Ser perro no es tarea sencilla. Sobre todo cuando no se tiene ni amo, ni cucha, ni comida tres veces al día servida en plato personalizado. Los documentalistas Levin Peter y Elsa Kremser –alemán él, austríaca ella– siguieron durante meses a un puñado de perros callejeros de la ciudad de Moscú, protagonistas casi exclusivos de Space Dogs, largometraje que se ha exhibido en festivales internacionales como los de Locarno, Viena y Mar del Plata y que desde ayer puede verse en la plataforma Mubi. Los otros personajes centrales son fantasmas: los espíritus de aquellos canes cosmonautas que atravesaron la barrera de la atmósfera terrestre en plena carrera aeroespacial, durante los años de la Guerra Fría. Space Dogs (ver crítica aparte) alterna imágenes obtenidas por el dúo de realizadores durante los días y las noches moscovitas con una buena cantidad de material de archivo –en su mayor parte inédito– de esos próceres de cuatro patas: registros realistas de los preparativos, el viaje celestial y, si la suerte los acompañaba, el regreso a casa. Nueva demostración de que la expresión “una vida de perro” como sinónimo de dureza puede incluir altas dosis de literalidad.

La primera, alucinante secuencia de Space Dogs parece salida del sueño inflamado de un guionista de películas de ciencia ficción. Sin embargo, Elsa Kremser asegura que “es material de la Nasa, una reentrada en la atmósfera terrestre. Fue grabada con una cámara digital en 2011 o 2012 y fue la primera vez que lograron filmar desde la ventana trasera de la cápsula. Cuando la vimos nos voló la cabeza y decidimos usarla como escena de apertura”. Levin Peter acota que “es interesante, porque todo es real y muy poderoso, pero el resultado visual es como un viaje de LSD, colorido y artificial”. En comunicación exclusiva con Página/12 desde Viena, los cineastas, fundadores de la productora Raumzeitfilm, describen el largo camino que los llevó a codirigir en tándem por primera vez, a pesar de que suelen trabajar en los mismos proyectos, en distintos roles, desde que estudiaban juntos la carrera de cine. “Fue dar un paso más en nuestra sociedad creativa”, afirman.

-¿Qué fue primero? ¿La idea de hacer un documental sobre perros callejeros o la investigación sobre los perros del espacio, como la pionera Laika?

Elsa Kremser: -Primero fueron los perros callejeros. Siempre quisimos hacer una película muy física que tuviera además un costado metafórico. Viajamos por Argentina un buen tiempo y casi siempre nos topábamos con jaurías en las zonas costeras, en la playa y en las calles. De alguna manera, fueron nuestros compañeros durante varios días. La idea fue creciendo a lo largo de los años: hacer una película sobre animales que fuera diferente a lo usual. Al mismo tiempo, comenzamos a hacer una investigación sobre perros famosos, canes históricos y también ficcionales, y así llegamos a Laika. Al leer sobre ella nos enteramos de algo que no conocíamos: que había sido una perra callejera antes de su célebre viaje espacial. En ese momento todo encajó.

Levin Peter: -Queríamos cruzar el documental puro con la mitología e incluso el realismo mágico. Es una línea delgada que no siempre funciona en el cine, pero la idea de Laika como una figura que estuviera en el centro como algo mitológico, como proyección humana, nos interesaba mucho.

-¿Fue muy arduo conseguir el material de archivo que forma parte del film?

L.P.: -No fue nada fácil. El material es inédito en un ochenta por ciento, nunca se había visto y estuvo depositado en un laboratorio por décadas. En realidad, jamás se pensó que fuera público. Lo más difícil de hallar fueron esos planos tomados por cámaras instaladas dentro de las cápsulas. Llegamos a conocer a personas que habían estado a cargo de instalarlas. Ellos conocían todos los detalles, pero no sabían dónde estaba el metraje. Descubrimos que se habían filmado todas las etapas de los lanzamientos: antes, durante y después. La vida en los laboratorios, los testeos, los entrenamientos, los vuelos en sí mismos. Pero al comienzo sólo pudimos acceder a breves fragmentos. Fue un momento muy miserable en la preproducción, muy poco satisfactorio. Eso fue durante el primer año, cuando teníamos la esperanza romántica de que, tal vez, algún apasionado por el tema había coleccionado el material. Finalmente, fuimos muy afortunados de poder conocer el lugar donde los perros habían sido entrenados, un sitio que todavía existe y tiene el nombre de Instituto de Problemas Biomédicos, en la Academia Rusa de las Ciencias. Es un lugar interesante porque allí se investiga la vida de los organismos bajo cero gravedad y radiación en el espacio exterior. En ese momento estuvimos a punto de acceder al material pero las tensiones políticas entre el este y el oeste crecieron y tuvimos que esperar el momento apropiado. Finalmente, para todo sucediera, llegamos a una suerte de entendimiento cultural: tuvimos que comprender su punto de vista, sus miedos. Lo más difícil fue explicarles a los científicos cómo era nuestra película, cuáles eran nuestras intenciones. Ese fue el click que permitió que todo sucediera, pero llevó mucho tiempo e intentos previos que fracasaron.

