SOBRE COMO ALF LLEGO AL MUNDO

Un corte de luz no siempre está relacionado con una tragedia o un período de incertidumbre donde puede descongelarse la heladera y echarse a perder la leche y el queso. Una noche de septiembre de 1986, en un garaje de una casa suburbana, la repentina oscuridad permite a una familia ser iluminada por una luz que titila sobre el techo. Hasta que un gran estruendo anuncia una llegada inesperada. “Tenemos visita”, dice Willie. Esposo de Kate y padre de dos hijos: Lynn y Brian. El rostro de ALF, un extraterrestre peludo con un enorme hocico, se ve difuso a través del vidrio de la nave espacial. De esta manera abrupta es cómo los Tanner conocen a ALF. “as siglas responden a “Alien Life Form”, parodiando a otro extraterrestre famoso: E. T.). El humano sorprendido no puede disimular la conmoción de estar frente a frente con un turista espacial. “Es un milagro. La realización de mi sueño de siempre”, dice conteniendo las lágrimas. Así comienza el piloto de la serie estadounidense creada por Paul Fusco y Tom Patchett, el programa de TV que dos años después llegaría a la Argentina para quedarse para siempre, como si la nave se hubiera estrellado contra el Obelisco. Sintiéndolo más nuestro que los mismos yanquis. En esos minutos iniciales del primer episodio, la familia Tanner discute sobre qué hacer con esa cosa que cayó del cielo. Willie se fascina con la idea de vivir con ALF desde el minuto uno. La curiosidad es más grande que el temor a lo desconocido. Brian ignora el concepto de normalidad porque confía en la educación del cine (en especial, de E. T.) y los dibujos animados. Kate, en cambio, es prejuiciosa. “Tenemos que deshacernos de él”, grita. ALF no es solo un alienígena y la representación del caos. Es la oportunidad para cuestionarse lo incuestionable. Barajar los significados de cada palabra de nuevo y desarmar las acciones mecánicas cotidianas. Replantearse el porqué de cada afirmación antes de darle una respuesta a ALF, el forastero que llegó para cambiar las reglas.

ALF EN LA INFANCIA

En Estados Unidos se emitió el primer capítulo un 22 de septiembre por la cadena NBC. En 1986 yo tenía once meses de vida y dormía en una casa muy parecida a aquella en la que se estrelló ALF con su nave espacial. La primera vez que vi cómo destrozó el techo del garaje de la familia Tanner fue en 1991, justo cuando la serie de 102 episodios ya había llegado a su fin en Estados Unidos. Tenía 6 años (la misma edad de Brian) y acabábamos de mudarnos a un nuevo hogar. Un dúplex que tenía chimenea y unas escaleras donde dejaba caer el resorte multicolor de un escalón a otro hasta la planta baja. Escuché desde mi pequeña habitación alfombrada la música de los créditos iniciales, obra de Alf Clausen, sin saber que se iba a transformar en la canción que anestesie mi manojo de miedos. Mi hermano, 11 años mayor, estaba recostado en el piso del living, hipnotizado frente a la pantalla del televisor de 24 pulgadas. Yo bajé corriendo la escalera, saltando de escalón en escalón como si mi cuerpo fuera ese resorte multicolor que hace un tímido sonido cuando golpea contra la madera. Me senté al lado de mi hermano; él me compartió, sin pronunciar ni una palabra, un poco de su almohadón para que apoye la cabeza. Conocí a ALF a través de su risa. Pero cuando desvié la mirada y me concentré en la luz de tubo que salía de la TV vi a mi primer extraterrestre: Gordon Shumway, la criatura proveniente de Melmac con ocho estómagos que abandonó su trabajo de guardia orbital cuando su planeta detonó porque todos los habitantes enchufaron el secador de pelo en el mismo instante. En ese planeta lejano el oro es inservible; lo que tiene valor, aunque suene extraño, es la espuma de goma. A mí nunca me sonó raro: nada valoraba más que la esponja que raspaba mi cuerpo cuando mi mamá me dejaba darme un baño de inmersión, y ni hablar de rebotar en el colchón de espuma hasta el agotamiento.

Las costumbres de Melmac me parecían más atractivas que las de la Tierra. Tal vez porque, como ALF, yo me sentía una forastera en mi propia casa. Extrañaba algo que no sabía qué era. ¿Acaso provenía de Melmac? Seguro que no, pero por varias razones ese alienígena de hocico grande se transformó en un espejo que me sopló respuestas a interrogantes silenciosos. Y las mudanzas no son sencillas, sea un cambio de barrio o de galaxia. ALF habla también de que la única costumbre a la que hay que aferrarse es a desarmar costumbres. Reemplazar los sándwiches de gato por unos de atún, y encontrar en el felino Suertudo un compañero en vez de una colación de media mañana. Los Tanner, a la par, deben abandonar viejos rituales y darles la bienvenida a otros nuevos, porque la llegada de un extraterrestre a sus vidas pone sus convicciones patas para arriba. Y las nuestras también.

