No se termina de entender el fuego en el Delta desde la Ciudad. ¿Quién podría querer causar en sus propias tierras semejante incendio? ¿Qué pieza falta para interpretar el uso de ese fuego? ¿Y qué puede tener que ver con la forma en la que la sociedad produce, regula, controla, se alimenta y se piensa a los bienes de la naturaleza?
Quemar pajonales para producir rebrote (y que ese rebrote pueda alimentar al ganado) no es una práctica excéntrica: el manejo del fuego forma parte de los sistemas productivos desde tiempos pasados.
“El fuego es un elemento de la dinámica normal de los pastizales del mundo, más allá de la intervención humana”, dice un documento de la Asociación Argentina para el Manejo de Pastizales Naturales, que no obstante aclara que estos fuegos no son masivos, sino “por parches”; que pueden tener frecuencias de tres, cinco o diez años y que suelen cortarse ante una lluvia o un curso de agua.
“En general todas las especies de pastizales han evolucionado bajo esos pulsos de fuego. Los animales escapan, los microorganismos del suelo casi no se ven afectados y al poco tiempo la comunidad vegetal, animal y de microorganismos se regenera”, afirma. El texto señala que fue hace 400 mil años que la humanidad empezó a manipular el fuego “imitando a la naturaleza”: la idea era quemar pastizales para que rebroten, y atraer con eso animales para cazarlos.
“El fuego ha sido históricamente asociado a la evolución humana en el manejo de los recursos naturales”, explicó Bibiana Bilbao, doctora en Ecología del fuego de la Universidad Simón Bolívar, de Venezuela, en una charla organizada por la Universidad de Rafaela. Sin embargo precisó que no todos los ecosistemas responden igual al fuego. Y que los riesgos son, desde luego, grandes: daños en las cosechas, en la salud y megaincendios.
Según la experta la respuesta suele pasar por la exclusión y el combate del fuego, lo que supone una inversión enorme (solo Estados Unidos gasta en ese ítem 5 billones de dólares anuales) y no siempre conducente.
“A medida que se dejan áreas sin quemar puede aumentar la carga combustible, porque hay un material que queda seco y termina produciendo incendios de alta intensidad”, afirmó, subrayando que un nuevo enfoque con el fuego como parte del ecosistema “podría ser una alternativa viable para las áreas de conservación”.
Comprender
Ernesto Massa es ingeniero agrónomo, trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Estación Experimental Paraná y se dedica a estudiar la vegetación del Delta y cómo este ambiente se comporta frente a la ganadería.
“El Delta no es todo lo mismo”, explica Massa, para quien la ganadería del Paraná medio, que es extensiva, se caracteriza por la poca inversión. “Se compran vacas y se las suelta en la isla. Pero más allá de las vacunaciones no hay manejo tecnológico ni se hace pastoreo rotativo, y la cantidad de hacienda también es muy variable”, dice.
El especialista aclara que no está a favor ni en contra del uso del fuego, pero que en general no es una buena práctica porque se maneja mal. “Es cierto que hay especies vegetales que luego de un fuego rebrotan con mejor calidad, pero otras no. Y si no se consideran todas las variables productivas quemar no sirve de nada. Hay lugares en los que se quema porque no se hace un manejo del pastoreo que ayudaría a aprovechar mejor la vegetación natural, más allá de que la cantidad de vacas que se puede poner en cada campo tampoco es infinita”, indica.
“Lo primero que hay que hacer con el fuego es entenderlo; pero no solo al fuego. La del fuego es una problemática emergente; no la única. Acá hay una falta de gestión territorial histórica que también se manifiesta cuando hay inundaciones, de pronto la tierra firme no alcanza y no se sabe qué hacer con el ganado”.
Hay quemas controladas, quemas prescritas, quemas que se usan para la conversión de bosques -no sería el caso del Delta- e incendios.
La “quema controlada” es en realidad bastante rudimentaria: los mismos parches de agua funcionan como cortafuego. En cambio en una quema prescrita no solo se tiene que pedir autorización, sino que hace falta contar con mediciones de viento, temperatura y humedad relativa y estar además controlando el fuego en campo con personal capacitado y equipos de ataque.
Massa sostiene que en el Delta medio no se hacen quemas prescritas. Y por eso, en parte, los incendios.
Descuidar
La ganadería está lejos de ser nueva en el Delta; de hecho constituye una de sus actividades tradicionales desde la época colonial. Con una diferencia: es una ganadería de baja carga que aprovecha el verano para el engorde. Pero luego llegó el boom de la soja, y así un acelerado proceso de agriculturización de la región pampeana que terminó por empujar la ganadería a zonas marginales. Entre ellas, el Delta.
El Delta tiene agua y pastizales de alta productividad, queda cerca de los centros urbanos e industriales y hasta hay megaobras, que como el complejo ferrovial Zárate-Brazo Largo y el viaducto Rosario-Victoria disminuyen el costo de trasladar la hacienda. Todo esto hizo que la ganadería bovina pasara de un sistema estacional y de baja carga a uno permanente y de alta carga. No obstante en los últimos años el stock de ganado disminuyó.
