La policía como institución ha sido organizada como un aparato de Estado que debe ser extensivo al cuerpo social e intensivo en detalles. No es la totalidad del Estado, es el polvo de los acontecimientos y las conductas. Con la policía se está en lo indefinido de un control que trata de llegar a lo más elemental de las conductas. Es lo infinitamente pequeño del poder político. Pero la policía no ha dejado de imponer sus prerrogativas y formar cuerpo con el dispositivo disciplinario, expresa Michel Foucault al referirse al origen y desarrollo de la policía moderna. Ni la palabra “policía” existía antes del siglo XVIII.

La policía es la expresión directa del absolutismo monárquico que, además de trasladarle funciones que cumplían grupos religiosos (moral de los pobres, asistencia comunitaria) le delega perseguir la delincuencia y controlar la población. Cuando el burgués toma la posta que deja vacía la nobleza, el capitalismo recién nacido tiene otra tarea para la policía: cuidar lo acumulado.

Foucault, en Historia de la locura, analiza el accionar policiaco en la internación de los locos y el control de las epidemias. En el Nacimiento de la clínica, estudia las medidas normalizadoras confiadas a la policía para supervisar las pestes y procurar que “el trabajo sea posible para quien no puede vivir sin él”. La caridad al pobre medieval se reemplazó por la exaltación del trabajo capitalista. Al desacralizar la pobreza y la locura se las convirtió en “cuestión de policía”, que pasa a ser el equivalente civil de la religión. Resulta paradójico que esa misma fuerza sea la que, en ocasiones, se corra hacia la sedición.

En cursos en el Collège de France -Teoría de las instituciones penales, Seguridad, territorio, población y Nacimiento de la biopolítica- Foucault analiza la función de la policía en las rebeliones populares, su papel de reemplazante del ejército y su presencia en los establecimientos de encierro. Existen varios textos del autor sobre la policía, aunque el más consultado es Vigilar y Castigar. La fiesta es correlativa a la peste. Suspensión de las leyes, caos, relajación de autocontroles. Desde ahí y para siempre se depositó en la policía la logística del orden. Pero el agenciamiento policial recluta delincuencia y la integra al sistema de vigilancia. El control policial no solo funciona de arriba hacia abajo, lo hace también en sentido inverso. El asedio armado a la residencia presidencial en septiembre 2020 es prueba de ello.

En sus orígenes la policía ocupó un volumen social que hasta un centenio atrás había ocupado la bruja-hereje, otro invento moderno. Desde los arcanos del tiempo hubo hechicería, magia o brujería sin mayores inconvenientes. Hasta que la “independencia” de algunas viejas sabias (luego se extendió a todas las mujeres) inspiró a Inocencio III y emitió una bula que las declaraba herejes. ¡Hay que quemarlas!

Son seres malignos, desaparecen gente, agravaban pestes. Pero, ¿cómo se convertían en brujas? Según la calenturienta imaginación de curas de braguetas a punto de estallar, copulaban con el diablo. Esto las empoderaba y les proveía una tetilla adicional para placer exclusivo de satanás. Los monjes hurgueteaban el cuerpo desnudo de la acusada para descubrir la teta secreta. En épocas en que el aseo personal no abundaba y los insecticidas no existían, no era difícil encontrar, por ejemplo, la picadura de una pulga, ¡he ahí la tetilla que chupaba el diablo!

No hay registro histórico de aquelarres, solo pinturas y relatos. Todo indica que los flasheó el morbo célibe clerical. Se acusaba a las mujeres de ir por las noches a misas negras. Si había pruebas de que no había salido por la puerta de su casa, el inquisidor declaraba que se había escapado volando por la ventana. Su medio de transporte era un palo untado con flujo vaginal (la escoba es un agregado posterior).

Femicidios colectivos y seriales de mujeres acusadas de herejes. Niñas, adultas y ancianas calcinadas. Madres quemadas con sus bebas porque la brujería es hereditaria. Poblaciones diezmadas de mujeres en los siglos de Copérnico, Galileo y Newton. El holocausto de la edad de la razón. Pero no rindió económicamente y fue perdiendo aceptación social. Las energías colectivas invertidas en el fenómeno brujeril se trasladaron a la omnipresencia policial. De un objeto pringoso de sexo y maldad (bruja) a un objeto que vigila la honradez y la castidad (policía).

En el imaginario social la bruja perseguida le dejará su lugar a la policía requerida. Trasmutación de los valores: la mujer causaba calamidades y era la chiva expiatoria; los hombres policías administraban la peste y encerraban a la gente en sus casas llevándose las llaves hasta el fin de la pandemia.

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El arquetipo de la bruja encarna a la mujer liberada de todas las dominaciones, de todas las limitaciones; es un ideal al que hay que tender, manifiesta Mona Chollet, rescatando la potencia indómita de las mujeres que se plantan ante sus perseguidores. Situación que atraviesa épocas y prácticas sociales. ¿Por qué desde los cuentos infantiles hasta los códigos clericales las brujas son viejas y malas? Porque la mujer mayor e independiente no vive exclusivamente para el cuidado de otras personas, escapa al dispositivo de la economía hegemónica y lleva a extremos carnales su simpatía por el diablo. Eso se castiga. ¿Por qué son desgreñadas y horripilantes? Para que esa imagen incluya a todas las mujeres emancipadas y las haga detestables. ¿Y la policía?, ¿qué tiene que ver con esto? En diciembre de 2017, gobernando la derecha, se rebajaron los haberes jubilatorios (no un 1% ¡un 17%!). Las víctimas manifestaron en defensa de sus derechos. Hubo represión descontrolada. ¿Quiénes se atrevieron a maltratar a ancianas que podrían ser sus madres? La policía cuando defiende lo suyo -incluso por motivos legítimos- no lo hace poniendo el cuerpo desprotegido como las personas mayores en el Congreso, sino armada hasta los dientes y vulnerando la democracia. Parecería que los inquisidores proyectaban en las brujas lo que en realidad acontece con las fuerzas de seguridad. En vistas de los desórdenes de quienes deberían estar al servicio del orden, ¿no habría que buscar en el cuerpo policial la rosada tetilla de la que chupa hasta emborracharse su amante infernal?