Desde París
Aquel día Florian gritó como nunca. En la Place de la Nation, con megáfono en mano, vociferó hasta extenuarse: “la máscara es la puerta de entrada a la dictadura mundial”. Ese 29 de agosto de 2020 no había más de 300 personas a su alrededor, todos contra el uso obligado de los barbijos embriagados en el grito “Liberté, Liberté”. La policía puso 126 multas por no llevar la máscara puesta, pero los rivales del tapabocas sentían que ya eran millones. La crisis del coronavirus movilizó a una amplia zona de la sociedad tradicionalmente hostil a las élites, poco creyente en las instituciones del Estado, recelosa ante los partidos políticos, hipnotizada por las redes sociales, sensible a las teorías complotistas y con una inclinación muy marcada a las actitudes libertarias.
Antibarbijos por excelencia
Casi todos se encontraron dentro del militante sector que refuta la pertinencia de la cuarentena, la eficacia de las máscaras y, globalmente, todas las medidas sanitarias adoptadas desde mediados de marzo. Son los anti máscaras por excelencia. Aunque hubo algunas agresiones, no queman barbijos ni agreden cobardemente a periodistas sin defensa como en la Argentina, ni se proponen tomar el edificio del Reichstag como ocurrió en Alemania.
Odian a los periodistas y participan, en cambio, en el impetuoso debate sobre el dispositivo sanitario a través, sobre todo, de las trincheras de las redes sociales y de los medios que los invitan. Hay figuras públicas muy conocidas, así como varios líderes del movimiento de los chalecos amarillos que hizo tambalear al país en 2018 y 2019. A ellos se le suman otras personalidades que surgieron en los últimos meses. Gérard y Nicole Delépine son hoy dos emblemas de la militancia contra el tapabocas. Nicole es una oncóloga pediatra y Gérard un cirujano ortopédico, ambos jubilados y ya mega famosos. Al igual que todos aquellos que denuncian la “dictadura sanitaria”, sus argumentos caben en cinco principios: el confinamiento no ha servido para nada, los tapabocas son inútiles, la cloroquina es el único tratamiento eficaz contra la covid-19, no habrá segunda ola porque la epidemia ya pasó, la pandemia es una excusa para modificar el mundo, amordazar a los individuos e instaurar una nueva tiranía global.
La realidad de las cifras, la experimentación de tratamientos fallidos (Didier Raoult), los estudios comparativos, el cruce de datos y el incremento constante de la contaminación contradicen severamente sus argumentos. Sin embargo, nada los inmuta. Con tanta fortaleza como ternura, Nicole Delépine exhibe un montón de hojas con curvas comparativas y datos mientras dice a PáginaI12: “hemos atravesado una inmensa manipulación. El virus es un peligro mítico y las máscaras un bozal para que nos callemos la boca”. Julien y Martine son mucho más jóvenes (30 años), pero no menos persuadidos de que toda esta situación no es más que un “proyecto del Estado para someternos”. Julien es ingeniero en mecánica avanzada y Martine, su compañera, traductora del alemán al francés.
Figuras públicas militantes
Jean-Marie Bigard es uno de los cómicos más famosos de Francia. En su página de Facebook (un millón y medio de seguidores) explicó que la máscara resultaba tanto más incongruente cuanto que si el olor de una ventosidad pasaba a través de un jean, ”entonces el virus podía atravesar el tapabocas”. Maxime Nicolle, uno de los líderes de los chalecos amarillos, expuso los mismos argumentos en la televisión y en un video subido a Twitter, pero con el humo de un cigarrillo como ejemplo: fumó y mostró que, si el humo pasa por la tela, eso prueba que “el virus también traspasa la máscara”.
