Hace unos años, la madrileña Diana Larrea vio en su ciudad una conferencia performática donde la artista María Gimeno tomaba el celebérrimo manual Historia del Arte, de E.H. Gombrich, y reparaba en que no se mencionaba allí ni a una sola mujer; procedía, entonces, a introducir “a cuchillo” algunos nombres ausentes dentro del canon androcéntrico de la historia del arte occidental. La acción hizo mella en Larrea, artista ella misma, y pronto se propuso contribuir a la faena divulgativa: raudamente abrió una cuenta en Facebook, luego en Instagram, más tarde una web oficial, donde religiosamente compartía “una sinopsis de la trayectoria profesional de una creadora del pasado, olvidada o desconocida, con una selección de sus obras más destacadas”. Revisión histórica con el foco puesto en la recuperación y revaloración que permitió a la propia Diana “encontrarse con referentes artísticos femeninos a los que me siento ligada de un modo extraño y permanente”. Un proyecto que, desde 2017, aún sostiene bajo el título de origen, Tal día como hoy, subiendo regularmente “biografías y trabajos imprescindibles de cientos de pintoras, escultoras, fotógrafas, dibujantes, grabadoras, artistas textiles, multidisciplinares, cineastas experimentales”, de todas las épocas, todos los estilos, desde la Edad Media hasta la actualidad.
Dicho lo dicho, Larrea ha sumado un nuevo capítulo más a la labor, que no puede leerse sino como una extensión de Tal día como hoy. Y es que, en la recién inaugurada De entre las muertas, muestra en solitario que se expone por estos días en la galería Espacio Mínimo de Madrid, la artista ha seleccionado 100 autorretratos de grandes pintoras (entre ellas, Anguissola, Fontana, Gentileschi, Vigée-Lebrun, Morisot, Cassat, Goncharova, y menos conocidas como Michaelina Wautier, Faraona Olivieri, Ottilie Roederstein), y los ha intervenido, convirtiendo a las protagonistas en figuras azules, “como si estas mujeres del pasado aparecieran de nuevo en forma fantasmagórica”. En palabras de DL, “es una labor de postfotografía, pues manipulo imágenes que ya existen. Parto de archivos digitales de sus autorretratos que yo convierto en falsas cianotipias. Uno de los primeros métodos fotográficos, dicho sea de paso, con el que experimentó tempranamente Anna Atkins, botánica británica”.
Efectivamente, Atkins (1799-1871), que se lanzó al procedimiento ni bien fue inventado en 1842, no necesitó de una cámara para crear el que es hoy considerado el primer fotolibro de la historia, y el primer libro además en usar fotos con fines científicos: luz solar y un set amateur de química fueron más que suficientes para que su magnum opus, Photographs of British Algae, de 1843, le valiera un merecido lugarcito en los anales de la historia. Tácitamente homenajeada por Larrea, junto al centenar de descollantes damas a las que rinde tributo en De entre las muertas, vivitas y coleando en esta reivindicativa propuesta.