Murió la mujer de la que nos enamoramos. Verla y que lata el corazón cautivo son acciones simultáneas. Quienes la vieron por primera vez en blanco y negro siendo Emma Peel en Los vengadores le copiaron los modos e hicieron malabares para que el pelo se moviera como se movía el de ella (inolvidable melena de puntas para arriba) cuando se lanzaba elegantísima –aunque volara a través de una mesa– sobre el villano del capítulo. 

Quienes después oyeron su voz, el tañido de su voz, solo quisieron aprender a hablar otra vez, y quienes supieron que esa mujer deslumbrante que interpretaba a Olenna Tyrell en Game of Thrones había sido un sex simbol con catsuits de jersey en los años sesenta, repiten su frase final, trofeo póstumo de poder y venganza: “Dile a Cersei, quiero que sepa que fui yo”, como homenaje que, depuestos los ángulos y en un estado de misteriosa aquiescencia busca traerla de vuelta. 

No hay exageración en los elogios, Diana en escena –no importa la edad que tenga– es el discreto encanto del laberinto, el edén mejorado. A esa rueda gloriosa de movimientos de insinuación perfecta y regiones de la piel en gestos, se suben en giro triunfal sus años sobre el escenario convertida en Heloise en Abelard & Heloise (1971), en Eliza Doolittle en Pygmalion (1974), en Célimène en El Misántropo (1975), en Ruth Carson en Night and Day de Stoppard (1978), en Medea (1994) o en Mrs. Higgins en My Fair Lady (2018). 

 La noche tiene sus informantes; la del último 10 de septiembre, no, la espía de los sueños había muerto. Un silencio largo pactó con el día y, para no olvidar las cosas que nos provoca verla, recuperó pateando el harapo de la pena algunas historias que hablaban de ella sin luz de cámara: que peleó por su sueldo cuando supo que en Los vengadores ganaba menos que todos, incluidos los camarógrafos: “Lo logré, pero me quedé sola, nadie me apoyó, ni siquiera mi querido Patrick (Macnee) que era maravilloso pero como tantos hombres, no quería meterse en problemas", que era una gran actriz con un espíritu distintivo, que su Emma Peel era un claro mensaje feminista, que fue una chica Bond (Tracy, la única esposa de 007) en On Her Majesty's Secret Service. (1969), que se divertía mirando Fleabag , que daba entrevistas maravillosas hablando de amantes y de cigarrillos, que sus compañerxs de la Royal Shakespeare Company (1959-64) no querían que hiciera televisión y que hizo reír a todxs cuando haciendo de ella misma en una participación en Extras apareció con un preservativo pegado en el pelo frente a Daniel Radcliffe. 

Nació en Doncaster, South Yorkshire y recién nacida se mudó a Jodhpur, India, por el trabajo de su papá (ingeniero ferroviario), volvió a Inglaterra cuando era una niña, estudió en la Royal Academy of Dramatic Art, se casó algunas veces, se divorció otras y tuvo una hija, la actriz Rachael Stirling, con quien trabajó en un episodio de Doctor Who “The Cromson Horror” en 2013. Escribió dos libros, una colección de poesía inglesa tan inglesa como ella y uno sobre teatro. Después de enumerar datos biográficos, como si al hacerlo lográramos ensanchar la esperanza de verla aparecer, se confirma, cuando el reencuentro tarda, la melancolía por el corazón roto. Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.