarias, que más allá de lo particular de sus personajes, y aun cuando no planteen específicamente el problema de la psicosis sino de la existencia, parecieran adelantar lo que actualmente tiende a generalizarse. Esas obras son “El extranjero” de Albert Camus y “Bartebly el escribiente”, de Herman Melville. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘falleció su madre, Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. Así comienza la novela “El extranjero”, narrando la extrema desafectivización del personaje, el entierro de su madre como un simple dato, un trámite o a lo sumo un sueño del que al día siguiente sólo le quedarán algunas imágenes borrosas. Vemos ahí la perplejidad, la rotura del lazo social.
En “El extranjero” se presenta lo absurdo, la indiferencia del personaje Meursault, la inercia del dejarse arrastrar por lo que resuena, su descripción de las escenas cotidianas como cuadros congelados o pinturas expresionistas donde no se siente incluido, su vivencia de extrañeza ante el mundo, la gratuidad de decir cualquier cosa, una vida vana con vecinos vanos, el hecho de que todo le da lo mismo.
En Meursault imperan la ausencia de amarras, el crimen sin sentido, la falta de remisión significante, como cuando frente al Tribunal (que lo está juzgando por haber matado a un árabe en la playa) que le pregunta “¿por qué mató al árabe?”, responde: “por el sol” y piensa: “pensé en ese momento que se podía tirar o no tirar y que daba lo mismo”. Estas obras de la literatura ilustran un aspecto del acontecer actual en la cultura, aunque no sea ésta una época de filosofía existencial ni Meursault pueda ser equiparado en un todo a los “locos” que abundan en las sociedades actuales. A diferencia de Meursault o de Bartleby, sus émulos están hoy atravesados por el odio y la colonización mental por parte de las usinas del discurso capitalista. Es decir, ya no serían casos puramente individuales como los de los personajes de Camus y Melville.
La “locura”, valga la contradicción, se ha socializado: individuos capaces de decir al unísono, sin fundamentos ni explicaciones: “el coronavirus no existe, es un invento de gobierno”, “las vacunas tendrán un chip para controlar a las personas”, “estamos en una dictadura stalinista”, etc., habitantes que son arrastrados por los vendavales de la época, sin anclaje, sin una noción de la historia, sin puntos de sujeción. Pareciera faltar en todos los casos la posibilidad humana, que señalara Kant, en “Crítica de la Razón Práctica”, de adelantar mentalmente la acción y reflexionar sobre los propios actos. Habría entonces desborde pulsional, no imperativo moral. Pensemos, por ejemplo, en esos robos seguidos de crímenes inmotivados, o motivados sólo por el imperio de la pulsión de muerte, el pasaje al acto, el frenesí, la descarga inmediata.
En “Bartleby el escribiente”, de Herman Melville, obra que se podría situar como una especie de existencialismo anticipado en el siglo XIX, se trata del estado contemplativo del personaje y del automatismo de su frase: “preferiría no hacerlo”. En estado de azoro, Bartleby, no satisface la llamada de los otros y hace vacilar un orden, una regularidad y un anclaje en el bufete en donde ha ingresado como escribiente.
Su frase, su holofrase: “preferiría no hacerlo”, tal como las que escuchamos actualmente (“vivimos en una dictadura”, “quieren llevarnos a ser como Venezuela”, etc.), se sitúa por fuera de la articulación significante, al margen de lo simbólico. El narrador, al final de esta “short story”, relata que un rumor afirmaba que Bartleby había sido empleado de la oficina de cartas no reclamadas de Washington, cartas no leídas, no llegadas a los destinatarios y que eso podría haber desencadenado su excentricidad y soledad.
Algo de eso se juega en esta época: la impermeabilidad del Otro para alojar la palabra del sujeto, verbalizaciones que no llegan a destino. Quizá habitamos un tiempo en el que crece la anomia y en la que muchos comienzan a ser, de manera ya evidente, un poco Meursault o Bartleby (aunque más furiosos), atravesados por la declinación histórica y la pérdida de los puntos de referencias, sujetos desafiliados del orden simbólico y del consenso de la lengua.
*Escritor y psicoanalista