“El fotógrafo Ken Hermann sí que hace arte explosivo”, estiman ciertas webs del globo al hacerse sonado eco de la última serie del muchacho con residencia en Copenhague, correspondientemente intitulada Explosion. Donde, lejos de retratar a skaters o chamanes, mineros de Jharia o víctimas de ataques con ácido, conforme ha hecho en colecciones pasadas, el artista aúna su talento por la captura visual con cierta –destructiva, peligrosa– pasión: la de explotar objetos y eternizar el boom milisegundos después de la detonación. “En el momento en que ocurre, obtenés una imagen con tanta, tanta energía…”, se regodea el incendiario treintañero que dio sus primeros pasos creando bombas miniatura a base de fuegos artificiales y bolsas de harina, “sorprendentemente inflamables, que dan llamas grandes y agradables, pero que devinieron un poquito peligrosas”. Para evitar potenciales accidentes, por tanto, Hermann acabó reclutando asistencia pirotécnica profesional (y permutó harina por pólvora y aceite de lámpara). “La piromanía lo cautivó desde temprana edad. Habiendo crecido en Dinamarca, donde los fuegos artificiales están prohibidos, pasó su infancia retando al destino con pólvora, botellas y tubos”, historiza el sitio Wired, y cita al obsesionado Ken, que declara: “De joven hacía lo mismo que hago ahora, solo que no tomaba fotografías del resultado”. Al menos, con la edad ha aprendido a tomar mayores recaudos, amén de generar desde pequeñas nubes con forma de hongo hasta grandes bolas de fuego. “Las explosiones se controlan desde una distancia segura”, aclara el señor que necesita una velocidad de obturación ultra rápida para lograr su cometido. Y que, aunque sueña con controlar más los estallidos para, según dice, controlar más su arte, reconoce que siempre hay espacio para impremeditación.