“Para mí moverme siempre es igual, no es fácil”, dice Helena desde su casa en Marruecos. Nacida en España, desde el 2002 reside en el país africano y su territorio de lucha son las aguas oceánicas que unen ese continente con Europa, aguas que pasaron de ser salinas a cadavéricas por un sistema que ahoga y deja respirar, en ese vaivén se funda el gran negocio del control de fronteras. Su labor cotidiana consiste en responder los llamados que vienen desde las pateras, a veces se trata de una palabra de aliento hasta que se pierde la conexión. Otras, es activar las búsquedas frente a un naufragio. Helena vive con su hija y su hijo, hace poco tiempo finalizó un proceso judicial donde se pedía para ella una condena de cadena perpetua.
¿Por qué decís que para vos es difícil moverse?
-Desde que comenzó el proceso de criminalización- que duró quince meses- he comprendido lo que significa la libertad de movimiento. Al fin y al cabo, yo era una privilegiada con un pasaporte con el que podía ir a muchísimos países. Cuando soy acusada y entro en el proceso judicial, comienzan las alertas policiales, las vigilancias y mis desplazamientos están pendientes de un hilo.
¿De qué te acusaron?
-Era un dossier de presunto tráfico de migrantes que comienza describiéndome como puta y lesbiana como forma de ataque. A las mujeres que trabajamos en la zona de frontera, siempre nos atacan por ser mujeres. Eso no es novedad, pero para mí verlo en un dossier policial fue muy fuerte.
Por mujer, por puta y por lesbiana…
-Efectivamente, el dossier fue elaborado por la policía de control de fronteras española y Fontex (policía de control de fronteras europea). Allí había fotos y un listado de personas con las que yo había supuestamente tenido relaciones sentimentales o sexuales, algunas de ellas ni las conocía, pero lo importante era disciplinar y dar un mensaje claro a las mujeres que defienden los derechos en la frontera. Fue una derrota muy grande para ese sistema de disciplinamiento que esa condena durísima no haya avanzado, y fue importante porque fue en manos de un tejido colectivo.
Me imagino que tu vida cambió por completo
-Sí, no tengo la libertad que tenía antes ni puedo hacer las mismas cosas que hacía antes. Soy madre sola, tengo un hijo y una hija. Una de mis compañeras de Caminando Fronteras, colectivo que fundamos en 2002, aparecía en el dossier. Nosotras solíamos salir de noche y ahora esas mismas salidas tienen que ser acompañadas. Cada vez que atravieso una frontera, hay un montón de temas de seguridad que se tienen que poner marcha por si hay una detención o sucede cualquier otra cosa. No voy sola a ningún evento, tengo una serie de pautas para mí y para mi familia. Entrar en un proceso de criminalización tan duro no se termina cuando finaliza el proceso judicial. Las amenazas continúan, yo ya había sufrido un intento de asesinato en 2014 y nunca nadie investigó nada sobre eso. Se transforma en algo cotidiano, ya había habido un intento de criminalizarme en 2012, cuando la policía del Estado español pidió a Marruecos -donde yo vivía- que me investigaran; dos años más tarde le responden que me han investigado y que no han encontrado nada, pero entonces se hace un pedido a la Audiencia Nacional, que es el organismo que investiga los delitos cometidos por españoles en el extranjero. En 2016, esta Audiencia cierra el caso diciendo que lo que yo hago no es delito. En ese devenir de persecución, al año siguiente, envían esto mismo a Marruecos, en 2017 me llaman a declarar y la policía española pide para mí la cadena perpetua por haber efectuado llamadas por migrantes que se ahogaban en el mar. En ese momento yo pensé que iba a estar en prisión provisional. Casi siete años de persecución para luego transitar los quince meses del proceso judicial. Es una forma de tortura, con lo cual fue primordial diseñar junto a mis compañeras estrategias de cuidado.
