En los últimos días el sicariato mediático destaca con bombos y platillos que la Argentina ya ocupa el 10 lugar mundial en el número de infectados. Se nota un perverso regocijo al ofrecer esa noticia porque, obvio, debilita al gobierno nacional. Pero hay algo más: una contradicción flagrante –e inmoral por lo irresponsable- pues junto con atemorizar a la población con esa estadística se la invita a que recupere sus libertades y retorne a la normalidad alterada por la “infectadura”.
Si su preocupación por la progresión de los contagios fuese honesta los oligopolios mediáticos deberían recomendar a la gente que respete el aislamiento, se quede en sus casas y si está obligada a salir que cumpla con el protocolo sobre la distancia social y el uso del barbijo. Y, al mismo tiempo, deberían urgir a la oposición a que sin más demora apruebe el “impuesto a la riqueza” para subsidiar a quienes si no salen de sus casas no pueden subsistir, sean éstos trabajadores o dueños de pequeñas empresas.
Lejos de ello, descargan toda su artillería mediática para oponerse a lo que recomiendan economistas como Paul Krugman, Josepth Stiglitz y Thomas Piketty: lo único sensato para hacer en tiempos como éstos es aumentar los impuestos a las grandes fortunas para dotar al estado de los extraordinarios recursos requeridos para combatir la “tormenta perfecta” de la pandemia y la crisis económica.
Pero el objetivo de ese mal periodismo no es informar sino crear un clima de conmoción social que deteriore la legitimidad del gobierno nacional. Parafraseando a Jorge Luis Borges esta oligarquía comunicacional es incorregible. Contumaz antiperonista, el escritor utilizó esa expresión para referirse a los peronistas de quienes dijo que no eran “ni buenos ni malos, sino incorregibles”.
Los medios hegemónicos, en cambio, son las dos cosas: malos, porque al desinformar o blindar información inconveniente para sus dueños o los grupos dominantes, hacen el mal. E incorregibles, porque por más que se les exija que actúen con ecuanimidad y objetividad jamás lo van a hacer. Hay en juego demasiado dinero y demasiado poder como para que se comporten de otro modo.
La ubicación de la Argentina en ese ranking, en el número 10, sólo muestra que en su afán de mentir esos medios no reparan en nada. Cualquier estudiante de sociología sabe que el número de casos detectados está directamente relacionado con dos variables: el tamaño de la población y el número de tests aplicados para la detección del Covid-19.
El tamaño de la población es un dato preciso, certificado periódicamente por los censos nacionales; el número de tests es una variable mucho menos confiable. En poblaciones más grandes seguramente habrá mayor número de infectados. En países con sistemas de testeo más desarrollados también.
Para sortear estas dificultades podemos apelar a un dato duro aunque no exento de críticas: la estadística de los fallecidos. ¿Por qué? Porque el número de muertos por Covid-19 también suscita sospechas en muchos países, tanto en Europa como en Estados Unidos, varios asiáticos y en América Latina. En todos hay un cierto nivel de subregistro. Pero es el dato más sólido con que contamos.
Prosigamos: al día de hoy, 7 de septiembre de 2020, la Argentina tiene 478,792 contagiados y por eso continúa en el décimo lugar del ranking mundial. Pero controlando el efecto de la variable “tamaño de la población” se observa que la cifra de los contagiados por millón de habitantes desciende al puesto número 25. Cuando se calcula a los fallecidos por millón de habitantes la Argentina sigue descendiendo hasta llegar al puesto número 30, un índice mejor aún que el de Suiza, Estados Unidos y varios países europeos y latinoamericanos.
Por lo tanto la “noticia” de que estamos en el lugar número 10 no es falsa pero sí es premeditadamente engañosa, porque al no estandarizarse por el tamaño de la población su significado se distorsiona e induce a una respuesta adversa hacia el gobierno entre quienes consumen esa información.
Sigamos: si se toma aisladamente el número de personas contagiadas, Brasil ocupa ahora el tercer lugar mundial, desplazado ayer del segundo por la India; pero la cifra por millón de habitantes lo coloca en el puesto número 11, aunque los muertos por millón lo eleven al noveno lugar mundial. Chile ocupa el undécimo lugar en número de casos, con un poco menos infectados que la Argentina; pero cuando se los compara por millón de habitantes Chile sube al puesto número 6º en el ranking y en el número de fallecidos desciende un escalón, para ocupar el 7º lugar mundial. Muy lejos de la Argentina, que está en el número 30.
Pero para el sicariato mediático esto es algo que debe ser ocultado. El décimo lugar en el número de contagiados permite realizar una operación política al servicio de la oposición y los proponentes de la “infectadura”; el lugar número 30 que realmente ocupa la Argentina no permitiría hacer esa operación, por lo tanto el dato se oculta ante los ojos de la población.
Estas reflexiones no deberían llevarnos a minimizar la enorme gravedad del problema de la pandemia en la Argentina. Las advertencias de Alberto Kornblihtt en Página/12 cuando dice que las víctimas equivalen a la caída de un Jumbo cada día son de una contundencia irrefutable. Y tiene razón también cuando anota que si tal catástrofe ocurriera sería tapa de todos los periódicos. Pero no ocurre lo mismo con la pandemia. Ha sido naturalizada, y eso nos deja inermes ante su amenaza.
Aprendamos la lección: el objetivo de las fake news no es informar ni educar a la ciudadanía, sino ejecutar una operación política que la predisponga en contra del gobierno. Por eso los oligopolios mediáticos, adictos a las fake news, son un pesado lastre que dificulta enormemente la discusión seria de asuntos públicos como la pandemia y la construcción de la democracia en la Argentina.