Desde Londres.A falta de vacuna, con el temible invierno a la vista y un claro deterioro en el número de casos, el gobierno de Boris Johnson sacó de la galera una nueva perla: la “Operation Moonshot”, un programa de testeo permanente de toda la población británica. "Es la única posibilidad de evitar un segundo confinamiento", señala el documento oficial.
“Operation Moonshot” suena a aventura astronómica, a viaje las estrellas, una suerte de cohete a la luna británico que busca encapsular en la nave nada más ni nada menos que a toda la población del Reino Unido. La lógica es sencilla. Si se testea a toda la población de manera permanente, se podrá aislar a los que estén contagiados y la capacidad expansiva del virus se irá debilitando por falta de hábitat.
Como suele pasar con los planes faraónicos, los problemas empiezan cuando se los busca ejecutar y aparecen la logística, los aspectos operativos, el terco muro de la realidad. El plan Moonshot requiere efectuar 10 millones de tests diarios para diciembre a más tardar, el costo superaría los 100 mil millones de libras (unos 127 mil millones de dólares) y la tecnología que se necesita no existe.
En una conferencia de prensa el miércoles Johnson reconoció estos problemas, pero con su inimitable estilo mostró entusiasmo y fe en la solución. “Tenemos varios desafíos por delante. Necesitamos la tecnología apropiada. Necesitamos los materiales necesarios para la producción de tantos tests. Necesitamos un sistema eficiente de distribución. Y tenemos que superar muchos problemas logísticos”, dijo Johnson.
Al primer ministro le faltó señalar que todos estos desafíos tendrán que solucionarse en los próximos dos meses para que la “Operation Moonshot” sea exitosa. También obvió que desde abril el gobierno está prometiendo producir un sistema de testeo “único en el mundo”. Lo anunció el ministro de salud Matthew Hancock ese mes cuando el primer ministro estaba recién salido de la terapia intensiva por el Covid-19. En ese momento la aspiración era mucho más modesta: 100 mil tests diarios a fin de mes.
La meta se alcanzó unos tres meses más tarde. El último dato que hay, del 2 de septiembre, habla de 175.687 tests. ¿Cómo dar el salto a 10 millones antes de navidad cuando se tardó cinco meses en llegar a cifras infinitamente más modestas? ¿Es esta otra fantasía tirada al aire alegremente por el primer ministro? En febrero dijo que el miedo al Coronavirus no iba a interferir con el inimitable espíritu emprendedor de los británicos y su fe en la economía de mercado. En marzo, tres semanas antes del confinamiento, que la pandemia estaba bajo control en momentos en que ya Italia y España estaban sumidas en el caos.
La reacción de los especialistas ante esta nueva iniciativa varió entre la sorna y el escepticismo. En una entrevista con la radio LBC de Londres, el doctor Chris Papadopoulos, de la Universidad de Bedforshire, ironizó sobre estas pruebas masivas. “Hacer tests masivos en esa escala sería muy beneficioso, pero nadie se cree que será posible. Ha habido tantas promesas sobre la capacidad que tenemos de hacerlo, promesas que no se han cumplido, que es difícil a esta altura creer nada”, dijo Papadopoulos.
La ingrata realidad
Al lado de la faraónica ambición está la ingrata realidad de la estrategia gubernamental en todos los aspectos del coronavirus, incluido el testeo y rastreo de casos. Esta fragilidad quedó en evidencia durante el tradicional duelo parlamentario de los miércoles entre el primer ministro y el líder de la oposición, el “Prime Minister Question Time” (PMQT).
El líder laborista Keir Starmer le recordó al primer ministro las dificultades de acceso que hay hoy para el régimen de testeo y rastreo. “En las últimas semanas ha habido muchas familias que fueron enviados a lugares remotos, a veces a cientos de kilómetros de donde están, para hacerse el test. A otros se les ha dicho que no cuentan con los tests para hacerse las pruebas”, dijo Starmer.
El primer ministro respondió que esa situación se debía al éxito del programa que lleva a cabo el gobierno que, en sus palabras, es el “más extenso de Europa, con más de 17 millones de tests”. La aserción de Johnson quedó flotando en el aire luego de que aparecieran datos que la desmentían o la ponían en perspectiva. Era cierto que había aumentado la capacidad de testeo, pero estaba detrás de otros países europeos en número bruto y, además, la cifra no decía nada sobre la eficacia de una política sanitaria frente al coronavirus.
Esta eficacia está en entredicho hace rato. Esta semana, una vez más, el gobierno se vio obligado a cambiar las reglas sociales de interacción para combatir el coronavirus ante la duplicación de casos registrada desde fines de agosto. A partir del lunes habrá un nuevo límite para el número de personas que se reúnen: no más de seis sea en casa o en la calle.
Lo anunció Johnson el miércoles, luego de su PMQT con Keir Starmer. El primer ministro advirtió que habría multas en el acto de 100 libras que saltarían hasta a 3200 libras para los reincidentes. “Hay que evitar un segundo confinamiento nacional”, advirtió Johnson.
El tono ha cambiado y delata un incipiente pánico. Entre mayo y julio el primer ministro se lanzó a desmantelar la cuarentena estimulando a la gente a ir al pub, dando incentivos económicos para las salidas a restaurantes y prometiendo que las cosas estarían bien para celebrar una navidad casi normal.
La ingrata realidad hoy es que ya hay una docena de localidades, entre ellas grandes ciudades inglesas como Manchester, Birmingham y Leicester, a las que les ha tocado regresar a fases previas ante el avance del virus y que el número de casos en todo el Reino Unido está siguiendo la curva ascendente del resto de Europa. En el documento filtrado a la prensa el miércoles sobre el Operation Moonshot el primer ministro señalaba que era la “única posibilidad evitar un segundo confinamiento nacional antes de que llegue la vacuna”.
A los británicos y residentes de estas islas solo les cabe esperar que no sea así. O que llegue bien pronto la vacuna.