Estamos en emergencia de sostenibilidad de la vida: calentamiento global, un millón de especies en peligro de extinción en el mundo, contaminación de aguas y suelos, desplazamiento de comunidades enteras, criminalización e incluso cientos de asesinatos por año de defensoras del territorio y ambientalistas.
Estamos también en emergencia humanitaria: dos mil millones de personas pasan hambre o inseguridad alimentaria e igual cantidad de personas no tienen acceso a agua potable, 200 millones de personas están esclavizadas, la mayoría niñas y niños; hay casi cien millones de emigrados forzosos –si es es que no lo son los 300 millones emigrados para sobrevivir-, y hay más de 30 millones de refugiados causados por guerras por el control de recursos y mercados y por destrucción de la naturaleza. 3.800 millones de personas viven con menos de 5 euros al día.
Es el preludio de la extinción de la especie humana si no actuamos urgente y radicalmente.
La emergencia de la sostenibilidad de la vida se refleja en el reciente informe sobre Biodiversidad y Ecosistemas de IPBES auspiciado por NNUU, que señala que el “declive sin precedentes” de 1/8 del total de especies en el último medio siglo es causado directamente por causas antrópicas, la actividad humana, en el contexto de un modelo de producción y consumo alejado de las necesidades en el cual la naturaleza es una despensa a expoliar, lo que genera desertización y carencia de agua, contaminación, residuos no reciclables, desastres naturales, inseguridad alimentaria, calentamiento global, migraciones, efectos serios sobre la salud, agotamiento de recursos y extinción de especies.
La masiva extinción de especies a su vez provoca hambrunas, acentúa la pobreza, contamina el agua, la vida submarina y los ecosistemas, afectando la salud y la calidad de vida en las ciudades, aumentando el riesgo de extinción total de las especies. La pérdida masiva de especies es causada por los cambios en el uso del suelo y el mar; la sobreexplotación de microorganismos, la contaminación y el cambio climático provocado por los GEI, (gases de efecto invernadero), que se duplicaron desde 1980. Esto elevó la concentración de CO2 y la temperatura media del planeta en 0,7 grados, que aumentarían hasta 5 grados a final de siglo, haciendo inviable la vida en amplias zonas, lo que nos sitúa en una emergencia climática que contribuye a la emergencia sanitaria provocada por la pandemia.
La emergencia social es la consecuencia inevitable de un sistema para beneficio de pocos: 26 personas poseen la mitad de la riqueza mundial, 2153 milmillonarios concentran más riqueza que 4.600 millones de personas (el 60% de la población) y el 1% más rico del planeta ha logrado apropiarse de más riqueza que la que posee el 99% restante. Lo consiguieron mediante el poder corporativo transnacional forjado en el expolio de la naturaleza, prácticas monopolistas y la violencia. Basta ver el historial de crímenes de muchas grandes multinacionales, desde masivos vertidos contaminantes, prácticas ilegales, colaboración con el nazismo y la mafia o promoviendo golpes que instauraron dictaduras de terrorismo de Estado. Un reducido pero poderoso núcleo de grandes multinacionales concentran el capital financiero global; el 0,1% de las empresas multinacionales controlan el 80% del total de las mismas a través de fondos de inversión y participaciones accionariales. Los mayores fondos de inversión mundiales participan en miles de grandes empresas (solo BlackRock en unas 9.000), son los mayores accionistas institucionales de las mayores transnacionales y grandes tenedores de bonos de deuda soberanas.
Las multinacionales forman una red de dominación global que impone una dictadura corporativa de mercado por encima de constituciones nacionales, que degrada la democracia, deshumaniza y nos lleva a una catástrofe planetaria. Son el agente clave de dominación en el capitalismo global basado en el beneficio privado de pocos y la desposesión de la mayoría, depredador y derrochador de recursos naturales, contaminante y empobrecedor, provocando enfermedades que roban años de vida.
El modelo de producción y consumo global genera necesidades artificiales en vez de orientarse a la satisfacción pública y comunitaria de las necesidades reales y fundamentales para la existencia, como la alimentación universal, la sanidad, la educación, la cultura, la vivienda, la provisión de agua y demás servicios básicos. Este modelo reserva a un puñado de países, donde se concentran las multinacionales, el diseño y la producción de mayor valor, mientras impone a la periferia el papel de proveedor de materias primas minerales, energéticas y alimentos, lo que degrada su medioambiente, primariza sus economías, que provoca desequilibrio comercial que deriva en recurrentes crisis de balanza de pagos y creciente deuda con los centros capitalistas aumentando su dependencia de ellos.
