Fue la terrible Medea. La encantadora Emma Peel. La astuta Olenna Tyrell. Y fue, también, la única mujer capaz de hacer sentar cabeza a James Bond. Fue Diana Rigg, quien falleció este jueves a los 82 años, víctima de un cáncer. Pasó sus últimos años actuando cuando le venía en gana –que no era tan seguido como sus adoradores hubieran querido- y pescando. A las pantallas de la Argentina llegó apenas la parte más icónica de su extensa producción. Sobre todo la serie televisiva Los vengadores, donde interpretó a Emma Peel entre 1965 y 1968 (la más popular de las varias adláteres que tuvo Mr. Steed en esa saga), y que no tenía nada que ver con los Avengers marvelianos que se popularizaron en los últimos años.
El último fenómeno pop que encarnó fue su participación en la coral Game of thrones, donde dio vida a la shakespeareana y maquiavélica Olenna Tyrell. Y lo de shakespeareana no es casualidad: una enorme parte de su derrotero artístico fue con los parlamentos del Bardo, tanto en teatro como en la televisión británica, que le valieron además los más prestigiosos premios del sector. Su irrupción televisiva la convirtió en una referente de su época: para el incipiente movimiento feminista de entonces en Inglaterra, por su personaje fuerte, independiente y por su lucha personal por la equidad salarial, en un contexto de creciente liberalidad. Pero también para quienes querían encasillarla como ícono sexual, uno de los tantos que la época ponía de moda, aunque ella resistía ese proceso.
Lejos de ser sólo una cara bonita, Rigg era una actriz sorprendente. Era increíblemente versátil en su registro actoral: podía revolear patadas al servicio de Su Majestad en la pantalla chica, ser una furia vengadora sobre las tablas, la Condesa cautivante en el glamour bondiano o helar la sangre al confesar el asesinato de un niño en un reino fantástico. Y todos los papeles parecían calzarle perfectamente. Cada espectador podrá recordar qué aspecto le fascinaba más de su actuacion, pero su capacidad para los mohines cuando se enfundaba el traje de Peel era llamativa. Un pequeño movimiento de su nariz la convertía en un encanto y podía definir toda una escena.
Si no fue más famosa, fue porque en su momento esquivó todas esas circunstancias sociales que ponían a las celebrities en el candelero, más por las noticias de chimentos que por su trabajo interpretativo. Evitaba las fiestas y cuando iba, compraba la ropa que usaba, nada de aceptar regalos de diseñadores. Su incursión en las noticias extra-artísticas llegó por el lado de los reclamos por igualdad de pago en el set, cuando descubrió que como co-protagonista de Los vengadores cobraba menos que el camarógrafo. Su lucha se definió a su favor, pero la peleó en soledad. Ni siquiera su amigo y coequier Patrick Macnee la respaldó públicamente. En su ley, se las arregló para arrasar con cuanto reconocimiento pudiera darle la industria británica del entretenimiento: ganó el Bafta, el Oliver y el London Evening Standard Drama Award, por sus actuaciones en teatro y televisión.
Su participación reciente más popular en la TV fue como una de las jefas de familia de Westeros en Game of thrones. En el dramón épico de George RR Martin que emitió HBO Rigg interpretaba a una matriarca que tejía sus propias maquinaciones. Sentada tranquilamente en una silla y sin necesidad de gestos ampulosos, Rigg se comía la pantalla. Como tantos otros en esa serie, su personaje perdió la pugna política y murió (“en el juego de tronos ganas o mueres”, era uno de los mantras del ciclo), pero se fue en una escena de enorme intensidad.
Sus primeros años son conocidos: nació en Inglaterra pero pronto su familia se mudó a la India, donde su padre dirigía una compañía de ferrocarriles. Volvió de niña a su patria y bien temprano se interesó por la actuación, hasta que en 1959 firmó con la Royal Shakespeare Company. Fueron sus primeros años de reconocimiento, aunque no necesariamente de abundancia económica, que le llegó bastante después, porque ni siquiera en Los vengadores estaba bien paga (solía contar que en esa época ni siquiera tenía un televisor: no podía comprarlo). En una entrevista reciente con el diario El país, Rigg reflexionó sobre la situación de sus colegas hoy, en el contexto del #MeToo y otras reivindicaciones sectoriales: “Aunque algunas cosas no han cambiado, hoy siguen luchando por la igualdad salarial”, señaló.
De los muchos obituarios que se le dedicaron en las últimas horas, el de Mia Farrow resume muy bien su vida y muerte: “Era magnífica. Gratitud a la gran Diana Rigg por tantas actuaciones temerarias y fascinantes. Pero queríamos más”.
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