Conocí a Mario en el precario despacho de la mítica revista Crisis dirigida por Eduardo Galeano. Fue ése un lugar de varios encuentros más. A la distancia me doy cuenta de que el temor despertaba necesidad de juntarse para conjurar los susurrados relatos sobre los que estaban y habían dejado de estar. Recuerdo cierta vez que Eduardo atendió el teléfono y luego de escuchar algunos segundos respondió: “Las amenazas de ocho a diez por favor” y colgó. Estar juntos abría algún espacio para el humor en aquel 1975 de la Triple A y de la ominosa tormenta que se avecinaba imparable.
De Mario siempre me impresionó el pudor con que disimulaba su inteligencia. Como si no quisiera molestar a los demás con sus comentarios punzantes y lúcidos que solo dejaba escapar de tanto en tanto y cuando se sentía en confianza. Volvimos a vernos años después en nuestros respectivos exilios. Luego de un crispado devaneo por varios países Mario se radicó en Palma de Mallorca y venía con frecuencia a Madrid, donde estábamos Carlos Alonso, Pino Solanas, Nacha Guevara, Héctor Alterio, Norman Briski, Cipe Lincovsky, Horacio Guarany, y varios y varias más.
No me voy a extender en datos de su biografía. Para eso está Google. Mario hizo de la poesía un espacio de resistencia contra las dictaduras latinoamericanas, Para ello eligió un lenguaje duro, sin rodeos, comprensible, que le valió y le vale la crítica de quienes confunden la poesía con la elegancia o lo enigmático. Supo calar en la entraña del drama latinoamericano, en su esencialidad, por eso sus escritos no pierden actualidad, mientras las derechas avanzan sobre nuestros países vulnerables: “con sus predicadores/ sus gases que envenenan/ su escuela de chicago/ sus dueños de la tierra/ con sus trapos de lujo/ y su pobre osamenta/ sus defensas gastadas/ sus gastos de defensa/ con su gesta invasora/ el norte es el que ordena”.
¿Conoció el gobierno de Macri? ¿Leyó sobre Caputo, sobre Dujovne? Claro que no. Sin embargo escribió: “Ustedes duros/ con nuestra gente/ por qué con otros/ son tan serviles/ cómo traicionan el patrimonio/ mientras el gringo/ nos cobra el triple”. Siempre denunció la tiniebla implacable de las derechas latinoamericanas. Por eso, como Jauretche, reivindicó la alegría como un arma liberadora: “Defender la alegría como una bandera/ defenderla del rayo y la melancolía/ de los ingenuos y de los canallas/ de la retórica y los paros cardíacos/ de las endemias y las academias”.
Pero además de su admirable compromiso político, fue fundador del Frente Amplio uruguayo, ¿quién le cantó al amor como él?: “Es tan lindo/ saber que usted existe/ uno se siente vivo/ y cuando digo esto/ quiero decir contar/ aunque sea hasta dos/ aunque sea hasta cinco/ no ya para que acuda/ presurosa en mi auxilio/ sino para saber/ a ciencia cierta/ que usted sabe que puede/ contar conmigo”. La bella y sensible musicalidad de la poesía de Benedetti dio lugar a varias canciones inspiradas de notables músicos, entre los que se destaca nuestro Alberto Favero con “Te quiero” y “Por qué cantamos”, Joan Manuel Serrat le dedicó un disco entero en el que musicalizó una decena de poemas, Daniel Viglietti le puso música a “Cielito de los muchachos”, Numa Moraes a “Cielo del 69” y Pablo Milanés a “Hombre preso que mira a su hijo”. Y hubo más.
Mi admirativa amistad con Mario se plasmó en A la izquierda del roble, un espectáculo que acabábamos de iniciar en su tercera temporada en el Centro Cultural de la Cooperación cuando se desencadenó la pandemia. Allí tuve la osadía de subirme al escnario con lxs talentosxs Alejandra Darín, Marcelo Balsells y Sergio Vainicoff, dirigidos por Daniel Marcove. En Youtube hay tráiler. Se supone que, si aún estamos vivos y sin secuelas, reestrenaremos en marzo.