El asesinato a golpes de Fernando Pereiras no es un hecho aislado en el deporte. Sí es excepcional porque se produjo en un partido entre menores. Un familiar mató al director técnico del equipo rival. Pasó en el futsal, como pudo haber ocurrido en el fútbol. En una cancha de once jugadores o bajo techo, como en el caso del crimen ocurrido en el club Industrial de Munro.

¿Cómo puede ser posible que se produzca semejante violencia en un espacio de recreación para niños o adolescentes? La búsqueda de razones no puede circunscribirse a una. El problema es multicausal. Si se asiste a este tipo de competencias entre menores, lo primero que se visibiliza es la agresividad latente de los adultos. Y cuando brota de repente, no guarda la mínima simetría. Puede ser dirigida hacia otro adulto (el árbitro, el entrenador, un padre) y también hacia los chicos. 

Lo experimenté cuando produje algunos tramos del notable documental La Argentina y su fábrica de fútbol, de Sergio Iglesias, en 2007. Una experiencia narrativa aleccionadora de lo que es el mercantilizado mundo del fútbol infantil. Ahí donde los padres depositan en sus hijos la expectativa de un futuro mejor para la familia. Se proyectan en chiquitos que corren detrás de una pelota, mientras los rodean mayores que gritan desaforados sin medir las consecuencias. Su presión se instala en el ambiente, que a menudo es un ambiente cerrado, como el del futsal. Por ende, se transforma en una caja de resonancia de quejas, insultos, desafíos a que un pequeño vaya contra la humanidad de otro como si se tratara de un deporte profesional.

Partidos que terminaron en batallas campales con pequeños como testigos involuntarios se cuentan por decenas. No son las habituales imágenes de esa violencia macro que domina en las calles o en un gran estadio. Ni aquellas cuyos protagonistas son las barras bravas estándar. En noviembre de 2015 hubo una pelea entre padres en el club Alvear de Mataderos. En septiembre del año pasado fueron madres las que provocaron incidentes en Río Tercero, Córdoba, cuando una denunció a otra por decirle “ciego a mi nene”. Son tan solo dos ejemplos y no importa tanto el deporte en que se produjeron.

Tampoco se trata de una exclusividad argentina. A fines de 2015 un hombre asesinó al entrenador de su hija basquetbolista porque no la ponía de titular. Pasó en México. En marzo último, se volvió viral el video de una gresca entre padres de chicos de 12 años durante un partido de fútbol. Jugaban en Mallorca, España, muy lejos del Conurbano donde mataron al entrenador Pereiras. Ambos hechos tienen una misma matriz de violencia. En el primero las piñas no pasaron de ahí. En Munro ocurrió una tragedia que podría repetirse en cualquier momento.

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