Huanguelén, Curamalal, Villa La Arcadia. Son nombres que resuenan en algún lugar de la memoria bonaerense asociados a campo, más campo y con un toque de sierras. Y el recuerdo resulta acertado porque son pueblos que pertenecen al partido de Coronel Suárez, 550 kilómetros al sur de la Ciudad de Buenos Aires, conocido históricamente por ser la Capital del Polo y por estar muy cerca de Sierra de la Ventana.

Esta vez nos recibe para realizar un recorrido donde un grupo de productores que trabajan en red ofrecen alojamiento, comidas y actividades de campo, según explica Julieta Colonnella, miembro del INTA y coordinadora de 13 experiencias de turismo rural en Buenos Aires. “Al estar ubicados en una zona turística aún incipiente y más bien de paso,  la experiencia asociativa nos beneficia a todos, tanto al turista como a los emprendedores, porque nos permite ser más eficientes y ofrecer propuestas que permitan descubrir todo lo que el mundo rural tiene para dar”, describe. 

SILENCIO DE PASTIZAL A 19 kilómetros de Coronel Suárez aparece Curamalal, un pueblo de 94 habitantes cuyo nombre significa corral de piedra en araucano. Con un termo rojo cereza metalizado, un mate a punto y una sonrisa que invade todo el cuerpo nos recibe Mercedes Resch en su casa-posada-taller-bar-galería llamada La Tranca.

Mercedes es artista plástica y en su hogar –que es todo lo dicho– vive, crea, recibe turistas, muestra sus obras. Todo junto y a veces en simultáneo, como suele ser la vida. “Este lugar fue  pulpería, después mucho años tapera hasta que logré comprarlo y decidí  transformarlo en lo que es hoy”, cuenta Mercedes mientras visitamos la casa luminosa, cuyas paredes exhiben sus obras. “Actualmente estoy trabajando con los alambres que fui encontrando mientras hacía la huerta aquí en casa”, dice con naturalidad. “Estos alambres fueron parte de la historia así que les saco la tierra y empiezo a dibujar con ellos sobre una tela blanca”. Con esta idea y estos materiales surge una serie llamada El silencio de los pastizales, que recuerda a esa época donde todo era cielo y pampa, sin alambrados ni parcelamiento.

Mercedes propone pasar un fin de semana en Curamalal disfrutando del campo, la naturaleza, la tranquildad, el arte. Además, en La Tranca también es posible tomarse un trago en el mostrador de sus épocas pulperas y asistir a las reuniones, guitarreadas y bailes que se convierten en una verdadera fiesta. “Están todos invitados”, dice con su gran sonrisa.

Como el calor aprieta, decidimos pasar por el balneario municipal de Suárez, ubicado sobre el arroyo Sauce Corto. Es el momento ideal para nadar en las piletas o aprovechar  el agua del arroyo: todo depende de las ganas y el ímpetu que se tenga. Nos decidimos por un paseo en kayak, tranquilo y relajante; algo de mágico hay en el agua porque a los pocos minutos de andar todo parece entrar en una suerte de calma y desacelere, todas las cosas se tornan más lentas o menos importantes. Será el sonido de la pala al entrar y salir del arroyo, los pájaros, el silencio o que permanece la propuesta artística de Mercedes, que en gran parte consiste en callar y observar. No lo sabemos, pero la tarde transcurre calma y bonita.

De nuevo en Suárez nuestro itinerario continúa con la creatividad, ya que visitamos Isidoro Espacio de Arte, una casona antigua convertida en galería y taller donde artistas de la zona (y de otros pagos) exhiben sus obras. Uno de ellos es Marcelo Beovide, cuya particularidad es trabajar con elementos de reciclaje que coloca sobre las vías del tren para ver en qué se transforman luego de ser aplastados. Así nacen cuadros y objetos que cuentan “desde otro lado”. “Apuntamos a ser un espacio de encuentro creativo, de comunión y de difusión del hecho artístico”, resume Sonia, la gestora y creadora del lugar, mientras muestra una obra de Leticia Jencquel, un artista que pasa de un tranquilizador realismo mágico (por ejemplo, frentes de casas antiguas) a un inquietante mundo onírico con aires de Tim Burton. 

La primera jornada de este turismo en red de Suárez culmina en el centro de la ciudad, en el Mercado Municipal de las Artes que años atrás era el típico mercado de frutas, verduras y carnes.  Ahora convertido en centro cultural y con sus altas paredes intervenidas con murales bien coloridos, es el lugar perfecto para un cerveza bien fría acompañada de cosas ricas.

IMPRONTA ALEMANA Una de las grandes propuesta de turismo de la zona es conocer las colonias de los alemanes del Volga, tres pueblos en las afueras de Suárez habitados por descendientes de estos alemanes que vivieron en Rusia: Santa Trinidad, San José y Santa María. “Cuando Catalina la Grande se casó con el zar de Rusia, convocó a los alemanes a poblar la zona del río Volga y  en 1764 emigraron muchas familias con la promesa de que podrían mantener su idioma, constumbres y, sobre todo, que no tenían que hacer el servicio militar”, cuenta Adriana Rosetti, guía de turismo. “Así vivieron por 100 años hasta que la politica rusa cambió y se les exigió que dejaran sus costumbres. Fue entonces cuando nació la posibilidad de venir a América y llegaron a nuestro país”.

