Ya sea con ficciones o documentales, producciones mainstream con aspiraciones al Oscar o películas súper independientes realizadas al margen del sistema, este año el Toronto International Film Festival abrazó con fuerza la causa del movimiento Black Lives Matter. A causa de la pandemia, el TIFF que culmina este fin de semana tuvo que reducir su programa a no más de 50 películas de las 300 que programa habitualmente. Y se llevó a cabo en forma híbrida: presencial con estrictos protocolos y aforos muy limitados para los espectadores de la ciudad canadiense, y online para la prensa internacional, lo que le permitió mantener su impacto global. Varias de las premieres de su programación tienen previsto un estreno inminente en plataformas, como es el caso del nuevo documental de Werner Herzog en AppleTV+, o el de One Night in Miami..., una de las primeras en anotarse en la carrera por las estatuillas de la Academia de Hollywood, que llegará a través de Amazon Prime Video.
Primer largometraje dirigido por la actriz afroamericana Regina King (dueña de un Oscar ella misma, a la mejor actuación secundaria en 2018), One Night in Miami... se basa en un hecho real: el 25 de febrero de 1964, el entonces Cassius Marcellus Clay, con apenas 22 años de edad, ganaba su primer título mundial de box. Y esa noche decidió festejar el triunfo con unos amigos famosos que estaban circunstancialmente en la ciudad: el líder del movimiento negro Malcolm X, el cantante de soul Sam Cooke y la estrella del fútbol americano Jim Brown. Que estuvieron reunidos es algo que quedó documentado, tanto que esa misma noche Clay decidió cambiar su “nombre de esclavo” por el de Muhammad Ali y convertirse públicamente al Islam, frente a un enjambre de fotógrafos y periodistas. Lo que nunca se supo es de qué hablaron exactamente esos cuatro magníficos de la comunidad negra. Eso es lo que se ocupó de imaginar el dramaturgo Kemp Powers en la obra teatral que sirvió de base –y de plomada, hay que decirlo— a la película de Regina King, tan charlada y convencional que hasta una reunión de consorcio por Zoom puede resultar más entretenida.
Si de aspirantes al Oscar se trata, es mucho más sólida y cinematográfica Concrete Cowboy, opera prima de Ricky Staub sobre una especie en vías de extinción: los vaqueros urbanos ¡de raza negra! que todavía sobreviven en algunas calles de los suburbios del norte de Filadelfia. Tomando como marco esa subcultura desconocida incluso para los propios estadounidenses, Concrete Cowboy construye una historia de reconciliación familiar entre un adolescente conflictivo (Caleb McLaughlin, de la serie Stranger Things) y un padre solitario y poco común (Idris Elba, famoso por la serie Luther), tanto que hasta tiene un caballo en el living de su casa.
Si los conflictos entre ese padre y su hijo pueden resultar trillados y predecibles, el ambiente que los rodea en cambio tiene una autenticidad inusual en el cine de Hollywood, tanta que varios de los personajes que rodean a los protagonistas son sobrevivientes de los establos de la calle Fletcher que inspiró la película. Y si a eso se le suma que la composición de Idris Elba --en su profundidad y ascetismo-- está para el Oscar, es muy probable que el TIFF online haya tenido el ojo de servir de plataforma de lanzamiento a la película que sin duda se convertirá en una de las favoritas de la temporada de premios.
Otro título del TIFF que seguro va camino a una nominación al Oscar es el documental MLK/FBI, sobre las escuchas ilegales y el constante espionaje que durante años padeció el líder pacifista negro Martin Luther King por parte de la principal agencia de investigación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos. Basada en documentos secretos recientemente desclasificados, la realización del documentalista y editor Sam Pollard da cuenta de la guerra sucia y brutal que el tristemente célebre director del FBI, J.Edgar Hoover, libró durante más de una década contra Luther King, a quien consideraba “el negro más peligroso para el futuro de los Estados Unidos”. Se comprende: MLK era no sólo uno de los mayores defensores de los derechos civiles de la comunidad afroestadounidense sino quien puso en jaque a Washington cuando el 28 de agosto de 1963 llevó a la capital más 300 mil personas que escucharon su célebre discurso “Yo tengo un sueño”.
Prodigioso editor, el director Pollard utiliza únicamente materiales de archivo para las imágenes de su película, mientras en la banda de sonido se escuchan no sólo audios del pasado sino también testimonios actuales como el de Clarence Jones, quien fuera uno de los amigos y asesores más cercanos a MLK y que da cuenta de las iniquidades del FBI, entre las cuales estuvo la extorsión por sus infidelidades matrimoniales y un intento de instigación al suicidio. No fue necesario: el 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado por un segregacionista blanco en el balcón del Lorraine Motel en Memphis, Tennessee. Tenía 39 años.
Las luchas de la comunidad afroestadounidense por los derechos civiles están sintetizadas de manera muy original en The Inheritance, que a su modo es también un llamado a la acción política. En palabras de su director, el académico, DJ y artista visual Ephraim Asili, su película es “political science-fiction” en la medida en que explora “modelos para vivir en un futuro muy cercano”. Suerte de fábula performática, The Inheritance hace honor a su título de manera literal y metafórica: en la vieja casa familiar que hereda de su abuela un afroamericano veinteañero, se va constituyendo una comunidad que remite tanto a la de La chinoise (1967), de Jean-Luc Godard, como al colectivo marxista MOVE, que en 1985 fue objeto de un brutal ataque policial en su sede de Filadelfia, no muy lejos de donde transcurre Concrete Cowboy, por cierto.
Los jóvenes habitantes de esta nueva casa descubren en sus armarios viejos libros de Angela Davis, Malcolm X y Charles Mingus (su extraordinaria autobiografía Behind the Underdog) así como vinilos con discursos de Stokely Carmichael y la música más radical de Max Roach (su Freedom Now Suite) y van recuperando su herencia cultural y política. Se diría que el pizarrón que domina la sala es su principal herramienta. Entre muchos otros textos, allí se lee: “La práctica sin pensamiento es ciega; el pensamiento sin práctica es vacío”. En The Inheritance, Ephraim Asili va por ambos.