Después de casi un año y medio de gestión de la Alianza Cambiemos los resultados de las políticas públicas neoliberales no son otros que los esperados (y buscados). Según los datos preliminares del Indec. 2016 cerró con una caída del PIB de 2,3 por ciento con respecto al año anterior. Según un informe del CEPA en el mismo año se produjeron más de 200.000 despidos y suspensiones. La caída del salario real ronda entre 8 y 10 por ciento para el conjunto de las y los trabajadores, agravándose para los de menores ingresos y los trabajadores no registrados dado un menor (o nulo) poder de negociación y en función de sus consumos compuestos principalmente por alimentos y servicios básicos los cuales experimentaron un aumento muy superior al que registra la canasta que utiliza el IPC para medir la inflación.  

El informe de la UCA destaca que desde diciembre de 2015 hay más de un millón y medio de nuevos pobres, en el marco de un déficit fiscal creciente (a pesar del discurso de austeridad) y un endeudamiento record que según el informe de Cifra entre diciembre del 2015 y enero del 2017 superó los 50.000 millones de dólares en emisión de nueva deuda (sólo del gobierno nacional). El mismo informe destaca que a pesar del contexto recesivo y la caída del consumo, en función de la apertura comercial, subieron las importaciones de bienes de consumo (9,2 por ciento) y los vehículos finales (33,5 por ciento), mientras que la caída de las exportaciones de manufacturas de origen industrial (-6,6 por ciento) conduce a una reprimarización de la canasta exportadora del país. 

La vuelta al patrón de acumulación rentístico financiero, materializado a través de un tipo cambio conocido, estable y bajo, altas tasas de interés en pesos y libertad en el flujo de capitales (incluso los de corto plazo o “golondrinas”), más allá de alentar la especulación, la fuga de capitales y el proceso desindustrializador, remite a nuestra historia reciente, tanto a la política económica de la última dictadura cívico-militar como a los años del menemismo y su conocido desenlace en el estallido de diciembre de 2001. 

Como en aquellos años, la implementación de las políticas neoliberales de ajuste a las clases populares tiene su contracara en el aumento de la productividad laboral debido fundamentalmente a la baja de los costos salariales (en pesos y en dólares) y al aumento de intensidad del trabajo en función de una creciente desocupación y el consecuente “miedo” a perder el trabajo, al mismo tiempo que produce un aumento de las ganancias de los sectores ligados a las exportaciones agropecuarias, las corporaciones formadoras de precios del mercado interno y el sector bancario y financiero. 

Proyecto

Si bien no es novedad que todo proyecto neoliberal tenga ganadores y perdedores, otro aspecto es menos difundido pero igual de necesario. Los gobiernos neoliberales necesitan para implementar sus políticas de ajuste disciplinar a la clase trabajadora y a sus representantes, un actor social privilegiado para liderar la resistencia a dichas políticas. Durante el Terrorismo de Estado de los setenta dicho disciplinamiento se materializó a través de la eliminación del fuero sindical, la intervención de la CGT y de los sindicatos grandes (FOETRA, UOM, Smata, entre otros), la ocupación militar de grandes firmas, la prohibición de huelgas, asambleas, negociaciones colectivas y la desaparición forzada de miles de dirigentes sindicales y trabajadores. 

Durante la década del noventa, con el objetivo de dejar en manos del mercado la “eficiente” asignación de recursos y acompañada con la apertura económica, se buscó mejorar la competitividad a través de la reducción del costo salarial, para lo cual se redujeron o eliminaron derechos laborales a través de la flexibilización (nuevas formas de contratación, pasantías, reducción de aportes patronales e indemnizaciones por despido y accidentes, fraccionamiento de vacaciones y aguinaldo, entre otras) y la precarización del mercado de trabajo. 

En la actualidad, el conflicto docente es el mascarón de proa de un “nuevo” intento del gobierno neoliberal para disciplinar a la clase trabajadora (no solo el gremio docente) y destruir las instituciones que tanta lucha han costado conseguir, como las paritarias libres. 

 En abril de 1998, el sociólogo francés Pierre Bordieu explicaba como la utopía neoliberal quiere imponer una lógica fuertemente egoísta y competitiva y para eso intenta destruir los colectivos capaces de frenarla (la Nación, las y los trabajadores, los sindicatos y la familia)

En una conferencia de prensa la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, prestó su palabra para abonar la destrucción de las solidaridades que hablaba Bordieu. 

1. “Las únicas víctimas son los chicos” (intento por destruir la solidaridad entre docentes y familias). 

2. “Algunos sindicalistas tiene vocación de diálogo otros no” (intento por destruir la solidaridad entre los sindicatos). 

3. “Algunos sindicalistas tienen intereses y aspiraciones personales (partidarias o gremiales) que obstruyen las negociaciones que beneficiaría a sus representados” (intento por destruir la solidaridad entre los sindicatos y los/as trabajadores). 

4. “A los que hicieron paro les descontamos y a los que no se adhirieron les daremos un plus de 1000 pesos por presentismo” (intento por destruir la solidaridad entre los/as trabajadores).

En nombre de este programa científico de conocimiento convertido en programa político de acción, continuaba su razonamiento Bordieu, se lleva a cabo un inmenso trabajo político que apunta a crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la teoría; un programa de destrucción metódica de los colectivos. El movimiento, posible gracias a la política de desregulación financiera, hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto se logra a través de la acción transformadora y destructiva de todas las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro: la nación, cuyo margen de maniobras es cada vez más limitado; grupos de trabajo, por ejemplo con la individualización de los salarios y de las carreras en función de las competencias individuales y la consiguiente atomización de los trabajadores; los colectivos de defensa de los derechos de los trabajadores –sindicatos, asociaciones, cooperativas–; la familia misma que, a través de la constitución de mercados por clases de edad, pierde una parte de su control sobre el consumo.  Y concluye, el programa neoliberal, que extrae su fuerza social de la fuerza político–económica de aquellos cuyos intereses expresa –accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores y socialdemócratas convertidos a las dimisiones reconfortantes del laissez-faire, altos funcionarios de las finanzas–, tiende globalmente a favorecer la ruptura entre la economía y las realidades sociales. 

Conflicto docente 

 La actual negociación paritaria docente demuestra la clara intención del gobierno a sostener el conflicto y, a través de él, socavar y desvalorizar a las paritarias libres como instrumento de negociación colectiva, faro y ejemplo para el resto de las negociaciones que vendrán a lo largo del año. 

A más neoliberalismo, más reforzaremos nuestras solidaridades y nuestra resistencia colectiva, porque es allí, como afirmaba Bordieu, donde podremos (y debemos) trabajar para construir un orden social que no tenga por única ley la búsqueda del interés egoísta y la pasión individual por la ganancia, y que dé lugar a colectivos orientados hacia la búsqueda racional de fines colectivamente elaborados y aprobados que defiendan el interés público.

* Docente integrante del Colectivo Educativo Manuel Ugarte (CEMU). [email protected]