El sistema financiero canaliza la plusvalía mundial apropiada por las multinacionales ellas hacia el pequeño núcleo de capitalistas que concentran la riqueza. El dominio de las finanzas sobre la economía (financiarización) es clave en la dominación política global, en la dirección de las inversiones, y en el divorcio entre producción y necesidades y en la reducción del papel del Estado a garante del “orden público”. En el sistema de comercio, los TCI (tratados de comercio e inversión) asimétricos cumplen un papel crucial, ya que transfieren soberanía desde los Estados a las multinacionales que disponen de tribunales privados para conflictos con los estados y obtienen ventajas para hacerse hacen con el control de recursos naturales y servicios públicos, despojando a las presentes y futuras generaciones. Los beneficios son privados y los costes son para la sociedad y el Estado, como se ve en el gran negocio de las vacunas contra el cobid19: el Estado asume los riesgos financieros de potenciales indemnizaciones para perjudicados por efectos secundarios graves, mientras la sociedad asume el riesgo sanitario
La irracionalidad del modelo de producción y consumo capitalista provoca cambios en el uso del suelo y el mar con graves consecuencias. En el caso de la tierra se explica en gran parte por deforestación para cultivos, que ocupan más de un tercio de la tierra y que consumen el 70% del agua que se extrae, mientras 2.100 millones de personas no disponen de acceso a agua potable, lo que cada año provoca la muerte de 2 millones de niños.
Casi mil millones de personas pasan hambre y unos dos mil millones inseguridad alimentaria, mientras el 80% de la producción agrícola, crecientemente transgénica, es para alimentar animales que solo nos aportan 1/3 de las proteínas que consumimos. La agricultura contribuye fuerte a la huella ecológica del consumo total, que excede la biocapacidad del planeta en un 60% y es un fuerte generador de GEI. Estos gases son causantes del calentamiento global, que altera los equilibrios, destruye ecosistemas y es factor decisivo en el proceso de extinción de especies, amenazando la viabilidad de la vida humana. Aunque global, y de efectos para toda la humanidad dada la interdependencia biológica para sostener la vida humana, la depredación afecta particularmente a la periferia del sistema: América Latina, África y Asia, donde el intenso extractivismo de hidrocarburos, minerales y agrícola provoca una fractura metabólica que se suma a los impactos contaminantes de la actividad de multinacionales.
El acelerado aumento de cultivos transgénicos añade impactos negativos a la concentración oligopólica debido al abuso de agroquímicos como el glifosato, fabricado por Bayer-Monsanto, prohibido en Alemania y Austria por su relación con el cáncer y otras graves enfermedades, además de asociado con la muerte masiva de abejas y otros insectos polinizadores, esenciales para garantizar la vida en el planeta
La relación entre fenómenos ambientales y la salud fueron advertidos por la OMS en el informe, “Un mundo en riesgo” de septiembre de 2019, que anticipaba pandemias, donde advertía que “una combinación de tendencias mundiales, que incluye la inseguridad y fenómenos meteorológicos extremos, ha incrementado el riesgo... y … el espectro de una emergencia sanitaria mundial se vislumbra peligrosamente en el horizonte.(…) nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial..”
Esta relación la reafirma el quinto informe de Perspectiva Mundial sobre la Biodiversidad biológica presentado el 15 de septiembre último, que señala que no se cumplirán ninguno los 20 objetivos de diversidad biológica propuestos en 2010 y que la degradación medioambiental aumenta el riesgo de futuras pandemias, dada la demostrada relación entre pérdida de biodiversidad y la transmisión de enfermedades de animales a humanos (zoonosis). Especies de aves y mamíferos claves en la polinización están al borde de la extinción, al igual que especies vitales para la alimentación y las medicinas. La degradación de los ecosistemas afecta más a las mujeres y a las comunidades más vulnerables y pobres.
La emergencia humanitaria es consecuencia de la conversión de las personas en una mercancía-máquina que con su fuerza de trabajo crea riqueza para unos pocos, que se apropian del valor creado por el trabajo, y de la tierra y sus recursos (incluida el agua), el conocimiento, bienes comunes de la humanidad, y que luego se los venden o alquilan a los verdaderos creadores de riqueza, que se reparte según determina la dictadura del capital financiero: salarios de miseria o de mera subsistencia y mucho trabajo no pagado, plusvalía, para enriquecer al 1%.
La privatización alcanza al propio Estado, al servicio de la clase dominante y su sistema injusto, con leyes y sistemas impositivos que acentúan la desigualdad. Cuando a pesar del sistema democrático trucado fuerzas políticas reformistas acceden al gobierno, son asediadas mediante el lawfare, las fake news y el chantaje financiero. Si el poder económico lo considera necesario, propicia golpes blandos (Bolivia) o sangrientos de terrorismo de Estado, para recuperar las instituciones, que consideran suyas. La sociedad resultante se basa en la competencia, la confrontación y la guerra en vez de la cooperación y la solidaridad.
