Mucho se ha escrito acerca de la maternidad y del vínculo entre madre-hijo/a, y sin embargo mucho más aún puede decirse. En tanto seres con naturaleza e historia, hablamos de un hecho biológico y también cultural. Esto podría tal vez explicar un poco por qué tener un hijo/a es una vivencia intransferible, difícil de poner en palabras. Hasta tal punto lo es que podría afirmarse que una madre es primeriza con cada uno de sus hijos/as. Ella es diferente cada vez al transitar otro momento de la vida, con alguien también diferente que le planteará nuevas preguntas, diferentes certezas, diferentes temores. Muy prontamente así, se enfrenta con una realidad que se muestra en toda su contundencia: lo “natural” no es sinónimo de “fácil”.
La mayoría de las madres experimenta una vivencia muy fuerte y compleja, superadora de lo esperado en casi todos los aspectos, sobre todo durante la etapa puerperal que a veces conlleva la sensación de una gran soledad. Irrumpen en esta etapa, caracterizada por una gran sensibilidad y emociones encontradas, muchas expectativas (propias y ajenas) exigencias y presiones conscientes e inconscientes. Y los mitos… Estos tienen un enorme poder ya que están arraigados con una fuerza mayor a la que solemos considerar. Es frecuente tomarlos como simples tradiciones o costumbres y sin embargo pueden ejercer una fuerza tajante y categórica sin saber muy bien de dónde vienen y desafiando a veces toda lógica y fundamentación. Es que, justamente, vienen de ese lugar donde nos reconocemos, ese lugar que da forma a lo que somos.
La maternidad, el amamantamiento, la crianza ocupan lugares diversos a lo largo de la historia y en medio de las diferentes culturas. Muchas veces esto es olvidado y se cometen erróneos juicios de valor desde el profundo desconocimiento.
La maternidad puede tomarse también como un riquísimo camino de autoconocimiento, de crecimiento personal, un desafío que, para encararlo de la mejor manera posible es necesario conectar con lo que sucede íntimamente, discernir y jerarquizar. Esto es lo que posibilita protagonizar la historia y no padecerla, una historia que con todo el derecho será novedosa, única. Solo así habrá apropiación de la vivencia.
Creo que es central recordar y destacar que cualquier vínculo humano se da en el tiempo. No es posible uno sin el otro. De ahí se desprende que el vínculo es una construcción y no algo que se da solo. Un tejido invisible pero real que se va entramando lentamente en ese espacio entre dos seres, desde el tacto, el sostén, la mirada, la palabra. Un ida y vuelta de la contemplación, de la prueba y el error en medio del ritmo de crecimiento vertiginoso de los primeros tiempos de un bebé, entre preguntas, deslumbramientos y falta de sueño.
A lo largo de todos estos años, trabajando junto a las madres y sus bebés vi no sin asombro qué poco lugar ocupa a la hora de la experiencia, frente a lo concreto, toda la información previa que las madres pudieran haber recabado, toda preparación para adentrarse en el tema a través de libros o consultas profesionales. Si bien es sabido que la vivencia todo lo cambia, y es mucho más contundente que cualquier teoría, sigo creyendo que algo de esa información que aportamos aquellos que nos relacionamos con el tema debe ser revisada, algo de esa preparación que ofrecemos podría mejorarse. ¿Cómo? ¿En qué sentido? No me refiero solo al contenido de lo que se transmite tal vez, o al menos, no solo a eso. Hay algo del orden de la forma también, algo referido a la calidad del acompañamiento, a la capacidad empática de los que de alguna manera orbitamos alrededor de una madre que busca vincularse con su bebé y entenderlo y dar respuesta, alrededor de un vínculo familiar que se funda, nada menos.
Todos los que abordamos la problemática familiar bajo diversas formas y desde los distintos ángulos de las distintas disciplinas deberíamos repensar cómo estamos ejerciendo nuestro acompañamiento, cómo deberíamos agudizar nuestra escucha bajo la óptica convenida de “ayudar sin interferir” para colaborar con el acortamiento de esa distancia que manifiestan sentir muchas madres (con gran sorpresa y también angustia) entre el antes y el después del nacimiento de sus hijos/as. Tal vez así nos acerquemos un poco más y aportemos para que sea posible la experiencia de algo que es mucho más difícil y mucho más fascinante de lo que nos habían contado.
*Marcela Gros es puericultora y socia de Página/12
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**El artículo fue publicado originalmente en Asociación Argentina de Orientadores Familiares