Congo tiene el mismo tamaño que toda Europa occidental, y aunque por sus recursos naturales debería ser autosustentable y rico, la mayor parte de la población vive en la pobreza, dentro de un país arrasado por la violencia interna, por los llamados ‘señores de la guerra’, con indices escalofriantes de violaciones sexuales en grupo, un gobierno con niveles de corrupción fuera de lo imaginable y un pasado reciente de una guerra civil que dejó seis millones de muertos. En ese contexto, en medio de esta situación de emergencia, Faustin Linyekula, fundó hace quince años un grupo de danza con el que crea obras colectivas que viajan por todo el mundo.  

Ni bien terminó el secundario, las universidades cerraron por la inestabilidad política y muchos de su generación dejaron el país. Linyekula se fue a estudiar a Kenia y terminó su formación en Francia y Austria. Cuando regresó, se encontró con una ciudad transformada después de años de guerra y privaciones. “¿Qué había sido de mis amigos? ¿Cuáles eran los sueños de los jóvenes? Perdimos tanto en tan poco tiempo que sentí la necesidad de confrontar esta realidad en mi trabajo y de hacer posible para otros la experiencia del arte, de la conciencia de la propia vida”, cuenta.  

Su colectivo artístico Kabako, es hoy un lugar que apadrina diversos proyectos artísticos y sociales en distintas partes de Congo. En sus comienzos, Linyekula empezó a ensayar con gente que nunca antes se había dedicado al arte, ‘porque de donde vengo nadie hace a este tipo de cosas’. Desde entonces, trabaja con los mismos intérpretes, que entrenó y formó al mismo tiempo que creaban su primera obra. En un curso intensivo de danza contemporánea europea, de ndombolo -una danza popular urbana contestataria del Congo- y de danzas tradicionales, empezaron a ensayar, a compartir experiencias de vida, a transmitir todo aquello que les recorría el cuerpo de una forma intensa y que nunca antes habían pensando que podia ser compartido. 

More, more, more… future (Más, más, más…futuro) es la obra que se presenta en el Tacec de La Plata gracias a la flamante curaduría de Cynthia Edul. Mezcla música tradicional congolesa, guitarras eléctricas, textos y danza en un nivel de energía altísimo que no se detiene, como si todo lo que allí sucediera partiera de una urgencia por decir, por compartir, por sacarse del cuerpo tantas imágenes y tantos pensamientos que desbordan de la realidad diaria. Tiene algo de catártico, de ritual compartido, también de espectáculo, de ceremonia que exorcisa el horror, que permite pensar en una existencia que se planta del otro lado del poder que ambiciona y en su camino arrasa con todo: territorios, culturas y personas. Desde su mismo título, propone una ironía frente al discurso imperante que suele posarse sobre Africa (como un todo indivisible) desde las ONG, las fundaciones, y los mismos gobiernos. ‘Darle futuro a Africa’, ‘Crear un futuro para Africa’, ¿Qué futuro? ¿Qué idea de progreso se impone sobre territorios y culturas que, en gran parte, se desconocen o subestiman? ¿Futuro para quién? La obra de Linyekula es de autonomía y libertad, que sin melancolía ni uso utilitario del dolor, se apropia de su realidad  y la de su pueblo para pensar de otra forma la historia y el futuro. “Soy consciente de que el arte contemporáneo, sea donde sea, en Europa, en Estados Unidos o en África, se ve siempre como a un bicho raro. Por eso, tratamos de hacer un arte que si se muestra en un lugar donde la gente no tiene referencias artísticas como base para entenderlo, sea para ellos igualmente una experiencia”, cuenta Linyekula. “Lo segundo es que, si el arte es ese espacio en el que podemos soñar posibilidades, imaginar lo que sería nuestra vida, es esencial que el arte exista en todas partes, no sólo en los barrios bonitos. Este esfuerzo de imaginación es incluso más necesario en aquellos lugares en los que lo cotidiano es extremadamente duro; allí donde la gente no puede tener ni tres comidas al día es precisamente donde ofrecer un espacio artístico es tan importante como darles de comer. El arte no es un lujo para aquellos que tienen el estómago lleno. Por eso, es esencial para nosotros, en Kisangani, actuar en los barrios periféricos’. 

La danza tiene mucho que ver con la posibilidad de decir lo indecible, lo prohibido o lo imposible de alcanzar en una tradición que fue durante muchos siglos, oral. ‘Cuando empecé a crear, llegó un momento en el que empecé a interesarme realmente por la historia, por la manera en la que ésta nos moldea, a nosotros, a nuestros cuerpos y a los espacios. Cuando uno se interesa por la historia de Congo y de África subsahariana y quiere dirigirse a los archivos, ¿hasta dónde puede remontarse? Especialmente ahora que hemos entrado de manera violenta en la cultura de las tradiciones escritas. Dos o tres siglos atrás, no mucho más. ¿Qué se puede aprender sobre la evolución de un pueblo en dos o tres siglos? Y sobre todo sabiendo que los archivos que existen es siempre la perspectiva europea del vencedor. Ser bailarín ofrece la posibilidad de interrogar al cuerpo. Porque el cuerpo es antiguo: incluso en el cuerpo de un recién nacido se puede leer la genética de miles de años. Con el tiempo, veo la danza como una manera de acceder a un archivo vivo”.

More, more, more… future se presenta este martes y miércoles en la sala Tacec del Teatro Argentino de La Plata. A las 21.