"Se superan a sí mismos", pensé primero. Pero no. Ni siquiera eso. Tampoco es que se repitan todo el tiempo, porque al parecer el cinismo y la infamia se acumulan como capas geológicas, como piel de cebolla, produciendo un sedimento que abona con mayor crueldad cada vez los embates de la derecha neoliberal.
La reforma laboral‑previsional (no se entiende la una sin la otra) es una meta clara del gobierno nacional. Desde hace años, todos los think‑tanks del espectro restaurador neoliberal vienen produciendo documentos, jornadas, congresos, conferencias, libros y ‑sobre todo‑ prensa, dedicada a diagnosticar la obsolescencia del sistema público de reparto y de las protecciones asociadas al trabajo, junto con lo cual abundan las propuestas de "reforma".
Los diagnósticos y argumentos son clásicos, por decirlo de algún modo, aunque sería más preciso definirlos como ortodoxos y globalmente ensayados. Intento el sarcasmo como antídoto contra la afrenta.
Usted, empleador/a, ¿no contrata personal porque le resulta caro? Entendible, claro, no le queda más remedio que emplear en negro. Es que Usted, empleador/a, paga "impuestos ridículos". Entonces lo primero es bajarle a Usted los costos, porque a eso se debe el altísimo porcentaje de empleo informal.
¿Qué está Usted muy restringido/a en cuanto a las formas de contratación? Claro, Usted prefiere los contratos a término, que brindan no sólo dinamismo a su plantilla de personal, sino que además y por sobre todas las cosas contribuyen a la formación del empleado/a. No diga más, desde mañana permitiremos no tres, sino hasta doce meses de contrato "a prueba", junto a sus variopintas exenciones impositivas. Y, en tren de retoques, ya no hablaremos de pasantes sino de aprendices, que en definitiva es lo que son, gente que aprende mientras trabaja, que se perfecciona. En una palabra, son prácticas formativas y fíjese qué bien, porque así integramos la política educativa con la política laboral y le damos a esta gente un regalo invaluable: un paquete lleno de empleabilidad.
¿Qué así se va a desfinanciar el sistema de seguridad social? Despreocúpese, tenemos una idea brillante: los/as titulares de planes sociales podrán utilizarlos como un cheque o un voucher (o como ticket canasta, ¿recuerda?), para ofrecerle a Usted, empleador/a, cubrir con ese monto una parte de su propio salario y, además, aportar al sistema previsional. De ninguna manera esto es un subsidio para Usted, empleador/a, ya sabe de nuestra aversión hacia la palabra subsidio. Es un incentivo para los/as planeros/as, a ver si por fin se aprestan a sumarse al mercado laboral.
Y todavía hay más. Usted no lo va a creer, empleador/a, pero estamos evaluando la posibilidad de crear, en el ámbito del Ministerio de Trabajo, una Agencia de Talento, para fomentar el primer empleo. Porque lo importante no es tener trabajo, de ser posible registrado, sino realizarse, ser feliz, hacer lo que a uno/a le gusta, ¿verdad?
No es fruto de mi sarcasmo, que hasta aquí llega. Usted, lector/a, leyó bien: en los borradores que circulan sobre las propuestas de reforma laboral‑previsional, está escrita y fundamentada la creación de una Agencia de Talento. Y me atrevo a decir que, a estas alturas, sería lo menos grave de todo lo anterior, que es igual de cierto.
"Pero, ¿dónde estábamos cuando pasó todo esto, en Melmac?", me preguntó una amiga en una de las cien marchas a las que fuimos un día cualquiera del fatídico enero de 2016. Al menos una vez a la semana vuelvo a preguntármelo desde entonces y siempre me digo que sí, que estábamos en otro planeta, que las discusiones que tuvimos durante diez años sobre el sistema público estatal de protecciones sociales estuvieron a años luz de la altura de las circunstancias.
