Había dos clases de mujer en la Inglaterra victoriana. Las ladies, frágiles y delicadas, debían desmayarse fácilmente, ayudadas sin duda por los apretados corsés de moda. Las trabajadoras de las fábricas, en cambio, hacían jornadas agotadoras de 12 horas sin flaquear.
Lady "sport"
Lady Florence Dixie no encajaba en ninguno de los dos arquetipos. Nació en 1855 en Escocia y se crió con cuatro hermanos varones. La familia era más deportista que intelectual. El hermano mayor, heredero del título de Marqués de Queensbury, estableció reglas que hoy siguen formando parte de las normas del boxeo profesional. Más “caballerescas” que el “vale todo” original y que prontamente se difundieron como las Queensbury rules en Inglaterra. Pero para los aristócratas, deporte eran las cacerías o las carreras de caballos.
Florence fue presentada en la corte de la Reina Victoria, pero prefería la cacería a los bailes. Correr detrás de un pobre zorro, saltando cunetas y cercos en una cabalgada alocada y peligrosa era su pasión. Físicamente pequeña y ágil, se convirtió en una hábil jinete.
Se casó con 19 años pero no cambió su vida ecuestre. Su marido, Lord Dixie, compartía su afición a la caza y corrían juntos tras el zorro. Sin embargo, su medio la asfixiaba y Florence decidió viajar. Para escapar lo más lejos posible, eligió la Patagonia y organizó una pequeña expedición: Florence, su marido, el hermano boxeador y un mellizo de Florence, el hermano más cercano afectivamente. La Patagonia apenas era visitada por el hombre blanco, aunque eso estaba cambiando drásticamente.
Explorar la Patagonia
Cuando el grupo viajó Punta Arenas, en 1878, comenzaba en el norte de la Patagonia el “Gran Malón Huinca”, como lo llamaron sus víctimas Mapuches. Era la “Conquista del Desierto”, según Roca y el Gobierno argentino de la época.
El grupo inglés era ajeno a todo esto y hasta los Tehuelches que habitaban la zona sur de Santa Cruz apenas tendrían noticias de lo que pasaba en Neuquén y el Río Negro, miles de kilómetros al norte. En la zona solo existía un establecimiento en la isla del Río Santa Cruz, con Luis Piedrabuena, un mínimo asentamiento en Ushuaia donde estaba el misionero Tomas Bridges y el puerto chileno de Punta Arenas. A eso se reducía la presencia de la “civilización” en el extremo sur de la Patagonia.
Florence, sus hermanos y marido viajaron como turistas, un tanto frívolamente, aunque el viaje era arriesgado y estaban dispuestos a sufrir privaciones. Soñaban con cazar guanacos, ñandúes y pumas. Deporte, pero también subsistencia, porque la caza iba a ser la fuente principal de alimento. Punta Arenas, que funcionaba como puerto y penitenciaría chilena, les pareció miserable y fea. Pronto partieron, a caballo rumbo al interior, con cuatro gauchos como baqueanos y Julius Beerbohm, otro inglés que había estado allí antes, como lenguaraz y guía. El único “mister” entre tanto Lord y Lady.
Cabalgaron cientos de kilómetros por lagos y cerros cuyo nombre desconocían. Lo más espectacular, que ellos bautizaron “Agujas de Cleopatra”, hoy se conoce como las Torres del Paine: “El mundo era tan nuevo que para nombrarlas, había que señalar las cosas con el dedo”, la frase de García Márquez resulta apropiada. Sabemos ahora que visitaron Torres del Paine porque se reconocen en un dibujo basado en un boceto de Beerbohm.
Libro de viaje
Aquí comienza la etapa más interesante de Florence: escribió un libro sobre su viaje, que tuvo éxito y lo fue siguiendo con otros. Ahora, en lugar de escapar de un mundo que la asfixiaba decidió luchar contra él.
En Inglaterra de fines del siglo XIX era importante el movimiento de las sufragistas, que luchaban por los derechos de las mujeres en general y el voto femenino en particular. Pioneras del feminismo, en esta etapa de la lucha por la igualdad de género, lograron cambios legales y sociales importantes. Florence escribió varias novelas con temas feministas, una de ellas futurista escrita al filo del cambio de siglo, donde vaticinaba una mujer Primer Ministro para Inglaterra antes de 1999.
Corresponsal de guerra
No dejó de ser mujer de acción. En 1881, viajó a Sudáfrica como corresponsal de guerra, para cubrir el conflicto entre ingleses y Bóers. Fue así la primera mujer corresponsal de guerra. Visitó la tierra Zulú, escenario de una contienda anterior entre ingleses y zulúes. Allí conoció al rey de los zulúes, Cetshawayo que estaba prisionero y abogó por su liberación, cosa que ocurrió por breve lapso. Escribió también un libro sobre estos episodios. No renunció del todo a su apoyo al Imperio Británico, pero fue una partidaria incómoda del sistema.
En su crecimiento personal, se arrepintió de sus cacerías de juventud, escribiendo un panfleto contra la caza del zorro cuya crueldad le llegó a repugnar. Un sentimiento que nació cuando mataron un huemul en la Patagonia. La destrucción de este hermoso y confiado animal, le hizo ver la caza con otros ojos.
La idea de deporte iba cambiando. Se imponía el juego en equipo y en 1895 Florence fue Presidenta Honoraria del primer club de fútbol femenino. Aceptó el cargo con la condición de que las jugadoras tomaran su compromiso en serio. Con 40 años eligió no jugar activamente. Murió diez años más tarde, de difteria, y con escasos 50 años en 1905.
Su vida fue un compendio de primicias, en turismo de aventura, corresponsalía de guerra y fútbol femenino. Florence derribó mitos victorianos sobre la capacidad física e intelectual de la mujer y colaboró, de este modo, con la revolucionaria lucha de las sufragistas.
*Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.