E.K.: -Vale la pena aclarar que el material había comenzado a descomponerse, así que tuvimos que llevar a cabo un proceso de restauración urgente.

-¿Cómo fue el rodaje en las calles de Moscú? Seguramente llevó bastante tiempo que los perros se acostumbraran a la presencia constante de un equipo de filmación.

E.K.: -Estar cerca de la jauría no fue un problema, porque esos perros están muy acostumbrados a la presencia de los humanos. Lo importante fue generar la sensación de que éramos una especie de compañeros y no sus dueños. Por ejemplo, desde el principio decidimos que nunca íbamos a alimentarlos. Tampoco es que estaban muriendo de hambre. Simplemente nos acercábamos, un grupo de cinco personas. Pero al principio estaban un poco irritados ante nuestra presencia, ya que no era lo habitual en su día a día. La gente normalmente pasa por el costado. Filmamos durante mucho tiempo, en total unas catorce semanas a lo largo de seis meses, con pausas en el medio. Lo que se ve en la película fue rodado durante las últimas cinco semanas y todo lo que filmamos antes, cuando todavía se estaban acostumbrando a nosotros, quedó fuera de la película. Una vez que nos aceptaron podíamos seguirlos a todos lados e, incluso, podría decirse que nos esperaban, teníamos la sensación de que pensaban que pertenecíamos al mismo grupo.

L.P.: -Durante la escritura del guion y el rodaje nos preguntamos muchas veces cómo debía ser la estructura de las escenas. ¿Cuál era nuestra motivación? Nos gusta mucho David Attenborough (el hermano del director de Gandhi) y respetamos mucho su trabajo en el terreno del documental sobre la vida animal, pero no queríamos ese tono de documental de National Geographic donde los animales están cerca pero, al mismo tiempo, son algo distante. Nuestra percepción de la así llamada “vida salvaje”, la naturaleza cruda, es extraña. No pensamos que ese era un buen efecto para nuestra película.

-Tampoco debe haber sido sencillo el rodaje desde un punto de vista técnico.

E.K.: -Fue bastante duro para el director de fotografía. Usamos una Alexa Mini, que es una cámara profesional relativamente liviana. Trabajamos juntos y muy intensamente para inventar un sostén que le permitiera seguir a los perros fácilmente, una especie de bolsa de compras con la cámara adosada en el extremo inferior. Físicamente fue todo muy demandante. Y en ocasiones había que esperar mucho tiempo, porque los animales simplemente se tiraban a dormir por ahí. La espera a veces era de horas y horas.

-Hay una escena puntual que puede impresionar al espectador por su crudeza, aunque no haya allí nada fuera de lo común. El protagonista inesperado es un gato y, desde luego, uno de los perros. ¿Pensaron en algún momento en no incluir ese momento?

 

E.K.: -Para nosotros fue una instancia muy importante del rodaje. Ocurrió después de muchas semanas de estar cerca de los perros, durante una de las primeras mañanas en las cuales pensábamos que, finalmente, podíamos empezar a registrar imágenes interesantes. Todo fue muy raro. A veces la gente nos pregunta por qué no impedimos que ocurriera esa muerte. Incluso ahora, cuando vuelvo a ver la escena, me preguntó si hubiéramos podido hacerlo. Imposible. Fue un momento muy emocional, fuerte y duro, pero hicimos aquello para lo que habíamos entrenado durante semanas y meses: seguir a los perros y no intervenir. Nunca estuvo en duda que la escena debía estar en la película. No pensamos que sea un shock gratuito. Aunque debo decir que luego de eso comenzamos a odiar un poco a ese perro (risas). “¿Cómo pudiste hacer eso, matar a ese hermoso gatito?” Luego de discutir mucho llegamos a la conclusión de que esa idea –la idea del perro malo y el perro bueno– es simplemente una proyección de nuestra moral.

-Space Dogs está pautada por una narración en off de tono poético, un texto nada explicativo recitado en ruso por el actor Aleksei Serebryakov.

E.K.: -La inclusión de un comentario en off fue decidida desde muy temprano. Pensamos que el mito de Laika debía ir acompañado de los aspectos científicos y una narración cercana al cuento de hadas. También era claro que el texto no debía referir directamente sobre los perros que se ven en la película. La correlación debía estar presente, pero nunca explicitada. La estructura general de la película estuvo presente desde un principio y buscamos conscientemente imágenes especulares, como ese chimpancé que trabaja en fiestas de cumpleaños y las dos tortugas que aparecen cerca del final. También en los pájaros, que están presentes en la banda de sonido y que estaban allí en el momento del rodaje. Desde luego, la forma final se obtuvo durante el montaje, que fue extenso y muy intenso, y en el cual probamos muchos caminos distintos hasta hallar el apropiado.

-Otro aporte central al tono de la película es la música, compuesta por John Gürtler y Jan Miserre, que acerca a las imágenes un costado evocativo, etéreo.

 

L.P.: -Todas las ideas sonoras de Space Dogs provienen directamente del cine de ciencia ficción, en particular de algunos títulos de los años 70. Películas mainstream que, sin embargo, tenían un costado experimental. Intentamos que la música y el diseño sonoro se cruzara con esas imágenes de laboratorios reales, limpios y asépticos, para llegar a un clima cercano a la ciencia ficción.