Humor negro patibulario, procedimientos de vanguardia y un sentido exquisito del anacronismo se combinan en Poemas de la peste, el nuevo libro de Rubén Echagüe (publicado en Buenos Aires este año por Ediciones en Danza), para hacer de esta obra amena y ácida una de las más irónicamente cómicas y amargamente hermosas que se hayan escrito hasta ahora sobre el infatigable covid-19, prefigurado acaso en "la peste destruidora" a la que se refería el Salmo 91 del Rey David. Si en sus libros anteriores citaba otras tradiciones religiosas, aquí Echagüe apela con oficio de artista plástico al procedimiento del montaje para poner en resonancia aquel versículo de inesperada actualidad: "Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra" con las cifras fatales diarias.

Precisamente los pasajes bíblicos arriba citados no figuran en el libro de Echagüe, quien se desvía de lo obvio y propone intertextualidades oblicuas, recortando y pegando con fineza quirúrgica los versos del salmista que rodean en el original a los más explosivos. "¿No me prometió el Juez de la tierra que no tendría temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día, ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya?", indaga el poeta en un texto titulado "La Promesa", el número 35 de la serie de cuarenta (como los días de la cuarentena, etimológicamente al menos) composiciones en prosa poética que se dejan leer como minificciones o breves ensayos.

Nacido en Rosario en 1948, egresado de la carrera de Bellas Artes de la UNR, ex director del Museo Castagnino y de la Biblioteca Argentina, Echagüe lleva vivida una trayectoria multifacética de artista plástico, ilustrador de libros de poesía, crítico de arte, curador, diseñador de montaje de exposiciones y (last but not least) poeta. Un recorrido signado por una vasta erudición, preferencias o rechazos bien definidos y un humor estoico, en estos días la pandemia lo sitúa (como a tantos) en el infame lugar de "grupo de riesgo" para el cual importa sólo el primer dato del curriculum vitae: la fecha de nacimiento. A un poeta que ya venía escribiendo con ironía sobre la fragilidad, la impermanencia y el encierro, los temas del 2020 lo encuentran con el carcaj bien cargado de afiladas saetas, y el arco tan bien temperado como el clavecín que su alter ego lírico se jacta de tener.

Ante una realidad que supera las profecías más pesimistas, Echagüe redobla la apuesta y la satiriza mediante un hábil uso del recurso de la hipérbole o exageración. Con esto logra un efecto de reducción al absurdo que paradójicamente alivia el sufrimiento de sus lectores, a quienes nos devuelve el placer de la risa y nos regala el goce de la prosa. También contribuye a desnaturalizar los malos modos de un biopoder todopoderoso.

"Kafkiano" es un adjetivo que ha circulado mucho en estos meses, y que en estos textos breves suma una dimensión de excelencia literaria a la ya trillada de clima pesadillesco burocrático. El adjetivo honra a Franz Kafka, gran escritor checo fallecido de tuberculosis entre la epidemia de gripe española y el Holocausto del siglo pasado. (Por un absurdo como los de su narrativa, su obra fue prohibida en la Checoslovaquia soviética). Los títulos en Echagüe son kafkianos. Parecen nombres de cartas de tarot: "La denuncia", "La visión", "El asedio", "El insomnio", "La calle", "El barco", "Los pájaros", "La ciudad", "Los infectados", "Las cifras", "El panegírico", "La asepsia", "La vejez", "El geriátrico", "La culpa", "El túnel", "El muerto", "El destino", "La seguridad", "Lo peor", "Las ofrendas", "La ley", "El culto", "Las horas", "Las manos", "El invierno", "La distancia", entre otros. Y, por supuesto, "La cuarentena". A diferencia de los de Kafka, no son relatos enigmáticos. Estas parábolas fantásticas de horror critican con humor una actualidad insoportable.

Ebrias de la imaginería exuberante de ciertas mitologías orientales, las referencias a la China cobran nuevos sentidos, por ser el lugar de origen del virus. El delirio apocalíptico que se ha apoderado de la cultura global alimenta la fantasía del autor: "un dragón de nueve cabezas irrumpió en una sesión de la ONU, paseó sus nueve lenguas sobre las babuchas de seda del embajador de China, destrozó una ventana, sobrevoló la ciudad de Nueva York muchas veces y finalmente se zambulló en el Hudson, cuyas aguas se transmutaron en sangre" ("El acaparamiento"). Una cotidianeidad árida se transmuta en viñetas poéticas atroces, obras que funcionan como pesadillas controladas: "Pájaros surcan el cielo como si fueran balas..."; "hasta el aire milita en el ejército invasor". "Los diagramas suben y bajan como montañas rusas..."; "el lugar de los viejos es la fosa". El coronavirus es agigantado hasta la figura de "la Gran Esfera", omnipresente y voraz. El lenguaje de los medios se deforma en una distorsión expresionista no exenta de furia.

"Para no ser una tilde más en los cuadernos de la Universidad John Hopkins, que contabiliza los muertos, antes de salir a la calle cumplimento todos los trámites de rigor: 1º) Lleno por internet el formulario de los que se resisten a morir, y que empieza diciendo: 'Alea jacta est', etc., etc. 2º) Así queda iniciado el Trámite de la Inútil Salida, que será puesto a consideración del Eminente Jefe de los Mandarines de Turno [...]. 3º) Por videoconferencia deposito una ofrenda de vino de arroz y carne de cordero en la tumba de mis antepasados, quienes confirman que mi número de DNI es el correcto. 4º) Alguien desliza en mi buzón una tarjeta con el teléfono del Insobornable Inspector de las Selladas Puertas. 5º) Llamo a ese teléfono (aunque sé que no existe) todos los días durante veinte años. 6º) La solicitud me es denegada" (25. "La Solicitud"), escribe.

Rubén Echagüe también ha publicado los poemarios La casa en llamas (2013), Fin de la edad de oro (2016), Paraíso negado (2018) y Celda (2019), además de una cantidad y calidad enorme de textos críticos sobre arte de Rosario que se encuentra dispersa en archivos frágiles y vulnerables. Todavía esos escritos aguardan una obra crítica reunida.