Este año salió tu libro Mujer de frontera, defender el derecho a la vida no es delito, un derrotero de esa experiencia de trinchera que se va tejiendo a través de este proceso de criminalización en el que podrías haber terminado presa y con una condena a cadena perpetua. ¿Cómo se construye esa resistencia frente a la justicia patriarcal?
-Todas las mujeres del camino migratorio mostraron una solidaridad enorme, me decían que ellas sabían lo que era sufrir la persecución: “Sabemos que detrás de tí hay un ejército de migrantes, pero también hay un ejército de putas”. Son mujeres valientes, sobre todo, que, frente al resurgimiento de la necropolítica, políticas de muerte que permiten al extractivismo apropiarse de los recursos naturales, que expulsan a las personas de los territorios y que cuando esas personas salen de esos territorios les niegan el derecho a moverse, ellas apuestan por la vida. El que las mujeres nos movamos es una apuesta muy importante en la lucha por los derechos y ¿por qué no? a enfrentar esa persecución judicial.
¿Cómo son esas mujeres?
-Son mujeres que entienden cómo sus cuerpos son usados en esa necropolítica y convierten la violencia sexual y el uso de su cuerpo en una estrategia de resistencia. Ellas normalizan que sus cuerpos son un precio a pagar. El pagar un viaje con su cuerpo, ellas lo transforman en estrategia de lucha. Muchas de ellas vienen de redes de trata y por lo tanto conocen cómo funciona, porque son atravesadas por un sistema de muerte.
¿Hay un movimiento o corrimiento del lugar de victimización?
-Ese corrimiento está en los relatos de ellas, lo que pasa es que no conviene que esto suceda, porque lo que hace el sistema es contraponer esas políticas de muerte con las políticas de la compasión que, al fin y al cabo, sostienen el humanitarismo.
En muchas políticas humanitarias está la victimización de las mujeres.
-Exacto. La misma policía que confeccionó mi dossier en España es la que se supone protege a las víctimas de trata. Sirve tener víctimas y policías salvadores. Ellas no quieren ese lugar victimizante, quieren ser sujetas de derecho, lo que pasa es que no son escuchadas porque no se las quiere escuchar. El sistema de acogidas, por ejemplo -que asiste a personas migrantes- está sordo con respecto a esto. Ahora estamos pidiendo que esa policía sea controlada por el Estado español, que vigile a esa policía que construye causas a mujeres. Igualmente, la estrategia es cuidarnos entre nosotras.
¿Sentís una resonancia del cuidado en la comunidad migratoria, que además es parte de una construcción que vienen llevando a cabo los feminismos?
-Sin dudas. La defensa de derechos tiene unos riesgos muy importantes, entonces hay que insertar la protección y el cuidado dentro de esa defensa de derechos. Yo podría haberme ido de Marruecos y escapar de ese proceso judicial, tenía los medios para hacerlo, pero hablé con mis compañeras y juntas decidimos ir a ganar esto por la red que habíamos construido. Yo no quería ser una mártir, entonces tejimos una red colectiva de protección que es una red que continúa a pesar de que el proceso de criminalización se haya terminado. El gran desafío es que se amplifique y eso tiene que ver con una construcción que no es la de un feminismo blanco sino la de un feminismo atravesado por el racismo y la migración.
¿Qué pasa con las personas lgbtiq+ en la zona de frontera?
-Dentro de las comunidades migrantes las personas lgbtiq+ son criminalizadas también. Por ejemplo, migrantes de Camerún donde hoy día las personas homosexuales son quemadas en los barrios, o en Marruecos, que puedes ir a la cárcel por ser lesbiana, es decir que hay un delito equiparado a tener otra identidad sexual. En Marruecos, por ejemplo, cuando vas a pedir asilo te puede suceder que la entrevista te la haga una persona que está en contra de la homosexualidad, sin embargo hay mucha auto organización dentro de la comunidad migrante, donde las diferentes identidades sexuales se han hecho un hueco.
¿Cómo es hacerse un hueco?