¿Quiénes son esos productores? El informe “Lineamientos para una ganadería ambientalmente sustentable en el Delta del Paraná”, publicado en 2014 por Rubén Quintana, Roberto Bó, Elizabeth Astrada y Cecilia Reeves, hace hincapié en la heterogeneidad geográfica y cultural. “El Delta no es la Pampa”, señalan, para caracterizar la ganadería en la zona:
* El crecimiento de la actividad fue anárquico y se dio sin ningún criterio de sustentabilidad.
* En los últimos años arribaron a las islas nuevos propietarios (en muchos casos sociedades anónimas) que tienen poco o nulo conocimiento no solo de la dinámica de esos humedales, sino de la ganadería en sí.
* Esos productores nuevos como algunos “históricos” casi no cuentan con asesoramiento profesional.
* Desde el punto de vista ambiental es positivo que en la región se realice ganadería extensiva, aunque no resultan favorables ni los pequeños productores que tienen un manejo muy básico, ni los grandes que proponen una alta intervención aplicando una “modalidad pampeana”.
Así y todo el informe destaca como positivo que en ciertas zonas predominen productores pequeños y medianos, porque son ellos los que pueden tener más interés, conocimiento y experiencia para garantizar la conservación de los humedales. “Esto último no puede asegurarse de una sociedad anónima cuyos responsables no residen en el área y ven a la ganadería como una alternativa más de inversión”, concluye.
“El Delta entrerriano sigue siendo tierra y agua de nadie”, dijo Analía Esperón, cuarta generación de productores ganaderos de la región, dedicada hoy al transporte fluvial de hacienda, en una de las reuniones que la Comisión de Recursos Naturales de Diputados organizó para discutir la Ley de Humedales. “Si bien en su momento hubo muchos productores y la zona se llenó de vacas porque la soja valía muchísimo, nunca se hizo un planteo de emergencia”, remató.
Pero para explicar el porqué del incendio hay que añadir el factor climático: una bajante histórica del río Paraná, la más importante en los últimos 50 años. “Los humedales como el Delta tienen ciclos húmedos y secos. En islas hay un 20 por ciento de zonas altas y otro 80 de bajas. En condiciones normales esas zonas bajas tienen agua en superficie, que hacen de cortafuegos naturales”, señala Darío Ceballos, director de la Estación Experimental Agropecuaria INTA Delta del Paraná.
El problema ahora es que la bajante del río anuló esos cortafuegos, y que además la sequía generó una suerte de “bombas” de materia seca: una continuidad de colchones de restos de hojas, tallos y juncos acumulados, muy expuestos y altamente combustibles. Esa ganadería de isla sin un manejo adecuado tampoco fue capaz de tener en cuenta ese pulso hídrico.
“El potencial de las islas es producir ganadería en pastizales naturales, pero para eso falta gestión. Tenemos que pensar si en las guías de preservación vamos a dejar esas bombas de materia seca que favorecen que en un período de bajante se incendie todo. La alternativa tecnológica a las quemas no está tan clara, además de que se suma una impronta cultural”, observa Ceballos.
“Hoy se incendia un cuarto del Delta y somos noticia porque el humo llega a Rosario, pero esto pasa todos los años y como hay condiciones húmedas, las quemas no se conectan. Por más que nosotros como INTA hablemos de pastoreo, ese manejo no está. Se tiran las vacas y como es un ecosistema muy productivo el pastito crece, el ganado engorda y la carne va a exportación”, agrega el experto.
Repensar
Esto pasó antes: en 2008, también en medio de una bajante, los incendios en el Delta afectaron miles de hectáreas con daños sobre el patrimonio ambiental y la calidad del aire.
Esa situación llevó a que, a instancias de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires firmaran una carta de intención para impulsar un Plan Integral Estratégico para la Conservación y el aprovechamiento sostenible del Delta del Paraná, que más conocido como “Piecas” intentó ordenar el territorio.
A eso se suma el Plan “Delta Sustentable” de Entre Ríos, con lo cual son dos los planes enteros creados para solucionar esta problemática que se suman a una extensa legislación nacional y provincial.
La zona incendiada del Delta es además un “sitio Ramsar”, nombre que reciben los humedales considerados de importancia internacional en el marco de la Convención Ramsar, que entró en vigor en 1975 y a la que la Argentina suscribió por ley en 1991. Por algo en el fallo del 11 de agosto sobre los incendios la Corte Suprema se limitó a solicitar que se cumplan las leyes.
¿Se puede producir en los humedales? ¿Qué papel debería tener el Estado como controlador y proveedor de información? En su intervención en otra de las reuniones en Diputados en torno a la Ley de Humedales, el ambientólogo Julián Monkes habló de pensar la norma como instrumento, pero más que nada como proceso que pueda abrir un diálogo intersectorial y federal.
“Quiero pensar que el objetivo no es que se preserven los humedales para construir ‘desiertos productivos’, como plantean sectores del agro concentrado. Lo que debería buscar es conservar algunas áreas sensibles, pero sobre todo planificar la producción de acuerdo con criterios ecosistémicos y a pautas culturales de cada región, porque de nada serviría tener una ley perfecta sin el apoyo de los actores en el territorio." Cuestión clave si las hay en un tema tan sensible, importante y urgente como el cuidado del medio ambiente.