Es una postal relativamente nueva, que admite antecedentes históricos y culturales, pero ahora se revela con la literalidad de lo grotesco: la vieja y conocida actitud de “cagarse en todo” ha llegado a investirse de una justificación casi metafísica. En la apropiación del concepto de “libertad”, emparentada con la necesidad de “ganar la calle”, los autopercibidos “ciudadanos sojuzgados por la infectadura populista” le imprimen un carácter emancipador a un comportamiento cuya complejidad no supera el capricho infantil del “hago lo que se me canta”.

Este “empoderamiento” se manifiesta a través de distintas minorías intensas, que a veces se mezclan. Una de ellas, la de los indignados selectivos, se expresó este lunes en un country de Pilar. Pero en lo referente a la cuarentena, la intolerancia activa dificulta la tarea de atender con parámetros objetivos algo tan básico y a priori desideologizado como debería ser “cuidarse la salud”. Para algunos, de un tiempo a esta parte, usar un barbijo como mínimo recurso protector ha dejado de ser una herramienta elemental (aunque desagradable) de control sanitario para constituirse en insólito símbolo de opresión que amerita una reacción contestataria.

Los nuevos rebeldes se bautizan en la acción directa con una ritualizada quema de barbijos. Se asumen, a su modo, como vanguardia iluminada que representa a otros miles de empoderados de baja intensidad, que también contribuyen a la causa, pero sin saberlo: llenan las cervecerías de Palermo, se juntan de a veinte en la terraza de una casa en Lomas de Zamora, dan testimonio de una liberación largamente inducida. Una suerte de fiebre cualunquista que desconoce todo vínculo con eso que alguna vez se dio en llamar “contrato social”.

“Tenés que aprender a razonar por vos mismo”, aconseja un esclarecido contacto de Facebook después de haber mezclado, en un curioso cóctel discursivo, a Bill Gates con la tiranía china, al chip implantado en la vacuna con la teoría del rebaño y a la cerveza artesanal con el derecho a la vida. Luego manifiesta su orgullo de no atenerse a los dictados de “la manada” (grupo homogéneo integrado, según él, por el gobierno nacional y provincial, infectólogos, artistas “pagos” y seguidores de medios oficialistas con pauta oficial).

La verdadera hazaña comunicacional no consiste en esparcir con estatuto de “verdad” determinadas ideas estrafalarias, sino en generar en los receptores el orgullo de adoptarlas como “pensamiento autónomo”. Hablan con la autoridad de quien no está “formateado” por el discurso gubernamental que ellos consideran hegemónico.

En ese camino de ida terminan cruzándose con el ideario de otros “libertaristas” como Javier Milei. Ahi es donde confluyen todos los “hago lo que se me canta”, que bien podrían resumirse en dos: “el Estado no me puede imponer que me quede en mi casa” y “el Estado no me puede obligar a pagar impuestos”. La síntesis final de estas libertades unidimensionales es la negación de lo colectivo. Una suerte de “nihilismo de mercado”.

Para no caer en un reduccionismo injusto, cabe aclarar que no todos los que salieron este fin de semana a tomar una cerveza, o poblaron los parques y las plazas con un entusiasmo digno de Woodstock integran este grupo de libertaristas que “se cagan en todo”. Hay también una necesidad legítima de salir, de encontrarse con gente querida, de hacer deporte. Cada cual administra la cuarentena como puede. Querer ir a tomar un helado a la esquina –resulta obvio, pero no viene mal reafirmarlo-- no convierte a una persona ni en un potencial asesino ni en un apologista de la crueldad neoliberal.

 

Lo que se intenta describir en estas líneas es la emergencia de un nuevo actor social, una militancia de diseño que es hija dilecta del Sistema, pero pretende ser “apolítica”. Un tipo de gente que en estos días parecía no disfrutar tanto del café en la vereda como de mostrarse y decir “acá estamos”. La reivindicación hedonista como manifestación de bronca, otro capítulo de la pulsión de muerte –hasta hace un tiempo simbólica, y ahora sí, literal-- de un sector de la sociedad argentina.