Alzando carteles con eslóganes como “No planches mientras la huelga esté caliente”, decenas de miles de mujeres marcharon por las calles neoyorquinas el 26 de agosto de 1970, hace exactamente cinco décadas, sumándose al gran paro y movilización que convocaran Betty Friedan y compañía. Juntas, bloquearon las principales avenidas de Manhattan en hora pico, los brazos entrelazados, el ánimo efervescente, las reivindicaciones a viva voz: aborto legal, iguales oportunidades de trabajo y educación, guarderías gratuitas, entre sus justicieros reclamos. La fecha elegida no fue arbitraria: coincidía con el 50° aniversario de la conquista del voto femenino en Estados Unidos, del que tanto se ha escrito estas últimas semanas por su cumple number 100. Poca tinta ha corrido por estas latitudes, empero, sobre otro importante suceso que también ocurrió el 26 de agosto de 1970 cruzando el charco atlántico. Un encuentro modesto, sí, pero igualmente significativo, tanto que desde entonces se tendría por “certificado de nacimiento” del histórico Mouvement de Libération des Femmes. No fueron muchas las que integraron esa vanguardia: apenas 9 mujeres de alto relieve protagonizaron este hito simultáneo, francés.
Fue a los pies del Arco del Triunfo, en París, donde se dieron cita aquel día, en solidaridad con las compañeras yanquis. En el legendario monumento galo, símbolo militar, varonil, habemus famosa tumba: la de un soldado caído en acción durante la Primera Guerra Mundial. Las 9 intrépidas llevan pancartas y una ofrenda floral: no es para el combatiente NN sino para su consorte. “Más desconocido que el soldado: su esposa”, reza un cartel que refiere, obvio es decirlo, a la invisibilidad de la mujer en tiempos de guerra. Otro, mientras tanto, usa fina ironía para mojarle la oreja a la inequidad: “Uno de cada dos hombres es una mujer”. Humor que no supo apreciar la policía, ofendida por una frase que, a su entender, insinuaba que la mitad de los tipos no eran viriles, ¡vaya tupé! Cuestión que, aún antes de que estas 9 mujeres pacifistas pudieran apoyar un mínimo pétalo, ya estaban siendo interceptadas por uniformados ceñudos, a los que ni pizca de gracia les hizo que las muchachas osaran alterar el orden público. Piden varias furgonetas para llevarlas a la comisaría; un despliegue excesivo: entran las 9 en el mismo móvil. Cuando arranca la camioneta, los flics no prenden la sirena; y ellas, sin perder el desparpajo, emulan el sonido gritando durante todo el trayecto “¡pim-pon!, ¡pim-pon!”. “¡Había que hacer ruido para homenajear a la esposa del soldado, para que no cayera en el olvido!”, declaran después.
Marca una fecha en el calendario feminista la acción de este movimiento emergente, que ya había celebrado mítines en, por caso, la Universidad de Vincennes; pero que tuvo aquel 26 de agosto su bautismo definitivo: al día siguiente las 9 fueron portada de rotativos parisinos que nombraron -por primera vez- al Mouvement de Libération des Femmes. Y mencionaron en letras de molde a las 9, entre las cuales: Monique Wittig, escritora y teórica feminista (entre sus libros clave, Las guerrilleras y El pensamiento heterosexual), icono intelectual lésbico, precursora de la teoría queer. Christiane Rochefort, exitosa autora de superventas como El reposo del guerrero (1958), llevado al cine por Vadim en el ’62. Christine Delphy, socióloga y escritora, gran referente del feminismo materialista, que junto a Simone de Beauvoir lanzaría la mítica revista Nouvelles Questions Féministes en los 80s. Cathy Bernheim, periodista y escritora de novelas, ensayos, biografías (de Mary Shelley, de Valentine Hugo, de Francis Picabia…), más tarde cofundadora del grupo Gouines Rouges…
Durante más de una década, el MLF plantó cara a la misoginia, a la opresión contra la mujer, a la inequidad moral, sexual, legal, laboral, económica, cambiando para siempre al país de la Marseillaise. Sonadas fueron sus campañas contra la violación y la violencia doméstica; por el derecho al aborto y a la anticoncepción gratuita; contra el trabajo doméstico como forma de explotación de la mujer. Difundieron sus ideas en publicaciones colectivas como Le torchon brûle; hicieron asambleas generales en el Anfiteatro de Bellas Artes. Sus acciones, “provocadoras y mediáticas, lograron un enorme desarrollo del feminismo en Francia, con afluencia masiva de nuevas activistas que comenzaron a sumarse a la causa”, según la historiadora Bibia Pavard.
Clave el rol del MLF en la Marcha Internacional de Mujeres que se celebró en 1971 tachonando las calles de la llamada Ciudad Luz con lemas sardónicos (“Una mujer sin un hombre es como un pez sin bicicleta” o “Trabajadores del mundo: ¿quién les lava las medias?”), con cánticos feministas: “Levantémonos las esclavas y rompamos nuestras cadenas ¡Arriba, arriba, arriba!”. El clima festivo, fervorosas las manifestantes mientras exigían su derecho a interrumpir voluntariamente el embarazo. Algunas de sus integrantes habían firmado meses antes el corajudo Manifeste des 343, publicado en el Nouvel Observateur, donde 343 mujeres -incluidas Catherine Deneuve y de Beauvoir- reconocían haber abortado, aún a riesgo de ser sometidas a juicio y cárcel. Por esas fechas, el MLF también apoyó la huelga de hambre de adolescentes embarazadas (la mayoría, a causa de una violación) de un hogar de Plessis-Robinson, denunciando los abusos, las deplorables condiciones de vida. Y acompañaron con tesón a la gran Gisèle Halimi en su defensa a Marie Claire Chevalier, la chica de 17 años que abortó tras haber sido violada por su novio, en el famoso proceso de Bobigny de 1972. Su campaña por la píldora gratuita llegó a buen puerto: a partir del ‘74 empezó a ser reembolsada por Seguridad Social. Un año antes, 1973, la ley Veil finalmente legalizó el aborto por un período provisional de cinco años, antes de ser renovada definitivamente en 1979, posiblemente a raíz de una gran marcha coorganizada por el MLF que reunió a miles y miles de manifestantes ese octubre en esa ciudad que encendió la luz del feminismo en Francia.