La política social requiere de tener un oído atento a lo que pasa en los barrios, de articular a los distintos actores estatales y sociales que están en los territorios y, en función de ese diálogo, definir líneas de trabajo concretas, con sentido federal, que no respondan a programas cerrados y enlatados. La pandemia del covid-19 limitó en buena medida la posibilidad de realizar visitas presenciales por todo el país, pero venimos realizando distintos diálogos virtuales con emprendedores, trabajadoras y trabajadores de la economía social y popular, que muestran la voluntad de volver a levantarse y dar la pelea cotidiana.
Nora es catamarqueña y desde chica tiene pasión por la gastronomía. Buena parte de su vida trabajó de modo informal, y el sueño de montar una rotisería y una sandwichería propias le venía rondando en la cabeza desde hacía un tiempo. Quiere dar ese paso con las máquinas que recibió por medio del Concurso Potenciar, que organizamos desde el Ministerio.
Desde Viedma, María Soledad cuenta que su esposo es sonidista y venía trabajando bien, pero el laburo se le cortó con la pandemia. Entre los dos se ayudaron para salir adelante; y ella hizo cursos online de carpintería y empezó a hacer changas pintando muebles y arreglándolos. Las nuevas máquinas le permiten dar un salto de escala y tomar más pedidos.
Diego es herrero en Carmen de Patagones y montó un taller en su casa, con herramientas que heredó del padre. Mientras hacía cursos en una escuela de formación, tomó un microcrédito para comprar insumos. Ya lo devolvió y acaba de recibir una nueva financiación para comprar una soldadora: hace herrería de obra, rejas, portones, escaleras, discos, chulengos.
Gladys trabajaba como administrativa en una multinacional y en 2018 la echaron de su trabajo. Salió a buscar empleo, pero no conseguía reinsertarse, le decían que estaba sobrecalificada. Echó mano a una vieja máquina de coser Singer de su madre y comenzó a hacer carteras de tela y riñoneras, después sumó zapatos. Ahora tiene tres máquinas nuevas y dice que su emprendimiento va a crecer y le va a dar laburo a personas que, como ella en su momento, necesitan una mano para reinsertarse.
Durante la crisis de 2001, la Argentina mostraba datos sociales alarmantes: 57 por ciento de pobres, 28 por ciento de desocupados y 60 por ciento de informalidad económica. La teoría de que había que achicar el Estado para dejar todo en manos del mercado dio muy malos resultados. Como camino de salida, se pusieron en marcha tres grandes líneas de políticas sociales: seguridad alimentaria, con la idea de fortalecer la asistencia alimentaria y las formas de comer y alimentarse en el hogar; desarrollo local y economía social, promoviendo desde el Estado el acompañamiento para conseguir trabajo, y financiando de forma activa a la economía social y solidaria; y programas de transferencia de dinero, que tuvieron una primera etapa con el Plan de Jefes y Jefas de Hogar y en diciembre de 2009 se masificaron a partir de la Asignación Universal por Hijo.
Entre 2003 y 2015 se redujo la pobreza, la desocupación y la indigencia; y las áreas sociales incorporaron dimensiones como la economía social y los microcréditos, que no estaban en la agenda tradicional de lo social. Algunos de los problemas que habían quedado pendientes eran la calidad nutricional, la comercialización de la economía social, la inclusión de jóvenes y la reducción de los índices de informalidad laboral.
Las políticas neoliberales aplicadas entre 2015 y 2019 dejaron una nueva catástrofe social. Más de un tercio de la población vivía en situación de pobreza y más de 15 millones de personas sufrían de inseguridad alimentaria, de acuerdo a las estadísticas del segundo semestre de 2019.
Garantizar la seguridad alimentaria es una política de Estado prioritaria con la asunción del presidente Alberto Fernández, por medio del Plan Argentina contra el Hambre. El otro eje central es Potenciar Trabajo, una batería de medidas que buscan reconstruir la movilidad social ascendente a partir de la transferencia de ingresos, el crédito no bancario y el financiamiento a empresas recuperadas y los proyectos de la economía popular y la agricultura familiar.
La pandemia agudizó, sin dudas, los indicadores sociales que recibimos en diciembre de 2019. Esta situación de impacto global nos obliga a generar cambios estructurales y políticas de escala, que aborden los problemas profundos que presenta nuestro país. El acuerdo de deuda sostenible que alcanzó nuestro país en las últimas semanas es un hito histórico y nos permite generar un piso para proyectar un modelo de desarrollo en el que no quede nadie afuera.
Creemos en la economía popular, en la agricultura familiar y en el desarrollo local como ejes fundamentales para motorizar la economía de abajo hacia arriba. La salida es colectiva y con trabajo. “Tengo fe, necesito poner en marcha mis manos”, nos contó Gladys en el diálogo virtual que mantuvimos junto al Presidente. Y Alberto respondió con este mensaje que debe hacerse extensivo a todas y todos los argentinos: “Nunca bajen los brazos, porque los años que se vienen son años para que todos ustedes salgan del mal momento que le tocó pasar a cada uno”.
* Daniel Arroyo es ministro de Desarrollo Social.