En los últimos meses hemos visto cómo el rol que tienen las redes sociales ha ido en aumento. Como nunca en los últimos tiempos, muchos debimos recurrir a su representación de la realidad ―sesgada, claro está― para saber qué pasaba en un mundo que se encontraba contra las cuerdas por culpa de un ejército invisible.
Los números no mienten. Según la revista Forbes la red del pajarito aumentó su base de cuentas activas en un 34% durante la pandemia, agregando 20 millones de usuarios durante el segundo trimestre del 2020, mientras que durante el periodo enero, febrero y marzo su crecimiento había sido del 24%.
Los picos de aumento coinciden con el aislamiento a los que estuvo sometido Europa y América, pero también se dieron otros vértices, como fue el ocasionado por la crecida del valor de las acciones en la bolsa de New York. Twitter pasó a ser un gran negocio para los grupos de poder que vieron en esta red social una forma de mantener un status quo acorde a sus intereses.
Más que nunca, el monopolio físico y simbólico de la realidad pasó a estar en sus manos y, junto con ello, el de ser el verdugo que decide no solo qué contar, sino también, quién puede hacerlo. Pero lo niega, porque según esta red los criterios que sirven a los efectos de garantizar la libertad de pensamiento y expresión, actualizados debido al coronavirus y que funcionan como mecanismos de censura, serán para aquellas “afirmaciones específicas y no verificadas que causen malestar social”, según pudimos leer en su blog oficial.
La pregunta que nos hacemos es: ¿malestar social para quién? Porque recientemente en la Argentina se hizo conocida la amenaza de muerte que propició el usuario “El presto” a la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner al decirle: “vos no vas a salir viva de este estallido social. Vas a ser la primera –junto con tus crías políticas- en pagar todo el daño que causaron. Te queda poco tiempo”.
Sin embargo, la cuenta sigue abierta y siendo el megáfono que amplía los intereses de una minoría que se cree dueña de un país que sólo parece detestar, como dice el gran Peter Capusotto. Lo extraño de todo esto es que dicho tuit va en contra de lo que establece el artículo 13 del Pacto de San José de Costa Rica en su inciso 5, el cual expresa que “estará prohibido por ley toda propaganda a favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia…”
Todo lo contrario a lo que sucede con aquellas cuentas que no infringen ninguna norma, no violan el artículo de pensamiento y expresión pero sin embargo en estos últimos días han sido silenciadas por defender desde lo virtual el proyecto nacional y popular que encabeza Alberto Fernández, tal como es el caso de la famosa tuitera @etupito y de uno de los autores de esta nota.
Esto se debe a la frontera difusa del Estado-nación y su incapacidad por controlar los flujos de capital. Es una transformación de la política y de los procesos democráticos de la sociedad red y que se vinculan con la introducción de las nuevas tecnologías de la información. El binomio Estado-nación se transforma, según Castells (La era de la información, Editorial Siglo XXI, 2001), en Estado impotente.
En este sentido, la doctora en Ciencia Política, María Cristina Menéndez (Política y medios en la era de la información. La Crujía Ediciones. 2009) aclara que el impacto político de la revolución de las tecnologías de la información ha provocado un cambio en la clásica categoría Estado-nación y por lo tanto “necesita ser revisada a la luz de estas observaciones que muestran la existencia de una pluralidad de fuentes de autoridad entre las cuales el Estado es sólo una de ellas”.
Twitter se ha convertido por antonomasia en el símbolo de poder que censura a aquellos que escriben para los que no tienen voz, que defienden los intereses de los de abajo y luchan por la causa de los pueblos.
Ya no es más un pajarito, se convirtió en un gorila.
* Mauro Brissio es Magíster en Comunicación. Grupo Artigas.
** Antonio Colicigno es Magíster en Políticas Sociales. Grupo Artigas.