Marx resumió la dinámica del capitalismo diciendo que “tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el ser humano”. Polanyi, en 1944, precisó que el problema es la apropiación de los bienes comunes (el trabajo, la tierra y los recursos naturales), y el uso del dinero para hacer dinero; en suma, la mercantilización de los bienes comunes en un mercado ficticiamente autoregulado que “aniquila la sustancia humana y natural de la sociedad, destruye físicamente a las personas y transforma su entorno en un desierto” convirtiendo la comunidad en una “sociedad de mercado”. En la era dominada por las TICs el despojo de la riqueza creada por el trabajo se manifiesta de manera muy fuerte en la apropiación del conocimiento humano y su privatización. Quien no puede pagarse el acceso a internet está privado de gran parte del conocimiento.
En lo político, el orden autoritario neoliberal ("Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un Gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente“, confesó Hayek, asesor de Pinochet) combina libertad para el capital y autoritarismo para la disciplinar la sociedad y fomenta el neoextractivismo depredador, el neocolonialismo y la nueva esclavitud, a la vez que sostiene el patriarcado –inseparable de las diferencias de clase- como defensa ante el igualitarismo feminista, que junto a los movimientos ecologistas y de trabajadores articulan la protesta global.
La sociedad global de mercado es por tanto insostenible política, socioeconómica y ambientalmente. Es contraria a la vida, es el camino a la extinción. La crisis actual es por tanto una crisis civilizatoria, entendida como la crisis de las civilizaciones basadas en la apropiación privada de los bienes comunes formando dos clases: una muy pequeña clase propietaria de la mayoría de la riqueza creada por la amplia mayoría empobrecida que conforma la clase de los trabajadores expropiados.
Para evitar la extinción dando una oportunidad a la vida humana, es necesario un cambio radical que ponga el ser humano y la naturaleza en el centro. Esto solo puede hacerse a nivel planetario lo que requiere de un internacionalismo basado en la solidaridad intergeneracional y de toda la humanidad que crea la riqueza con su trabajo. Ello implicará revertir los bienes comunes a las generaciones vivientes y por vivir. Agua, salud, educación, cultura, cuidados, el conocimiento y la tecnología, la riqueza paisajística, las comunicaciones, la ciencia, los recursos, los servicios, son bienes comunes a proteger de la apropiación privada y también pueden ser gestionados cooperativamente. Es necesario abandonar la lógica del “desarrollo” entendida como crecimiento del PIB, que lleva a considerar deseables los atascos en carretera porque lo elevan, pues consumen gasolina, elevan el gasto sanitario y de tanatorios por las enfermedades y muertes provocadas por la contaminación.
El internacionalismo imprescindible
Polanyi decía que los movimientos lesivos del capital generan una reacción de protección por parte de la sociedad. La reacción actual exige cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos. En lo político necesitamos democracia real, participativa y plural para elegir el modelo de sociedad basado en un sistema de relaciones entre ciudadanos para organizar la sociedad con el objetivo de satisfacer necesidades humanas, partiendo de la centralidad de la vida y sus cuidados, y de que la humanidad es parte de la naturaleza, por lo que la sostenibilidad de la vida humana depende de la sostenibilidad ecológica. Es necesario recuperar los bienes comunes de la humanidad y preservarlos de la apropiación privada, establecer un criterio justo y objetivo de distribución de la riqueza.
El objetivo último es el progreso humano entendido como una civilización mundial igualitaria, humanizada y ecosostenible, y una organización social que combina lo cooperativo, lo comunitario lo público y lo privado alternativo a la acumulación capitalista.
En suma un internacionalismo que una las fuerzas transformadoras de los movimientos mundiales, de personas trabajadoras, antirracistas y solidarias, por el clima, por la igualdad de género, por los derechos de la juventud, los derechos político-sociales y humanos en general, para crear una sociedad centrada en la vida y los afectos.
[La
Internacional Progresista, impulsada por Noam Chomsky, Yannis Varoufakis, Naomí
Klein, Alicia Castro y otras activistas mundiales, organiza su cumbre inaugural
virtual este viernes 18, desde 14h UTC (16h en España; 11h en Argentina) para
debatir sobre “Internacionalismo o Extinción”, en el cual todos los temas
señalados, los sindicatos, los partidos
y todos los movimientos sociales tienen espacio].
* Profesor de Economía Internacional en la UCM, miembro de la Internacional Progresista.
** Con la colaboración de Alejandro Fonseca Mauro, Antropólogo y Ambientalista UCM.