¿Cuándo y por qué abandonamos el terreno de la disputa por el sentido de la acción pública estatal? ¿Cuándo y por qué dimos tantas cosas por supuestas? ¿Cuándo y por qué descuidamos la tan mentada vigilancia epistemológica? ¿Cuándo y por qué nos cansamos de repetir hasta el hartazgo lo que dimos por obvio y no lo era?
No son planes sociales, son derechos. Y la AUH no es un plan, es el salario familiar. Y los/as empleadores/as no pagan impuestos por el trabajo, tributan aportes al sistema previsional. Y la ANSES no es "la plata de los/as jubilados/as", es el sistema de seguridad social, que excede al previsional. Y los/as pasantes y becarios/as y practicantes y meritorios/as y todos los etcéteras son trabajadores/as precarizados/as, no "en formación". Y el Ministerio de Trabajo no se debe concentrar en producir empleabilidad, sino empleos registrados y de calidad. Y los controles y regulaciones deben dirigirse en primer término a quienes contratan en negro, no a los/as trabajadores/as que aceptan esas condiciones. Y así podría seguir hasta enumerar mil clichés del sentido común más abigarrado, más persistente, más reaccionario.
En 1955 Milton Friedman propuso en Estados Unidos un sistema de vouchers, con libre elección entre escuelas privadas y públicas, diciendo que así el mercado educacional permitiría una distribución más eficiente de recursos. En 1979, bajo la dictadura de Pinochet, se implanta en Chile un similar sistema, con el objetivo explícito de incentivar la competencia, piedra basal del neoliberalismo. Así, los padres y madres elegirían las escuelas con mejor desempeño, obligando al resto a mejorar su performance o a perder estudiantes y, por lo tanto, el financiamiento.
En la jerga, subsidiar la demanda en lugar de la oferta. La crítica más evidente es que ese sistema de competencia es incongruente con cualquier noción de derecho y que sus resultados, en términos de lazo social, son pura segmentación, relegación, discriminación.
Milton Friedman, Estados Unidos, 1955. Augusto Pinochet, Chile, 1979. Mauricio Macri, Argentina, 2017, propone un sistema de vouchers para subsidiar a aquellos/as empleadores/as que contraten receptores/as de prestaciones socio‑asistenciales. No se superan en ideas, se superan en cinismo: ni siquiera se trata de no subsidiar la oferta, ya que el empleo privado no es un servicio público (debería holgar decirlo), se trata de que los/as trabajadores/as desempleados/as hagan uso de una prestación en dinero que les corresponde por derecho, para pagarse a sí mismos una parte de su propio salario. Y de que, además, salgan a competir por ello en las interminables colas de entrevistas laborales y sepan venderse, hacer jugar provechosamente su voucher, su cheque, su ticket canasta. Que se esfuercen, que sean creativos/as, la Agencia de Talento incluso podría orientarlos/as. Ya puedo imaginar un taller de utilización del voucher, como los ha habido miles de empleabilidad y correcta confección de curriculum vitae.
Si esto no es privatizar funciones de integración social que son responsabilidad inalienable del Estado, que alguien me argumente lo contrario. Sin dudas, estábamos en Melmac. Me reprocho por cada vez que lo dejé pasar, por cada vez que no tuve ganas de arruinar un domingo familiar, por cada vez que estaba muy cansada como para discutir con el taxista o la panadera o el kioskero o mis amigos/as, por cada vez que tuve otra cosa que hacer en lugar de ir a una marcha, por cada vez que escribí un paper sobre los problemas de la AUH... Más que nada me reprocho esto último, como trabajadora social, como docente, como investigadora y como militante. No lo vimos venir. O no en esta magnitud, con esta furia. Pero debimos saberlo.
Pagar para trabajar. Estupendo. El clímax del empresario de sí: pagar para trabajar. Llegar a lo más alto que el neoliberalismo jamás imaginó: pagar para trabajar. Todo pero todo por lo que lucharon generaciones de trabajadores/as, por lo que murieron, todo hecho pedazos: pagar para trabajar. Si dejamos que esto de veras ocurra, habremos perdido todas las batallas.