En contra de lo que se podría pensar, este club está compuesto por sectores sociales de niveles elevados. La fundación Jean-Jaurés publicó el 7 de setiembre un estudio sobre los antimáscaras y sus características sociodemográficas. ”63% son mujeres con un alto nivel educativo. Los ejecutivos y profesiones intelectuales superiores representan 36% de los opositores cuando solo constituyen el 18% en el conjunto de la población francesa. Al contrario, los obreros y los empleados representan 23% de los anti máscaras, o sea, la mitad de su peso real en la población francesa”. En Francia, 64% de la sociedad respalda el uso de los tapabocas, incluso en los lugares públicos abiertos.
PáginaI12 le propuso a Martine y Julien un paseo en inmersión por lo real. La cita se fijó en la esquina del Boulevard Saint Germain y Saint Michel con la idea de caminar por Saint Germain hasta la Rue des Saints-Pères. Esos casi dos kilómetros recorren una de las zonas más turísticas de París, las boutiques de lujo y cafés célebres como Le Deux Magots, Le Flore et Le Bonaparte. Los turistas deambulan como mariposas perdidas. Esta vez no hay nadie. Los comercios están vacíos y solo se salvan los cafés con amplias terrazas. Entramos a un par de boutiques para averiguar precios y entablar la conversación y conocer las consecuencias de la pandemia. Las respuestas fueron similares: entre 60% y 70% menos de ventas, personal cesado y amenaza de cierre. Nos sentamos en la terraza de la brasserie Le Rouquet y enseguida surgió la pregunta: “¿ ustedes creen realmente que el liberalismo está dispuesto a paralizar su sistema, perder dinero, cortar los intercambios y el consumo ?”. Para ellos, no caben dudas: ”prefieren sacarnos la libertad y a cambio perder dinero. Mientras tanto, con el pánico artificial que generan se preparan con leyes y trampas para intervenir las sociedades. Nos quieren convertir en corderos”, dice Martine. Al grupo se suma Florian, el joven de 32 años que participó en la manifestación contra las máscaras. Dice más o menos lo mismo: ”la pandemia ha terminado (7.000 contagios en un día), pero siguen y siguen dando cuerda en los medios serviles y mentirosos”. La doctora Delépine completa esa idea y asegura: ”las máscaras carecen hoy de todo sentido. Sólo sirven para expandir el miedo, paralizar la población y bloquear la reflexión. La máscara se ha convertido en un símbolo de la tiranía del poder y de la sumisión de los individuos”.
La encuesta de la Fundación Jean-Jaurés sitúa a los antimáscaras en todo el abanico político con una mayoría de 46% hacia la derecha y 36% hacia la izquierda. Varios rasgos mayoritarios identifican a los antimáscaras: rechazo a las instituciones o falta de confianza en ellas (apenas 6% cree en la institución presidencial), incluidos los hospitales, no se reconocen en la oposición izquierda-derecha (61%), sólo 14% cree en la prensa escrita, 2% en la televisión pero son 60% en tener confianza en los medios en línea y 51 en las redes sociales (78 % se informa por medio de internet contra 28% para el conjunto de la población del país). Su adhesión a las tesis complotistas es otro rasgo. 90% de los encuestados afirman que el Ministerio de Salud es un cómplice de la industria farmacéutica para ocultar la realidad sobre la nocividad del virus. Como lo resume el informe, los antitapabocas están impregnados en la idea de que las máscaras “están destinadas a testear a la población y serían el anunciador de la instauración de un nuevo orden mundial sin ninguna libertad para los ciudadanos”.
Los antimáscaras se alimentan en el seno de la llamada “burbuja cognitiva”, es decir, las redes sociales donde no circula ninguna opinión divergente y donde todo debate contradictorio está excluido. A los poderes públicos les preocupa lo que vendrá después: el 94% confirma que no aceptará que lo vacunen contra la covid-19 cuando se descubra la vacuna. Los ortodoxos de la libertad son insensibles a cualquier argumento científico, a los testimonios de médicos y enfermeros, al escalofriante tendal de muertos que ha dejado la pandemia y al hecho de que ellos mismos, escuderos del libre arbitrio y la soberanía, son objeto de una manipulación tan grosera como interesada por parte trolls, diseñadores de fake y científicos cuya credibilidad hace rato que es una broma siniestra.