COMO ES TENER EL CUERPO LLENO DE PELOS 

El sentimiento de soledad es ajeno al lugar de origen. También a la especie. ¿Sufrían los dinosaurios de soledad? No me caben dudas. Tanto es así que para evitar quedarse solos unos pocos evolucionaron en gallos y gallinas. ALF, muy lejos de su planeta, Melmac, añorando la cotidianeidad con sus pares, se siente condenado a la soledad en la Tierra. Un monstruo que debe estar oculto de por vida en el garaje o la cocina para evitar ser descubierto por otros ojos. Lo distinto alerta y asusta. Asusta lo que no se conoce. El miedo es tramposo: otorga un porcentaje de impunidad para justificar hacer un posible daño. ¿Cómo proteger a un extraterrestre de los temores ajenos? El mundo de ALF tiene el tamaño de una casa de cinco ambientes. Él mira

por la ventana todo ese otro mundo al que no puede acceder. Como cuando uno observa por la noche los cráteres de la luna, delineando con la mirada la silueta de la mancha con forma de conejo. Yo también, de niña, espiaba por la ventana un mundo al que sentía no pertenecer. Nadie me ocultaba en la cocina; lo hacía por decisión propia.

Cuando ALF tenía 235 años, yo tenía seis. Él ya había atravesado varias vidas; yo recién empezaba la mía. Antes de que se estrelle contra la Tierra, el extraterrestre estudió odontología, asistió a la escuela por 122 años y hasta fue capitán del equipo de Bouillabaisseball, un deporte que se juega sobre hielo usando moluscos como pelotas. Yo apenas había iniciado segundo grado de la primaria, y sin embargo me sentía más parecida a él que a ningún compañero del colegio. Por dentro y también al pararme frente al espejo. No tenía un hocico con curvas ni lunares faciales, tampoco tres estómagos. Pero mi cuerpo de niña estaba recubierto de pelos. Un alfombrado de pies a cabeza. Eran las consecuencias de un tratamiento hormonal invasivo para frenar un crecimiento acelerado. No me había marchado de casa en una nave especial; no obstante, me sentía una extraña. Una forastera en mi propio planeta. Cuando mi cuerpo se volvió un asunto médico, me estrellé contra el techo de un garaje invisible. Así como la familia Tanner no sabía cómo explicar qué clase de cosa era ALF, yo no tenía idea qué responder a las preguntas que me hacían sobre mi llamativo pelaje. Cómo contestar algo que yo tampoco entendía. Solo encontré calma y comprensión en el cuerpo enano de ALF y su necesidad permanente de ocultarse. De protegerse de los interrogantes que puede lanzar una visita. Las preguntas muchas veces lastiman más que las respuestas.

MIRANDONSE EN EL REFLEJO DE LA FICCION

Los relatos con monstruos o criaturas del espacio exterior reflejan con mayor claridad nuestras angustias que cualquier obra con conflictos naturalistas. Hay quienes se identifican con los Tanner tratando de aceptar lo extraño; yo buscaba que me acepten a mí. Rara, mutante, monstruosa. Pero si el riesgo implica estar indefensa ante una posible pregunta, prefería esconderme en el baño, o bajo la colcha de mi cama angosta. Uno de los episodios más conmovedores de la serie ALF es cuando el extraterrestre descubre que ese mundo de cinco ambientes le ha quedado chico. El amor de los cuatro integrantes de su nueva familia ya no es suficiente. A veces no alcanza simplemente con estar a salvo. En el capítulo 6 de la primera temporada (For Your

Eyes Only, haciendo referencia a la canción de Sheena Easton) ALF prende la radio luego de comerse la mitad de la torta de aniversario de tres pisos de Kate y Willie. Aquel episodio fue guionado por Mitzi McCall y Adrienne Armstrong. En los libretos de ALF la presencia de escritoras mujeres llegó a sumar un tercio entre los guionistas. Laurie Gelman, Wendy Graf, Lisa Stotsky, y más adelante Lisa A. Bannick, Alicia Marie Schudt, Marjorie Gross, Jeanne Baruch, Jeanne Romano, Beverly Archer, Cecile Alch, Patricia Niedzialek y Anne Meara (la actriz que interpreta a Dorothy).

En For Your Eyes Only, Alf se siente triste por quedarse solo en la casa, como tantas noches cuando su familia humana tiene planes sociales lejos del hogar. “Tengo tanto miedo de ser rechazada. Las personas reaccionan muy extraño cuando descubren que no soy uno de ellos”, dice la voz de una mujer que sale del parlante de la radio que se sienta a escuchar. ALF para la oreja y dice en voz alta: “Te comprendo”. Sin titubear, llama a la radio y deja su número para que esa mujer solitaria, Jodie, que sufre por la misma razón, se comunique con él. “Dígale que encontró un amigo”, le dice a la conductora. El teléfono de la casa de los Tanner suena al instante: es Jodie, emocionada. A partir de esa noche, ALF y Jodie hablan tres veces por día, durante horas, como dos adolescentes atravesados por un metejón. Ahora el teléfono está permanentemente ocupado. “Quisiera saber a dónde va a llegar esta relación”, expresa con fastidio Kate. “¿Quién dice que tiene que llegar a alguna parte?”, le responde Lynn. Entre chistes y pasos de comedia, la serie lanzaba esos diálogos tan o más profundos que cualquier drama romántico.

El libro digital puede conseguirse en Baja Libros y Leamos