-Recuerdo por ejemplo un naufragio en el que se ahogaron muchas personas, y una de ellas era una compañera lesbiana. Su compañera tuvo que hacer el duelo, por tanto visibilizar el vínculo. Se plantó y dijo que haría su duelo dentro de la comunidad como pareja de la que había fallecido. Ella quería hacer un duelo al estilo camerunés y lo hizo. En otra ocasión, una mujer trans perdió a su compañero también ahogado y su cuerpo nunca fue encontrado, entonces ella se hizo un hueco dentro de la comunidad para poder hacer una ceremonia y ser la viuda.
¿Cómo es el engranaje que se activa cuando familiares de migrantes o quienes están transitando la frontera se comunican con ustedes?
-Pues mira, de repente suena el teléfono: del otro lado pueden estar o familiares que tienen datos de que la persona salió o personas que se encuentran dentro de la embarcación. Si es un familiar, tratamos de conseguir los mayores datos posibles, para eso son muy importantes las propias comunidades, porque ellas suelen recabar informaciones porque saben que cruzar la frontera puede significar la muerte. Con esa información acudimos a los servicios de rescate para que se organicen las búsquedas. Ahí hay que hacer un seguimiento de cómo funcionan los servicios de rescate, muchas veces no reaccionan rápido, entonces monitorizar todo el tiempo que efectivamente se esté buscando y se esté poniendo todo al servicio de la búsqueda. Por otro lado, hay pateras que te llaman que ya se están hundiendo, y muchas veces lo que intentamos hacer es solamente calmar, porque muchas veces las mismas personas que están dentro de la patera han llamado a los servicios de rescate y ellos no logran calmarlos. Nosotras llevamos mucho tiempo trabajando aquí, a veces les enseñamos a mandar una ubicación por Whatsapp, les decimos que si llevan chalecos no se van ahogar; siempre hay alguien dentro de la patera que mantiene la calma. Hacemos un acompañamiento hasta que llega el rescate, porque el pánico es lo peor. En un momento se termina la conexión y eso es la angustia de no saber si ha llegado el servicio de rescate o se han ahogado.
¿Es algo común que no aparezcan los cuerpos?
-Desde nuestra experiencia en Caminando Fronteras, en la ruta mediterránea el 80 por ciento de los cuerpos nunca aparecen y en la ruta atlántica llega al 90 por ciento, entonces la mayoría de las veces nadie tiene cuerpos para hacer el duelo. Eso es tensión y angustia, pero también hay momentos de rescate o de llegada, donde experimentamos una enorme alegría.
Dijiste varias veces la palabra rescate, pensando este mundo como una suerte de zona de frontera. ¿Imaginás algo para nuestro rescate?
-En la frontera hay una palabra muy bonita, “boza”, que es cuando llegas, cuando no mueres. Es una palabra que es utilizada por todas las comunidades migrantes, que han hecho como un idioma propio en el camino desde la esperanza y la solidaridad. Al principio de la pandemia empezamos a hablar de solidaridad y de resistencia, de hacer otro tipo de política que se olvidó muy fácilmente, para mí se trataba de un acompañamiento y una solidaridad para construir vida, que es lo que nos podría llevar a ese “boza”, una recuperación no sólo del planeta y de la humanidad, sino el derribar muros, es poder visualizar a esa humanidad completa. Podemos ir hacia una necropolítica mucho más feroz o podemos ir hacia modos de vida construidas desde una perspectiva de vida que para mí es feminista y tiene que ver con cuidar el territorio y con tener libertad para el movimiento. Para que el mundo haga “boza”, tenemos que empaparnos de esos saberes migrantes.
El próximo 22 de septiembre tendrá su apertura la 11ª edición del Festival Internacional de CineMigrante, en esta oportunidad será online y a través de una plataforma que permitirá poder seguir la programación en vivo. Helena formará parte de la sección Fronteras/Necropolíticas.
Faacebbok https://www.facebook.com/CineMigrante/
Twwiter https://twitter.com/cinemigrante