Luego de las idas y vueltas en la semana, tras conocerse el aumento de casos por la covid-19 en toda la provincia y principalmente en la ciudad Capital, el Arzobispado salteño realizó la misa de Solemnidad del Señor del Milagro y la renovación del Pacto de Fidelidad sin fieles, que pudieron seguir cada una de sus instancias por televisión y a través de las redes sociales.
Si bien en dos oportunidades anteriores la procesión fue postergada para otro día, tuvieron que pasar 328 años para que las imágenes de la Virgen y el Señor del Milagro no puedan salir en la tradicional procesión definitivamente, ya que la situación epidemiologica no permite pronosticar cuando será una fecha segura para la celebración, en la que cada año participaban cientos de miles de fieles.
Esta vez desde las primeras horas del día, todo el centro lució vallado y con presencia policial que impedía la circulación de quienes, a pesar de las advertencias y las medidas dispuestas por la crítica situación que atraviesa la provincia con el crecimiento exponencial de contagios de la covid, intentaron llegar hasta la Catedral Basílica para compartir las celebraciones.
De hecho, por la tarde muchos hicieron una breve vigilia hasta el momento en que se levantó el cordón policial para amontonarse al pie de la Catedral y rendir sus reverencias a las imágenes, desoyendo hasta las mismísimas súplicas de las autoridades eclesiásticas.
El coronavirus en los discursos
Como se esperaba y viene sucediendo en casi todos los ámbitos desde marzo a esta parte, también en este caso el virus SARS-CoV-2 ocupó el centro de todos los discursos que el arzobispo de Salta dio para las misas del triduo y el cierre de las celebraciones.
Ayer por la mañana, en la misa de Solemnidad del Señor del Milagro, que cierra el triduo, Cargnello se refirió a la situación sanitaria, primero realizó una mención al desconcierto que hoy tienen la ciencia y la sociedad en general y, si bien aclaró que sus palabras no iban contra ese saber, subrayó que “la pandemia es un grito de la creación, que nos avisa de su creación y el respeto y el cuidado que hay que tener por ella”.
Dirigiéndose a la imagen de el Señor del Milagro, sostuvo que el calvario que está viviendo la sociedad hoy, “ya lo viviste tú”; recordó que querían sacarlo a la calle, pero “fuiste tú quien no lo quiere”. “Esta es la hora del padre, y él quiere que te glorifiquemos así, a lo lejos, pero tan cerca de todos nosotros”, agregó.
Se refirió brevemente a la clase política y, como lo haría por la tarde, pidió unidad “y no fomentar más divisiones con discusiones ¿tenemos la verdad de qué? Si la enfermedad nos puede matar en dos horas”, dijo un efusivo Cargnello quizá despegándose de los discursos anticuarentena.
¡Sálvanos Señor!
Por la tarde, con una plaza 9 de Julio aún vacía, la transmisión comenzó con los ruegos al Señor y la Virgen del Milagro para que los niños puedan volver a salir, y los adultos mayores “puedan ver a sus seres queridos”. Varias veces se rezó por los trabajadores de la salud y la seguridad y “por el eterno descanso de quienes han fallecido”.
Más tarde, en su homilía, el arzobispo se lamentó por no haber podido sacar las imágenes, como se hizo todos los 15 de septiembre de cada año desde 1962, hasta ayer. “Todo lo que deseábamos preparar para rendirte nuestro homenaje y contigo a tu madre, nuestra Señora del Milagro, no pudo ser. El Milagro de este comienzo de la tercera década del milenio lo has preparado tú, hasta el último detalle. iSi hasta el lapacho que te saludaba desde el frente de la Catedral Basílica escondió sus flores! Este Milagro es todo tuyo, todo de María”, sostuvo Cargnello.
“Reconocemos tu llamado a celebrar el Pacto de Fidelidad con cada uno de nosotros, con cada una de nuestras familias. Pero, Señor, perdónanos, no hemos podido sacar tu imagen. Perdónanos Señor”, se lamentó.
Aunque inmediatamente respondió: “En la soledad conmovedora de una plaza que añora la multitud, parece escucharse tu voz que nos dice ´iNo! Este año yo los quiero cargar a cada uno de ustedes´”.
Recordó las palabras del Papa Francisco al indicar que “la violencia de la pandemia se hace sentir entre nosotros. La enfermedad se expande, el sistema de salud amenaza colapsar, nuestros trabajadores de la salud y de la seguridad se ven desbordados, algunos agotados. La experiencia de la fragilidad física, espiritual y social es de todos”.
Como a la mañana, volvió a poner en valor la fe en momentos en los que la ciencia no encuentra explicaciones, “la ciencia no es omnipotente, la tecnología también tiene sus límites, las organizaciones son limitadas”, por ello, imploró: “iSálvanos, Señor! Sólo somos hombres, varones y mujeres, ricos y pobres, profesionales y trabajadores, jóvenes y ancianos, habitantes de las ciudades y del campo; sólo somos hombres”.
También resaltó la vulnerabilidad de la política partidaria, superada por la enfermedad, y que “ha puesto en evidencia sus límites y la mezquindad de segundas intenciones ¡Qué triste es contemplar el aprovechamiento de la situación para justificar decisiones dudosas en desmedro del bien común!”. Nuevamente, quizá haciendo mención a los sectores que invitan a la sociedad a salir a las calles y quemar barbijos en medio de los contagios y la muerte por la covid-19.
“Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”, manifestó.
Por último, antes de renovar el Pacto de Fidelidad, habló de la vulnerabilidad económica que está generando la pandemia. Dijo que las economías han sufrido “y continúan sufriendo un deterioro muy grande”. “Son muchísimas las familias que ven disminuir su calidad de vida”, añadió, por lo que aseguró que “se impone la necesidad de una solidaridad real, sostenida, transparente y de una conducción honesta, austera, paciente”.
“Es duro ver a los que lucran con la enfermedad, con la necesidad del otro, con el dolor ajeno. Tu llamado nos exige aprender a compartir nuestros medios para salvar vidas sin discriminación alguna”, concluyó Mario Cargnello antes de darle las espaldas a la plaza para arrodillarse ante las imágenes veneradas por sus fieles.