Recorremos las colonias y nos asombra su prolijidad, limpieza y perfección. También las similitudes, como los jardines hipercuidados, la ancha avenida principal y las numerosas capillas. Colonia San José, donde nos encontramos ya que aquí dormiremos, se destaca por la plaza bautizada con el nombre de Sergio Denis y la iglesia más imponente de todas, cuya belleza de construcción y mantenimiento llama al registro fotográfico.

“Este es un lugar muy especial y que tiene mucho para ofrecer al turista”, aseguran Hugo Dukart y Silvia Heiland, responsables del hotel Hessen, que cumple con todo lo que uno espera: se trata de una construcción antigua, amplísima y cuidada, con pisos de madera, hermosas lámparas y detalles como carpetas tejidas a mano que adornan mesas y ventanas. El desayuno con panes trenzados, miel, dulces y facturas complementan este ideal. “Nuestro hotel funciona como centro cultural, ya que realizamos presentaciones de libros, encuentros musicales y exhibimos obras de artistas”, describen. “Además, tenemos cancha de paleta, de fútbol y un gran jardín”.

Luego de todo un día de pasar por la historia y forma de vida de los alemanes del Volga, la cena es un homenaje a esta cultura. Nos reciben Ingrid y Javier Graff en la Colonia Santa María, en su casa/restaurante llamada WeimannHaus. Javier es cocinero de profesión y de alma y se le nota. Su historia podría resumirse en que dejó la colonia para estudiar cocina en Buenos Aires, se recibió, trabajó en los mejores hoteles y al final decidió volver al pueblo y tener su propio restó, al que con el tiempo también le sumó alojamiento. “Vamos a comer wickel nudel, una comida muy muy típica de nuestro pueblo... y una receta de mi madre y abuela”, cuenta Javier con orgullo. Y tiene motivos para tenerlo porque el plato es tentador, contundente y delicioso, ya que la masa hace un maridaje perfecto con la carne (que se deshace apenas la cortamos), la salsa y las papas. “Este año realizamos la primera Strudel Fest y fue todo un éxito; amasamos un strudel de 13 metros”, detalla mientras muestra con trece pasos las dimensiones del titánico postre. Una delicia que coronó nuestra cena.

CAMPO Y SIERRAS La estancia Santa Ana tiene mil hectáreas en producción (animales y cultivos) y queda a medio camino entre Suárez y Sierra de la Ventana (a 45 kilómetros de ambos pueblos). Lo distintivo es que el casco data de 1896, con toda la historia y la belleza que eso implica: amplios ambientes, pisos y escaleras de madera, habitaciones espaciosas y luminosas... en fin, la posibilidad de vivir unos días en una gran casona. “El visitante puede venir y quedarse o simplemente pasar un día de campo con desayuno, asado, merienda y pileta”, dice Ana Serigós, que lleva adelante la propuesta de turismo. “Además de alojarse en el casco también contamos con una casa aparte donde el turista se puede cocinar y disfrutar del campo”.

Salimos a caminar y a pocos metros nos encontramos con un arroyo. Más allá nos esperan unos caballos para dar una vuelta. “Somos la quinta generación que vivimos y trabajamos en la estancia, por eso este lugar no es solo una propuesta de turismo sino nuestra historia familiar”, concluye Ana mientras hacemos los aprontes para pasar una mañana cabalgando.

Luego de un almuerzo bien campero de cordero al asador en Santa Ana, vamos hasta Villa La Arcadia, que pertenece al partido de Coronel Suárez (a 100 kilómetros de la ciudad) e integra la Comarca de Sierra de la Ventana, donde es posible realizar trekkings, escaladas, rappel y todas las actividades tradicionales en esta geografía. A nosotros nos toca recorrer el cerro del Amor, subir hasta un mirador que permite apreciar sierras, campo y agua serpenteante y tomar unos mates en el Ymcapolis, un predio de 18 hectáreas con mucha arboleda donde es posible pasar el día o alojarse.

Nuestro paseo por el sudoeste bonaerense va terminando y culmina con un clásico de clásicos: la cena en Gringo Viejo, un restaurante de campo a unos pocos kilómetros de Suárez, llevado adelante por Tito y Mabel. Es un campo de 46 hectáreas donde la familia Cimarosti tiene su casa, sus animales y un restaurante dedicado a la comida italiana. “Lo primero es un Negroni”, dice Tito a modo de recibimiento y no acepta un no como respuesta. Lo que sigue es una cena que puede durar varias horas, ya que comienza con un antipasto donde abundan los quesos, fiambres y encurtidos, sigue con una pasta (tallarines, ravioles, lasagna), continúa con carne al horno de barro y culmina con membrillos, tiramisú, lemoncello y todo lo que uno pueda imaginar. “La comida es trabajo, es pasión, es recibir y darle al visitante lo mejor de la casa”, reflexiona Tito. Esa es la esencia de Gringo Viejo y de toda la propuesta de turismo rural de Coronel Suárez.