Federico Molinari estaba arrancando el año como quería, empezando a vivir los momentos finales de su carrera como lo había planeado. La medalla de bronce en los Panamericanos de Lima había empezado a cerrar el círculo y por eso, en medio de los festejos, se había atrevido a pedirle matrimonio a su esposa Paula… Durante principios de marzo, el atleta de 36 años estaba disputando dos Copas del Mundo, buscando su última chance para llegar a Tokio, cuando el Covid-19 hizo su aparición. Y, como nos pasó a todos, el virus le trastocó la vida. El santafesino debió reinventarse -y achicarse- para sobrevivir, luego de suspenderse las competencias y tener que cerrar las tres sucursales de su escuela de gimnasia. Pero fiel a su carácter, el especialista en anillas no se quedó quieto. Se mudó a una casa con un alquiler más barato, se puso a vender el equipamiento deportivo de un sponsor y presentó un proyecto a un municipio para organizar unas olimpiadas virtuales. Todo esto le permitió capear el temporal económico que desató la pandemia pero, además, le quedó tiempo y energía para seguir de cerca el proyecto social que eligió en el programa Huella Saint Gobain, la mejora de infraestructura del merendero Sueños de Dios, en el barrio Bancalari, en Tigre.
“Cuando cerramos las escuelas, el 19 de marzo, al principio pensamos, como la mayoría, que esto duraría unas semanas, pero al mes nos dimos cuenta que venía para largo y lo primero que hicimos, aprovechando que se nos terminaba el alquiler, fue mudarnos. Luego nos achicamos en los servicios y después empecé a vender equipamiento deportivo, algo que se puso de moda con la gente entrenándose en las casas. Tuve más de 100 pedidos, pero fue estresante porque había poco stock. Igual, seguimos porque teníamos alquileres y sueldos (de profesores) que pagar y la recaudación había bajado muchísimo porque pasamos de 400 alumnos a 50 chicos a través de la plataforma Zoom… Fuimos tapando agujeros y zafando, pero no resultó nada fácil”, detalla Molinari.
Luego, viendo a sus hijos y alumnos, Fede se dio cuenta de que pasaban demasiado tiempo frente a las pantallas -sean TV, tablets o celulares- y así pensó en un torneo virtual de gimnasia. Luego lo amplió a otros deportes, habló con referentes de distintas disciplinas y lo presentó en el municipio de San Isidro. Cuando lo aprobaron, Fede arrancó con una especie de olimpiadas en las que participaron 2000 chicos, con streamings en vivo y gran movida en redes sociales. “Las familias se prendían a ver a sus hijos, primos o nietos. Y se sumaron embajadores de cada disciplina: Seba Crismanich en taekwondo, Paulita Pareto en judo, Yas Nizetich en vóley, Santi Alvarez y Rodrigo Etchart de los Pumas, Abigail Magistrati en gimnasia y hasta Santi Lange en una novedosa competencia de vela virtual. Nos sirvió como una nueva fuente de trabajo y también para sacar a los pibes de las pantallas”, cuenta. Ahora, por suerte, pudo abrir dos de sus academias, en Torcuato y Caseros, en las que tiene espacio al aire libre. “Son clases más personalizadas, con un profe cada cuatro alumnos. Pero fue una alegría, para nosotros y para ellos, luego de cinco meses. Verlos socializar y empezar a moverse les cambió el humor”, resalta el de San Jorge, quien a la vez también se entrena para estar listo cuando vuelvan las competencias. “Quiero retirarme con algún buen torneo, logrando algo importantes y así cerrar el círculo”, admite.
Su reinvención durante la pandemia y las limitaciones de traslado no evitaron que Molinari siguiera de cerca el avance de su proyecto social. Fede había visitado el merendero Sueños de Dios en diciembre, durante su inauguración, luego de que la empresa se encargara de revocar paredes, pegar cerámicos, hacer una carpeta en el piso y poner una membrana líquida en el techo para terminar un salón que funcionara de comedor y acondicionar las instalaciones ya construidas para que sean espacios para realizar diferentes talleres. Y esta semana volvió para una nueva visita. “Me encontré con un lugar que sigue avanzando, ampliándose y que, por la crisis, además de dar de comer a 70 chicos, ahora está asistiendo a sus familias. Son, en total, unas 200 personas. En medio de la pandemia… Y en medio del sufrimiento porque a Silvina y Miguel, los dueños del comedor, se les murió el papá de Covid y hoy estaban ahí. Son grandes luchadores, es realmente emocionante lo que hacen”, cuenta Fede.
El atleta valora esta oportunidad de que lo ayuden a ayudar. “Con este programa descubrí la sensación de plenitud de colaborar con el otro, es algo que me permite sentirme mejor ciudadano. Es un honor pertenecer a Huella, junto a tantos embajadores prestigiosos y que, entre todos, cada año podamos encarar un proyecto distinto. En mi caso, en el 2018 fue mejorar la infraestructura de un comedor en Manzanares y en 2019 en José León Suárez con un centro de capacitación para jóvenes de bajos recursos”, explica. En esta etapa de su vida y de su carrera, Molinari sabe que este camino es especial. “Hoy noto que tengo otra conciencia social. Sé claramente lo que es no tener nada o directamente no contar con oportunidades. El ayudar al prójimo se me ha hecho carne. Además, al haberme transformado en referente deportivo hace que deba respaldarlo con buenas acciones y dejando una huella de otra forma”, explica quien fuera finalista olímpico en 2012.
Y, en ese sentido, cuenta una vivencia durante la inauguración del merendero que lo impactó. “Fuera del lugar había un hombre vendiendo choripanes y cuando fui a comprarme uno, me contó que él había ayudado como albañil en la obra y por eso le habían permitido colocar el puesto para hacerse unos mangos. Esa es la actitud, el contagiar, armar una cadena para que todos nos ayudemos para poder ayudar a otros. Es gratificante ver cómo otra gente que tiene poco pone el hombro para ayudar a que otros tengan algo más. Encontrás gente sana, comprometida, con valores. Y eso te humaniza más. Aprendés más que en otro espacio de la vida”, admite Molinari. Un atleta que no deja de reinventarse. Y de ayudar.