Sabemos que la felicidad no consiste en poseer, pero poseemos. Es la sociedad del cansancio, la banda sonora de una época. Se extiende la idea de que la pobreza no está provocada por una injusticia social, sino por el resultado de un fracaso personal. Es la realidad turbia, concreta, compacta. En todas partes se ven caravanas de tristeza, es la tristeza aterciopelada de la vida pequeña, sin grandes historias. La vida duele, pero la belleza te rescata. “La Mano de Dios” le acaba de hacer un caño inmenso, atrevido, de libro, a la “Mano Invisible” del mercado. Somos del tamaño de lo que miramos, decía Pessoa, y Diego Maradona siempre ha mirado diferente. “En estos momentos de crisis, se necesita la ayuda de los que más tenemos”, expresó en apoyo al proyecto de Aporte Solidario de las Grandes Fortunas.
Su mirada nos deja el mensaje cálido de entender el mundo con la ambición de cambiarlo, como un Quijote épico frente a los molinos de viento de nuestros infiernos conocidos, frente a la pastosidad pegajosa del dinero desmesurado: “Yo sé lo que es no tener para comer”, recordaba. No tiene necesidad, pero lo dice; lo puede callar, pero lo grita: para que lo escuche el vecino y la vecina, el rico y el indigente, el obispo y el empresario, el opulento y el desvalido, la médica y el comisario, el cartonero y la Corte Suprema. Para que lo entiendan todos, clarito: los ricos debemos pagar más impuestos. El dinero no huele, pero ensucia, y el viejo liberalismo hace tiempo que mutó en “neo” y abandonó su parte escasa de humanidad. En la semblanza de toda desolación nos queda siempre la esperanza de amasar un mundo nuevo, un mundo mejor, un espacio social de crecimiento íntimo y colectivo.
En el universo “cool” de las estrellas rutilantes del fútbol mundial no se contemplan estas vaguedades existenciales. Es un mundo hermético, de opulencia, extravagante, sofisticado, como un gas inerte, vacío, vacuo de una realidad que no les llega, que no la sufren, que no la asumen, que no les interesa. Un mundo que no dice, que no opina, que no se cabrea, de un silencio eterno, de un silencio que duele. Ciudadanos ausentes que se fabrican espejismos de colores sobre un mundo torturado, desencajado, agonizante. Es para dejar de creer incluso en el ateísmo. Resulta que no siempre sabemos cuando un personaje con poder vela por nosotros, o por si mismo. De Diego lo sabemos: enseguida hay que sujetarle la boca cuando los costurones de la desigualdad social se tensan, se agrietan, se desangran.
Con excesiva frecuencia, y con pasaporte con hojas en blanco, el “Gran” dinero del fútbol internacional se da un paseo crepuscular y receloso por los paraísos fiscales, paraísos que son febriles infiernos para el gasto social del resto del mundo. Lionel Messi cuenta con una sentencia firme del Tribunal Supremo de 21 meses de prisión y 2 millones de euros de multa, por un delito por tributación irregular de sus derechos de imagen. El tribunal español declaró: “no resulta acomodado a lógica admitir que quien percibe importantes ingresos ignore el deber de tributar por ellos”. La sentencia de Cristiano Ronaldo fue de 23 meses de prisión y 18,9 millones de multa por el mismo motivo. Catorce jugadores de nivel internacional fueron imputados en España por delito fiscal.
Un burofax con tintes de pandemia dibujó un “grafitti” de Messi con un “Hasta Siempre Comandante”. En estos tiempos sombríos -repetimos- la “Mano de Dios” le volvió a hacer otro caño a la “Mano Invisible” del mercado. Se fue riendo, como un niño grande, alegre, con los pliegues humildes de los niños mordidos por la pobreza, rodeado de “nadies”, de los olvidados de siempre. Diego no necesita un “grafitti”, merece un fresco pintado por Giotto en la gran cúpula del Vaticano, que rece: “Gracias por alzar la voz. Como Siempre Comandante”.
(*) Ex jugador de Vélez, y compeón Mundial Tokio 1979.