Los sueños psicodélicos que Salvador Allende nunca tuvo. Cinco jóvenes santiaguinos que, en el medio de una tormenta eléctrica de noise, introducen una cita de Los Jaivas mientras sudan a mares sobre sus remeras de Frank Ocean. Una canción epistolar que, desde la comuna de La Florida y hacia la isla de Tenochtitlan, le otorga una voz fresca al último monarca del Imperio Azteca. Si la cuarentena paralizó al mundo, los Niños del Cerro encontraron algo entre las dos barras del botón de pausa. En este puñado de meses editaron un EP titulado como Cuauhtémoc y acaban de publicar su primer disco en vivo: No va a pasar el tiempo en vano. Una serie de gestos políticos donde nadie los espera. Es decir, donde realmente tienen sentido.

Formados en algún punto de 2012, los Niños del Cerro usaron su nombre para sellar rápidamente la señal de origen: un tiempo y un lugar. “El nombre no lo pensamos mucho”, advierte Simón Campusano, su cantante. “Me pareció lógico en ese entonces porque estudié en un colegio que se encontraba incrustado en el Cerro San Ramón, en la comuna de La Florida, sector sur oriente de Santiago. Ahí también está la entrada al bosque del Panul, todos paisajes muy importantes y cotidianos para mi durante todos esos años de colegio. El nombre me gustaba como sonaba y la imagen que se armaba en mi mente, como una tribu de niños salvajes o algo así”. Agrega que hasta hace poco se sentía incómodo con el nombre, porque evidentemente no son niños, ni ahora en sus tardíos veinte ni en esa época de adolescencia. “Pero desde hace un tiempo lo empecé a re-significar y relacionar con esta cosa territorial, puntualmente andina, que además tiene muchísimo que ver con la música que hacemos. Ahora me hace mucho más sentido”.

Alentados por la experiencia del indie argentino y la escena cancionística de Valparaíso, el quinteto hizo sus primeras armas en centros culturales y casas abiertas. Su inscripción, en ese sentido, señaló la existencia de una escena compartida con bandas como Patio Solar, Planeta No, El Cómodo Silencio De Los Que Hablan Poco y el círculo de influencia del sello Piloto. Bandas de guitarras, atravesadas por una cierta idea del noise, los discos de Animal Collective y la autogestión menos como ética que como sentido común. Como puente con Laptra y otros sellos del continente alternativo. En el cierre de aquellos primeros shows, entretejida con los acordes de “Las palmeras”, los Niños del Cerro levantaban la temperatura con “Más o menos bien”, de El Mató Un Policía Motorizado, cabezas de una escena de la que se sentían cercanos estética y políticamente. “Por esta cosa de suburbio, de estudiantes, de letras sinceras y directas, sin ese caretismo del rock que por suerte hoy se ha vuelto súper impopular y está casi extinto”.

Publicado oficialmente en la primavera de 2015, Nonato Coo tuvo todos los efectos de un fogonazo. No solo concentró todas las expectativas alimentadas alrededor de la banda, sino que capitalizó las luces de esa generación que se proponía a sí misma como el relevo de Astro o Dënver. El subidón fue traumático. Porque entre el crecimiento súbito, los problemas estructurales, el aluvión del trap y un reportaje colectivo de la revista POTQ (dedicado a visibilizar los abusos sexuales y la discriminación), la escena se disolvió en el horizonte como si fuera un espejismo. Los Niños del Cerro sobrevivieron. Pero hubo parte de daños.

“Matico, manzanilla y el clásico toronjil o melisa”, dice Campusano, sobre las tres plantas en la tapa de Lance. “Tienen directa relación con las tres grandes temáticas que atraviesan el disco y de la misma forma todas apuntan a la sanación”. Explica que el matico es un poderoso cicatrizante la manzanilla sirve para calmar además de tener un característico dulzor y finalmente a la melisa se le atribuye la propiedad de poder sanar la pena. “De eso se trata a grandes rasgos: de buscar la cura a esta ansiedad media generacional y propia de la vida moderna, considerando también que las propiedades de estas plantas tienen que ver con tradiciones ancestrales que siguen ahí pese a todo, lo que siento que se relaciona un poco con nuestro folklore”.

Editado a través de Quemasucabeza, Lance (2018) ubicó a la banda en la misma escudería que Gepe o el candidato a la corona del trap chileno: Gianluca. Las giras por Latinoamérica, sin embargo, no internacionalizaron su sonido. Todo lo contrario. Aunque siempre había estado allí, los Niños del Cerro subrayaron cada vez más deliberadamente algunas referencias locales como Los Jaivas o Violeta Parra. “Creo que toda la música ligada a la raíz folklórica en Chile, a esa tradición, tiene una sensibilidad profundamente sincera y emotiva, triste incluso, y eso es algo que resuena muy fuerte dentro de nosotros, que se mezcla además con las infinitas influencias más contemporáneas e internacionales o anglo que podamos manejar”.

La gran revuelta chilena de 2019 los encontró, en ese sentido, sobre sus zapatos. Campusano editó su bellísimo debut como solista y, sin ceder ni un milímetro el palmo de su estética, la banda participó activamente del proceso social. “Siempre ha existido ese carácter político en la banda que se traduce mejor en nuestra forma de trabajar más que en que seamos verbalmente concretos o súper elocuentes por las redes sociales, algo que nunca nos ha interesado”, dice Campusano. “Sentimos que la forma en que nos mostramos y las decisiones que hemos tomado hablan mucho más y mejor de la forma en que vemos el mundo. En el caso puntual del estallido social del año pasado, nos pusimos al servicio de lo que estaba sucediendo, primero como ciudadanos y luego como músicos. Terminamos tocando un montón en eventos a beneficio de la misma gente que por esos días perdió sus ojos por la violencia de la represión policial, entre otras cosas. Era momento de actuar y de postergar todos los intereses individuales, para darnos cuenta de que lo único realmente importante acá es la colectividad y cómo podemos aprender a construir desde ahí. Un instinto básico que en Chile, desde la dictadura en adelante, nos fue arrebatado”.