Todos saben que Robert Trujillo está algo apurado. Pero no se le nota. Para él, una de las claves del triunfo personal está en conservar la serenidad. No sólo es la recta rutina que sigue antes de cada espectáculo con Metallica, donde toca el bajo desde hace catorce años; son también las ganas de llegar al hipódromo de San Isidro para ver tocar a su hijo con el grupo The Helmets, parte de la grilla del viernes del festival Lollapalooza, que su propia banda encabeza, y donde estaría tocando, apenas nueve horas después, para 100 mil personas (ver más información en página 34). “Cuando tocamos en un festival solemos elegir las canciones más populares, teniendo en cuenta que no es nuestro propio show”, le explica a PáginaI12 desde la comodidad de una silla afelpada, en el hotel Four Seasons. Y ratifica sus prioridades para arrancar un día de concierto: “Algunas cosas van cambiando con el tiempo, pero hoy mi rutina empieza con dormir lo suficiente y estirarme bien cuando me levanto”.
A sus espaldas un banner reproduce en tamaño gigante el arte de tapa de Hardwired… to Self Destruct (2016), la décima placa de estudio de Metallica, y la primera en ocho años, si no se toma en cuenta la colaboración con Lou Reed para el olvidable Lulu. Después de sus dos shows “a la carta” en el estadio ciudad de La Plata en 2014, el cuarteto concretó su quinta visita al país, esta vez, con la excusa de presentar el nuevo material, que fue entregado en un disco doble. “Siempre es lindo tener canciones nuevas, lo interesante de presentarlas ahora es que, realmente, las habremos tocado tal como están un par de veces. La máquina está de nuevo en funcionamiento”, dice. Afuera, al paisaje caótico que se dibuja un viernes cualquiera se le agrega un puñado de cuarenta fanáticos armados con remeras, discos y teléfonos celulares, que espera algún tipo de señal sobre la calle Posadas. “Me gusta llegar temprano al lugar donde vamos a tocar”, detalla el bajista. “Llego como una hora antes que los otros muchachos. Ahí me estiro de nuevo y empiezo a trabajar, a revisar canciones, a conectar con el bajo. A veces también hago entrevistas y Meet & Greet”.
–Explicó qué hace por su cuenta. ¿Y con sus compañeros?
–Tenemos una sala especial, la sala de afinación. Ahí podemos estar tranquilos, hay batería y amplificadores. Ahí uno se puede perder en la música y abstraerse de todo. Usualmente empiezo yo y después se suma James, tocamos y practicamos algunas voces juntos.
–¿Esa fue la base de Hardwired... to Self Destruct? ¿Estar todos juntos en una sala?
–En parte sí. Fue un proceso largo, aunque el foco lo pusimos los últimos dos años. Hace ocho años estábamos terminando Death Magnetic, en el medio hicimos el disco con Lou Reed, después la película 3D Through the Never, el festival Orion… muchas cosas. Algunas ideas de riffs pudieron haber sido zapados hace unos seis años. Todos esos desafíos de estos tiempos colaboraron para que el material hoy sea lo que es, a que las canciones crecieran y nosotros fuéramos una mejor banda. Así que estoy muy orgulloso de la producción de este disco. Zapamos, todo mayormente a partir de riffs que trajo James, pero pasamos mucho tiempo tocando e improvisando juntos. Todo el disco se hizo así, excepto la canción que le da nombre, que fue escrita en un par de días por Lars y James. De hecho, yo pensaba que habíamos terminado de grabar, estaba aliviado, como diciendo “Terminé”, y me dijeron: “No, esperá. Hay algo más”. Para mí Death Magnetic fue un gran primer paso, y este es el siguiente. Es un nuevo comienzo, y se siente muy bien.
El músico de 52 años fue siempre reconocido tanto por su idoneidad como por su afección al trabajo. Desde que con su sonido y forma de tocar revolucionó la música de Suicidal Tendencies, llevando todo ese torrente juvenil a una zona más adulta y profesional, demostró que era capaz de perfeccionar a una banda ya consolidada. Eso, más su excelente trabajo en los funkies asesinos de Infectious Grooves, lo llevó a tocar con Ozzy Osbourne, en quizá la última gran formación del cantante, la que incluía a Mike Bordin de Faith No More y el inevitable Zakk Wylde.
Más cerca de su instrumento que de las maniobras de marketing que persistentemente pergeñan sus compañeros Lars Ulrich y James Hetfield, Trujillo fue parte de la rehabilitación compositiva del grupo, porque su entrada se produjo cuando St. Anger –probablemente el peor disco de su historia– estaba a punto de publicarse. Ya para Death Magnetic (2008), Metallica había recurrido al productor Rick Rubin en un intento por reencontrarse con su esencia; una vez logrado el objetivo, ahora el cuarteto desestimó la ayuda de Rubin y resolvió, tal como lo cuenta el propio músico, ponerse a trabajar muy duro en la sala, y darle al productor Greg Fidelman un rol menos participativo en la creación. El bajista aclara: “La cosa con Hardwired... es que la pasamos muy bien haciéndolo, o al menos así fue mi experiencia. En la composición hay elementos de thrash, pero lo más importante es el groove. Este disco tiene un pulso muy sólido, estoy muy orgulloso de la sección rítmica. Después está el productor, que se encarga de ensamblar los sonidos para resaltar ese punto. Todo encajó muy bien”.
–Pese a que figura como autor en menos canciones, parece sentirse más identificado con este álbum que con el anterior, ¿es así?
–Death Magnetic fue más colaborativo, me sentí más involucrado directamente en el proceso de composición. Pero a Hardwired... lo hicimos zapando, pasamos mucho tiempo tocando juntos, con el productor escuchando. Siento que hay más calidad y energía puesta en cada parte. En un mundo perfecto, existiría una mezcla de ambos discos. Este es un nuevo comienzo para mí, esto no se detiene acá.
–Mencionó varias veces la importancia de la zapada, ¿es cierto que Kirk Hammett improvisó todos los solos de guitarra?
–Cuando estábamos zapando las canciones, usualmente éramos Lars, James y yo. Los solos aparecieron después, Kirk es un guitarrista impresionante, que sabe conectar bien su propia creatividad con los arreglos. Yo zapo mucho con Kirk por fuera de Metallica, ahí aprendí más de él, tocando en clubes o bares, haciendo funky o lo que sea. Es muy especial, puede ser fresco y espontáneo en cualquier momento. Un espíritu libre, podría decirse.
–¿Cuál fue su participación en la canción “ManUNkind”?
–Hice la introducción. En realidad, zapamos todas las canciones, así que aunque no esté mi nombre ahí, todos participamos del armado. Yo estaba trabajando en algo, una canción instrumental, y a James le gustó mucho la idea, pero para hacerla como introducción al tema. Lo gracioso es que yo me enteré de que estaba en el disco una vez que salió. Me encanta esa parte, la tuve grabada en mi iPhone durante mucho tiempo, le había puesto “Cliff’s Song” (“Canción de Cliff”, en referencia al fallecido primer bajista del grupo), porque me hacía acordar a su energía, lo que significaba su presencia. James tiene mucha energía y creatividad, y escuchó eso. Esa es la belleza de mi vida y de la gente con la que me rodeo: es toda gente muy creativa. Con Infectious Grooves fue igual, estuvimos cinco días ensayando cuatro horas, y salieron veinte canciones como si nada. Enseguida teníamos un demo, y entramos a grabar canciones que habíamos tocado dos o tres veces. Acá fue un poco así, lo que se escucha en el disco somos James y yo tocando esa parte juntos por primera vez. En la música, hay que saber aprovechar los momentos.