Cada vez más prolífico, Santiago Giralt presentó en sociedad el año pasado, en diversos festivales, el largometraje Primavera –un proyecto de mayor perfil cuyo reparto incluía figuras reconocidas– y esta pequeña película que, según sus propias declaraciones, fue rodada prácticamente sin guion, con apenas algunas directivas generales sobre el desarrollo de la historia y la construcción de los personajes. Primer esfuerzo declaradamente queer en la filmografía del realizador, en realidad habría que llamar a las cosas por su nombre y hablar de Jess & James como un film abiertamente marica. Y a mucha honra. Ya desde las primeras imágenes, con el encuentro en un puente de dos muchachos –uno de ellos vistiendo sombrero de cowboy, casi la parodia de un cliché– y la breve charla antes del sexo caminando en medio de las vías del tren resulta claro que el universo que construirá el director de Antes del estreno no tendrá otro objetivo que describir la relación entre dos amigos/amantes/objetos de deseo mutuo. Ese primer coito será intenso, registrado por la cámara sin florituras ni aderezos, seguido inteligentemente por un breve intercambio de preguntas sin respuestas.
Con estructura de road movie marcada por las vistas de ámbitos rurales del interior y un esqueleto dramático virtualmente inexistente –al menos hasta los tramos finales, donde la película terminará entregándose a la tentación del conflicto–, la historia de Jess, de James y de un tercer joven que se sumará temporalmente a la aventura será una historia de encuentros y desencuentros emocionales y, sobre todo, físicos, una descripción de los avatares del deseo a una edad en la que aún no pesan las obligaciones que el paso del tiempo termina inexorablemente imponiendo. Poco se sabe de ambos, apenas que el entorno familiar de Jess continúa ocultando su identidad sexual (hay incluso un intento por “casarlo” en contra de su voluntad) y que la relación de James con su madre tiene algún que otro componente tóxico. A la ruta entonces, en busca de algo que ninguno de ellos sabe bien qué es, sin un destino fijado de antemano y con varias paradas y desvíos en el camino. Quizás el gran tema de la película sea la posibilidad de permitirse el juego y la fantasía, asuntos usualmente vedados más allá de la barrera de la infancia.
La débil estructura de las escenas tiene como resultado varios puntos altos, como ese trío sexual a la vera del río –que adquiere, gracias a la fotografía, un aura casi metafísica– o el breve descanso en un imponente casco de estancia que bien podría estar habitado por fantasmas, casi un paso por territorio fantástico. En otros, ese mismo ideal estanca al film en una repetición de tópicos y tonos, no ayudada por la crónica aparición de planos aéreos “bonitos” que parecen justificarse solamente por su efectividad como uniones de continuidad entre secuencias. Era un riesgo a correr y Giralt quizás haya sido plenamente consciente de ello, prefiriendo la rebeldía del formato al tratamiento anquilosado de la fórmula. Sobre el final, resulta evidente que Jess & James es una película sobre el más divino de los tesoros: la amistad, se sabe, puede adoptar infinitas formas.