La cacería 6 puntos
The Hunt; EE.UU., 2020
Dirección: Craig Zobel.
Guion: Nick Cuse y Damon Lindelof.
Duración: 90 minutos.
Intérpretes: Betty Gilpin, Hilary Swank, Wayne Duvall, Ethan Suplee.
Estreno: en Flow, Google Play y ITunes.
La caza del hombre por el hombre (o de la mujer por la mujer), esa práctica recurrente que atraviesa la historia de la literatura y el cine. Aunque si de mero placer deportivo se trata, todos los caminos conducen a El malvado Zaroff, el clásico de Pichel y Schoedsack de 1932. La película de Craig Zobel se nutre de esa tradición y le suma varias capas de sátira política y social, sana costumbre a la que Jordan Peele (¡Huye!, Nosotros) le ha dado un nuevo e inusitado impulso en el horror mainstream contemporáneo. La cacería arranca a bordo de un avión privado, primer ejemplo de las delicias gore por venir y aperitivo del misterio que rápidamente será revelado. Luego del prólogo, un campo arbolado –que no es otra cosa que un coto de caza– y doce personas que descubren su razón de ser: simples presas de un grupo de cazadores ocultos. El guion de Nick Cuse y Damon Lindelof (Lost) pone quinta marcha en términos de humor salvaje y despacha a gusto a quienes el espectador podría considerar como probables protagonistas (la chica linda y el muchacho ídem, cuándo no). Balas, trampas cazabobos, granadas, flechas, no importa el método sino el impacto.
Cuando Crystal –una empleada de un local de alquiler de autos con pasado militar, típica representante de la clase trabajadora de los Estados Unidos– logra escapar del predio y llega a una pequeña gasolinera, la película comienza a mostrar la silueta detrás del aparente desatino. Los doce del patíbulo son representantes de la América profunda, “deplorables” según la terminología acuñada por Hillary Clinton: blancos y anglosajones, rednecks y hillbillies, supremacistas, homófobos y defensores del uso de las armas de fuego, alguno más racista que el otro, alguna más anti inmigración que otra. “Como esos dos judíos que terminaron jodiendo a Nixon”, grafica uno de los sobrevivientes de la primera ola de muertes, en obvia referencia a Woodward y Bernstein. ¿Y qué pecado cometió Crystal para ser elegida? Antes del flashback que le quita el velo al origen del “deporte”, sus reglas y participantes, La cacería adopta los modos del film de terror de supervivencia, con una protagonista orgullosa, dura y eficaz en las prácticas de la defensa y el ataque (la rubia Betty Gilpin) a punto de transformar rencores reprimidos en virulenta represalia.
Más allá de cualquier opinión sobre “buenos” y “malos”, en esta ficción satírica el monstruo viste ropajes progresistas (“liberales” en la tipología al uso estadounidense): un grupo de gente de buen pasar ocupada en proteger la corrección política de sus dichos y hechos. Y en matar por placer a quienes consideran su enemigo, comandados por Athena, una ex CEO devenida en intrigante supervillana. Por supuesto que las disquisiciones políticas no van más allá de la caricatura, pero las intenciones no parecen ser otras que construir un relato tenso y veloz, pautado por los placeres del género y apoyado en una fina capa de descripción social extrema. El enfrentamiento final en la cocina de la mansión de Athena no es otra cosa que la enésima reversión de un clásico tarantinesco y a esa altura la película ya gastó todas sus virtudes, pero el intenso viaje hasta ese cierre bien vale la pena.