El nuevo film de Paulo Pécora, Lo que tenemos, surgió como resultado de un proceso colectivo. Fue un proyecto llevado a cabo por cuatro amigos: Mónica Lairana, Maricel Santin, Alberto Rojas Apel y el propio Pécora. "Surgió la intención de hacer una película juntos alguna vez y lo fuimos hablando muy relajadamente, hasta que un día se nos dio por charlarlo un poco más en serio y estuvo la posibilidad de hacer esta película", comenta el cineasta en diálogo con Página/12. A partir del encuentro, pensaron en un tema y en una forma de concretar el film. Lo que tenemos se estrena hoy martes en la plataforma Cine.ar.

Lo que tenemos aborda una temática actual como la posibilidad de formar nuevos tipos de familia. Y lo hace acompañando a Male (Santin), Fran (Lairana) y Uri (Rojas Apel), tres amigos que viajan a un pueblo de la costa atlántica bonaerense, solitario y fuera de temporada. Ellos tienen un plan y llegan a esa localidad de bosques, calles de arena y playas casi desérticas con el firme propósito de cumplirlo. Sin embargo, las cosas no salen como esperan. El trío entra en crisis. Y a partir de entonces, tendrán el desafío de construir juntos un futuro posible.

Además de cineasta, Pécora es periodista. Nació en 1970 en Buenos Aires. Cursó las licenciaturas en Periodismo y Dirección Cinematográfica. Trabajó como redactor especializado en cine en la agencia de noticias Télam -y despedido junto con más de 300 compañeros por esa decisión siniestra de Hernán Lombardi-, colaboró con diversos artículos y entrevistas para diarios, revistas, páginas web y libros del país y el exterior. Escribió, dirigió y produjo los largometrajes El sueño del perro, Marea baja, Amasekenalo, el mediometraje de terror Las amigas y más de cuarenta cortos exhibidos –y en varios casos premiados- en festivales locales e internacionales.

-Si bien cada uno tuvo un rol en Lo que tenemos, ¿la definirías como una película colectiva?

-Sí, porque nació de una idea de los cuatro. La escribimos y le dimos forma entre los cuatro. Si bien en el rodaje cada uno tuvo una tarea específica como actuar o producir, o bien en mi caso que además de dirigir hice la fotografía y la cámara, entre todos nos íbamos ayudando. Y todos opinábamos un poco sobre cómo hacer la puesta en escena, cómo resolver algunas escenas, qué tono darles a las actuaciones. Todo eso se fue acordando entre los cuatro.

-¿Cómo fue la experiencia de escribir el guión entre cuatro?

-Fue divertida, en principio. Tampoco nos propusimos hacer una película en la cual el guión fuera de hierro ni definitivo. Tratamos de jugar mucho con lo espontáneo y, a veces, con la improvisación pautada; es decir, buscamos hacer un guión esquemático que, de alguna manera, delineara una historia, un principio, un desarrollo y un final muy claros, pero en el medio las escenas se fueron desarrollando también de acuerdo a nuestras necesidades de producción en el momento y a cierta flexibilidad que creíamos que tenía que tener la película. Justamente, al ser una producción de muy bajo presupuesto y al no tener más que diez días para filmarla, sabíamos que teníamos que encararla de una manera muy flexible, adaptándonos a todas las incertidumbres que nos podía llegar a dar el rodaje. Entonces, no tratamos de hacer un guión que fuera muy estricto sino más bien flexible y libre, en el cual pudiera surgir la espontaneidad en algunas escenas y también poder encarar otras escenas con ciertas improvisaciones que pautábamos de antemano.

-¿Es la película menos experimental que hiciste?

-Absolutamente. Es una película donde me alejé por completo de mi voluntad de experimentación o investigación en la forma. Es la primera vez que me atengo más a un contenido, tratando de respetar y ser funcional, desde la puesta en escena y desde la dirección, a una historia y a unos personajes, a las vivencias; sobre todo a la vivencia y a la emoción que esos personajes tenían en cada una de las situaciones. Y cómo transmitirlas. Entonces, el foco estaba puesto más en las emociones, en los rostros y en las acciones de los personajes que en la forma o en una investigación de puesta en escena que vengo desarrollando en otras películas. Pero en ésta no era funcional. Hubiese sido contraproducente porque es una película que justamente es muy pequeña, muy mínima en su historia, en su producción. Y tratamos de ser económicos en su puesta en escena. Apuesta al naturalismo, a lo espontáneo y sobre todo a tratar de ser funcional en el sentido de que la puesta en escena, la cámara, la fotografía, el tono de la dirección y el tono de las actuaciones estuviesen siempre puestos siempre en función de los personajes y las emociones de ese triángulo de afectos, temores y contradicciones. Efectivamente, es la película menos experimental que hice y la más diferente a todas.

-¿Desde un principio se pensó que fuera en la playa?

-Sí, por varios motivos. Un motivo de producción era que íbamos a tener La Lucila del Mar toda para nosotros, sin mucha gente alrededor, con las calles, los bosques y las playas totalmente desiertos, lo cual le venía muy bien a la película. Otro motivo fue que teníamos la casa de la abuela de Marisel Santin, que nos prestaron para filmar ahí la película. Eramos seis personas nada más en el rodaje de diez días: nosotros cuatro, más la directora de arte Maru Tomé y el sonidista Germán Chiodi. Maru Tomé estaba viviendo en su casa en La Lucila y nosotros nos arreglábamos en esa vivienda, donde también filmábamos. Por una cuestión de producción, de falta de dinero y de recursos económicos, también era importante tener la posibilidad de filmar ahí. Y la historia también transcurría ahí porque lo que cuenta es el viaje de estos tres personajes que se van un fin de semana largo a la costa a tratar de cumplir el plan que tienen. A partir de un montón de circunstancias, ese plan empieza a salir no del todo como lo tenían previsto, y ahí surge el drama de la película. La verdad que ir a filmar a la playa estaba en la historia, pero también nos venía muy bien a nivel producción y darle un plus a la imagen, porque teníamos esas playas, esos bosques y esas calles de tierra desiertas. Y eso nos parecía muy atractivo.

-A veces estar con compañía no evita que uno se sienta solo. Algo de esto pasa, ¿no?

-Sí, hay algo de eso, de qué compañías se eligen. También hay toda una cuestión en relación a las nuevas familias, a cómo se forman las nuevas familias, si son exactamente las genéticas, porque se empiezan a formar familias de personas que se aman o se hacen felices por distintos motivos, más allá de que no haya necesariamente un deseo sexual entre ellos. O al deseo sexual lo trascienden otros afectos u otros sentimientos. Tiene que ver con sensaciones y con tratar de ser felices. La película tiene un poco que ver con cómo uno elige esas compañías y por qué las elige. Las elige no por una cuestión de interés sino básicamente porque uno se siente cómodo, o porque esa persona lo hace feliz y lo hace sentir realizado.