En los meses que viene transcurriendo el aislamiento obligatorio los fenómenos discursivos opositores mostraron algunas variantes para advertir. La mayoría de ellas no son nuevas, provienen de larga data y mostraron su eficacia en periodos anteriores. Lo que vivimos actualmente es una inusitada profundización de su alcance, influencia y capacidad de instalación.
Enumeramos los principales aspectos de la fisonomía del discurso opositor para desgranar sus impactos:
1. El discurso opositor no es propiedad de un espacio político institucionalizado. El “sentido opositor” no proviene de un único sector. Lo comparten, lo esgrimen y lo ponen en práctica una multiplicidad de actores con diversas capacidades de influencia: medios de comunicación, organizaciones empresarias, referentes de la cultura, etc.). En este sentido, la magnitud de la construcción discursiva opositora tiene un tamaño por momentos difícil de medir.
2. Los medios de comunicación comerciales emergen como propaladores de un solo tipo de discurso, el opositor. El escenario mediático comercial se mantiene relativamente incólume desde hace una década. Pero se le agrega un fenómeno: la aceleración de su concentración. Su capacidad de frame y su poder expansivo de los discursos es mayor que hace una década. También su carácter monolítico: cada vez hay menos lugar para la pluralidad.
3. Juntos por el Cambio y los medios concentrados solaparon sus discursos. Desde hace varios años el principal espacio opositor confluyó su discurso político con el de los grandes medios de comunicación. Más allá de si sus sostenes son sofisticados o no, y por fuera de un análisis de los intereses que comparten, si uno repasa los argumentos que esgrimen los principales editorialistas del Grupo La Nación o el Grupo Clarín encontrará más de un punto en común con las frases de los dirigentes más visibles de Juntos por el Cambio. Esto resulta a la vez una ventaja (fácilmente identificables) y un problema (la potencia de la repetición).
4. A pesar de la expansión de los medios digitales, los medios tradicionales permanecen como los principales generadores de una agenda que es, en general, la opositora. En el último tiempo se aceleraron los textos académicos que reclamaron poner el foco en la trascendencia de los medios digitales como la nueva panacea comunicacional. Si bien la realidad marca que estamos en una transición donde estos últimos avanzan en el dominio de las interacciones sociales, la práctica política y en el refugio de la publicidad a nivel global, la pandemia demostró que los medios tradicionales mantienen altos niveles de popularidad. En ese sentido, no hay que dejar de tenerlos en la vista a la hora de la disputa por el marco político del sentido común.
5. Los discursos de odio conectan bien con el lenguaje de Juntos por el Cambio y, por ende, con el espacio mediático comercial. En varios países europeos y/o en Estados Unidos hace algunos años se viene analizado el crecimiento electoral de las denominadas derechas alternativas o alt-right. Ese fenómeno político todavía nos resulta extraño en Argentina. Pero las movilizaciones ocurridas en el contexto de aislamiento y las abiertas convocatorias a las mismas realizadas por dirigentes de Juntos por el Cambio deberían marcar un alerta. Hay un segmento del discurso cambiemita que busca conectar con consignas de extrema derecha y que además se propone conducir el espacio. Y, en línea con el punto 3, hay grupos mediáticos concentrados que no solo no condenan ninguna de esas expresiones sino que las difunden y las legitiman.
6. El discurso oficial no encuentra articuladores ni espacios donde transitar. El triunfo del Frente de Todos supuso una expectativa: la posibilidad de reconstruir espacios mediáticos que le den lugar al discurso nacional y popular. El perfil desarrollado por los medios públicos y las características de la escena comercial de medios no logran hoy oficiar como verdaderas cámaras de eco de una cosmovisión que termina siendo “alternativa”. La agenda de la economía popular, las realidades del movimiento obrero, las novedades del movimiento feminista, etc. no forman parte de la principal agenda mediática de la Argentina. Por lo tanto, hoy conviven dos (o más): una central y otra(s) alternativa(s). La primera es totalmente opositora. La segunda no es totalmente oficial.
7. El discurso opositor encuentra varias plataformas de despliegue. Si bien el Frente de Todos avanzó varios casilleros en las tecnologías 2.0, todavía flota en el ambiente la sensación de que el manejo de la comunicación digital es propiedad de Juntos por el Cambio. Eso se traduce en que el despliegue del discurso opositor que parece ocupar todo el espectro de plataformas sin dejar resquicio.
Frente a estos rasgos descriptos, las tareas comunicacionales para el oficialismo y el espacio nacional y popular se multiplican. El desafío no es emprenderlas en forma inmediata sino reconocerlas, entenderlas y actuar en consecuencia.
* Diego Vesciunas: Licenciado y Magíster en Comunicación. Docente Ciencias de la Comunicación UBA. @diegoteve